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Look back: Bob Dylan y el cine

A raíz de la retrospectiva del cineasta D.A. Pennebaker, plato fuerte de la última edición del Festival In-Edit 2010, repasamos la estrecha relación de Dylan con el cine, nacida tras el influyente documental Don’t Look Back.

Por Andrés Nazarala

Una debilidad común de los documentales musicales es que son hechos por fans. Más allá de la ya superada discusión respecto de si la objetividad es o no pieza fundamental de toda obra que registre la realidad, el problema de estos homenajes realizados por admiradores es que caen fácilmente en la hagiografía. Y, contando con un par de excepciones, terminan ahogándose en medio del fulgor de un grupo reducido.

La relación entre Bob Dylan y el cine nació lejos de estos tributos. El cineasta D.A. Pennebaker –quien a esas alturas había realizado un par de filmes experimentales y un documental sobre Jane Fonda- no estaba familiarizado con la música del artista ni con su biografía, ni menos con la importancia de su irrupción en el panorama musical tras llevar el folk americano a territorios insospechados.

Bob Dylan y D.A. Pennebaker rodando Don't Look Back

Robert Zimmerman –transformado en Bob Dylan luego de leer al poeta maldito y borracho Dylan Thomas- estaba provocando un pequeño sismo en una industria musical por entonces inofensiva, a través del reciclaje de la música de raíz, la chanson de los existencialistas franceses, la poética beatnick, el romanticismo de la revolución y la ética social del teatro de Brecht.

En una era turbulenta ("the times they're-a-changing", cantaba), el músico –que había vagado por Estados Unidos y se había formado en el ambiente intelectual de Nueva York- estaba importando fragmentos de una cultura ya olvidada para su reciclaje. La licuadora de Dylan preparaba una pócima singular y necesaria para digerir los conflictos sociales y políticos del momento; todo esto antes de la aparición del movimiento hippie.

Pero Pennebaker no lo sabía y, al aceptar la oferta que le extendió el manager Albert Grossman de registrar la gira que Dylan llevaría a cabo por Inglaterra en 1965, estaba acogiendo también el desafío de descubrir al astro en pleno proceso artístico, sin prejuicios ni afectos preinstalados.

"Lo que es crucial es que empieces a tomar conciencia de quién tienes delante a través de la cámara. Puedes no conocer al personaje, pero algo hace que cuando miras por el visor de la cámara te conviertes en un individuo muy observador", ha opinado el realizador al respecto.

Dylan chequeando el sonido en el Royal Albert Hall

Lo que Pennebaker observó es la maquinaria que se esconde detrás de todo ídolo popular. Don't Look Back (1967) es tanto una película sobre Dylan como una mirada –sin acentos ni adornos- a la agitada y millonaria trastienda de la industria del rock. Y es aquí donde se cae el artista puro: si sobre el escenario del Royal Albert Hall Dylan es un trovador sensible y agudo, tras bambalinas es un tipo inmaduro y arrogante que se dedica a humillar injustificadamente a la prensa (famosa es la larga tortura a la que somete al periodista Horace Judson, de "The Times").

También lo vemos manifestando su envidia por Donovan (su equivalente británico), violentándose con un tipo en el hotel que supuestamente habría tirado un cenicero por la ventana y hundiéndose en el divismo, avalado por un prepotente y ambicioso Albert Grossman. La cinta, de hecho, incluye un par de escenas en la que el manager negocia shows por teléfono con la actitud de un Corleone.

Aunque Pennabaker no se detiene demasiado en la fiebre de los fans –lo haría más tarde en 101, documental sobre seguidores de Depeche Mode-, la devoción colectiva se presiente al otro lado de las murallas. El hotel, que funciona como gran escenario del documental, es el refugio de un Dylan que comenzaba a gozar de los beneficios de ser una estrella; los mismos que rechazará años más tarde cuando opte por la reclusión voluntaria.

Lo que habla bien de Dylan en Don't Look Back es su genuino interés por la música. Con Joan Báez se entretiene interpretando viejas canciones folk y compartiendo nuevas composiciones, aunque queda claro también que la suya es una relación que está muriendo. Icónico es a estas alturas el momento en que ella canta mientras él –¿envidioso?- golpea fuertemente las teclas de su máquina de escribir sin prestarle atención.

Para ser un documental sobre música, Don't Look Back tiene pocas melodías. A Pennebaker le interesó más la dinámica de grupo, los hilos que se mueven en la industria y el nacimiento de una soberbia estrella de rock que, de negro y siempre con sus lentes Wayfarer puestos, estaba tratando de marcar un hito dentro de la historia de la música popular.

A la izquierda, Allen Gingsberg; a la derecha, Bob Dylan

Para establecer distancia, el medio elegido por Pennebaker para el registro fue un blanco y negro granoso y la ausencia de música incidental. Pero la falta de grandes momentos musicales se ve compensada por un comienzo que, inconscientemente, estaba inaugurando lo que más tarde conoceremos como videoclip: Dylan mostrando carteles con palabras de la letra de Subterranean Homesick Blues, a medida que avanza la canción. A sus espaldas se puede ver al poeta beat Allen Ginsberg. De más está decir que la escena ha motivado una serie de trabajos posteriores como el video de Mediate, de INXS.

Como ocurriría más tarde con el documental de Godard para los Rolling Stones, Don't Look Back no fue bien aceptado por Grossman y compañía. Tampoco parecía una película visualmente atractiva para los exhibidores. Por eso tuvo una modesta apertura en el Presidio Theater de San Francisco y un corto paso por una pequeña sala de Nueva York. Esto fue dos años después de su realización.

Sin embargo, la cinta marcó el inicio de D.A. Pennebaker como documentalista musical. Más tarde registraría el Festival Monterey Pop, el último concierto de Ziggy Stardust (David Bowie), la abucheada presentación de la Plastic Ono Band en Toronto y la gira de 101 noches que realizó Depeche Mode, entre otros hitos de la historia del rock.

Para Dylan, en tanto, el documental fue su primera relación con el cine, un arte con el que se iría relacionando de manera más estrecha con el tiempo.

Dylan salta a la dirección

Después de Don't Look Back –y tras tener un accidente en moto que lo llevó a pensar en la muerte y la trascendencia- Bob Dylan quedó con ganas de dirigir y contactó a Pennebaker para una asistencia. Finalmente decidió trabajar con escenas de la gira británica de 1966, que el documentalista ya había filmado, y editarlas él mismo. Ahí tuvo su primer encontrón con el realizador. "(Editar) no es algo que se aprende estacionando autos en el garage. Debes saber algunas reglas y él no las conocía", confesaría Pennebaker más tarde.

El porfiado de Dylan no tomó en cuentas las advertencias y construyó Eat The Document (1966), un documental incoherentemente montado que tuvo su estreno en el canal ABC. Luego, la cinta desaparecería del mapa para renacer como rara pieza de colección de exclusivo interés para fanáticos.

Eat The Document

El valor de Eat The Document es que contiene una escena que, según los especialistas en música, marcaría el nacimiento del rock. Resulta que Dylan cambió la guitarra acústica por la eléctrica, subió el volumen de sus amplificadores y espantó a los románticos amantes del folk, recibiendo el apodo de "Judas" por uno de los vociferantes asistentes. El tenso momento sería rescatado más tarde por Scorsese en su documental No Direction Home.

En Eat The Document hay otros dos instantes memorables: cuando Dylan interpreta una canción junto a Johnny Cash y cuando pasea en taxi con John Lennon. Completamente drogados, ambos entablan una delirante conversación. Ese instante no es menos trascendente: Dylan habría metido a Los Beatles en la marihuana, lo que marcó el primer gran giro musical de los Cuatro de Liverpool. El segundo sería la experimentación motivada por el ácido lisérgico, pero esa es otra historia.

El fracaso de Eat The Document, sumado a la mala crítica que recibió su novela experimental Tarantula, llevaría a Dylan a concentrarse exclusivamente en la música y a apartarse del foco de los medios por un tiempo. Pero el cine volvería a golpear a su puerta.

En la carretera con Sam Shepard

Tras Eat The Document, Dylan sólo aparecería como personaje protagónico en reportajes hechos para la televisión y como secundario en una serie de documentales musicales como El concierto de Bangladesh (1972), donde acompaña a George Harrison, y The Last Waltz (Martin Scorsese, 1978), donde despide a su clásica agrupación The Band.

Pero sus ganas de ser director de cine volvieron en 1975 cuando ideó Renaldo and Clara, película experimental que filmaría a lo largo de su gira más ambiciosa: la Rolling Thunder Revue, una suerte de caravana gitana a la que se subió Joan Báez, Roger McGuinn, el guitarrista Mick Ronson (Bowie) y Allen Ginsberg, entre otros.

Con el fin de que elaborara los diálogos, Dylan contrató al director y dramaturgo Sam Shepard, quien gozaba por entonces de un fuerte prestigio en el mundo de las tablas. El autor detallaría posteriormente el proceso de escritura y rodaje en el libro Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera (Edit. Anagrama).

Sara, ex esposa de Dylan, en Renaldo and Clara

Dylan tenía ahora la pretensión de armar una cinta surrealista, compuesta de gags construidos en medio de la gira. Aunque no contaba con un guión elaborado previamente, manejaba ciertos referentes, como cuenta Shepard en su libro:

"El toma café y se echa el sombrero gris de gaucho hacia delante.
-¿Has visto alguna vez Les Enfants du Paradis?- dice. Admito que sí, pero hace mucho tiempo; la vi con una chica que lloró todo el rato así que es difícil saber mi impresión exacta.
-¿Qué me dices de Disparen sobre el Pianista?
-Sí, ésa también la he visto. ¿Es ése el tipo de película que quieres hacer?
-Algo así.

 Dylan tenía modelos inalcanzables. Les enfants du paradis (1945), de Marcel Carné, ha sido catalogada por la crítica francesa como "la mejor película jamás filmada". En 3 horas y 25 minutos, se fusionan personajes reales con actores como “tributo al teatro”.

Joan Baez

Disparen sobre el pianista (1960), en tanto, es la cinta más arriesgada de Francois Truffaut. Motivada por los trabajos de Alain Resnais, ni siquiera el realizador tenía claro de qué se trataba el filme a la hora de filmarlo. Truffaut declararía más tarde que es la única película que llegó a cuestionar dentro de su filmografía.

La importancia del subconsciente a la hora de crear (Truffaut) y la delgada línea que separa a la ficción de la realidad (Carné) serían así los pilares fundamentales en la elaboración de Renaldo and Clara, un juego de espejos en el que el músico Ronnie Hawkins interpreta a Bob Dylan; mientras que éste encarna al personaje ficticio Renaldo y su mujer Sara, a Clara.

 

Sin una narrativa lineal, hay gags del filme que remiten al lejano oeste mientras que otros se mofan de la figura del rockstar. Si Don't Look Back es la confirmación de Dylan como una estrella, Renaldo and Clara marca su distanciamiento burlesco de ese estereotipo.

Motivado por Ginsberg, la película también incluye una visita a la tumba del escritor Jack Kerouac en Lowell, Massachusetts. Ahí Dylan interpreta una canción en memoria del autor beat, mientras Ginsberg –su amigo y amante ocasional- lee algunos poemas.

Hay también muchas presentaciones en vivo –en casi todas el cantante está con la cara pintada de blanco- y un concierto en el Madison Square Garder en homenaje al boxeador Ruben "Hurricane" Carter, condenado injustamente. Él inspiró la canción Hurricane, uno de los mayores éxitos de Dylan.

La amalgama épica de Renaldo and Clara no fue bien recibida por la crítica. La primera edición duraba cuatro horas –Dylan haría una versión más corta después- y pocos cines quisieron programarla. Finalmente se exhibió en el año 1978 en Los Angeles y Nueva York, ciudades receptivas con las obras del autor, y en una que otra urbe perdida de Estados Unidos.

Ante el fracaso, el artista guardó el filme. Pero éste sería obviamente recuperado por los fans más tarde y editado como bootleg (edición no autorizada).

Pat Garrett & Billy the Kid

Después de Renaldo and Clara, Dylan no volvió a dirigir películas. Por su condición de figura relevante dentro de la cultura popular, aceptó eso sí trabajar como actor en algunas cintas, como Pat Garrett & Billy the Kid (1973), de Sam Peckinpah; la olvidable Hearts of Fire (Richard Marquand, 1987), en la que interpreta a un roquero venido a menos; el thriller Paradise Cove (Robert Clapsadle, 1999), protagonizado por Ben Gazzara, y Masked and Anonymous (2003), donde además fue coguionista con el realizador –el libretista de Seinfeld y Curb Your Entusiasm, y director de Borat (2006)- Larry Charles.

No Direction Home: El nacimiento de una estrella

La pequeña obra de Pennebaker y los intrincados experimentos de Dylan como director no abarcaban toda la importancia que el artista tendría dentro de la cultura del siglo XX. Si algo definía al cantante era su tendencia a cambiar constantemente –de músico de protesta a rockstar, pasando por artista country, escritor, cineasta, opinólogo mediático, cristiano converso, hasta leyenda consolidada- y no existía una película que constatara estos cambios.

La labor de abordar la inmensidad de Dylan y sus múltiples facetas, recaería en Martin Scorsese, cineasta habituado a centrarse en "personajes más grandes que la vida misma".

No Direction Home de Martin Scorsese

Por encargo del manager Jeff Rosen realizó en el 2005 el documental No Direction Home. Para eso recopiló información y entrevistó a figuras importantes en la vida del artista, como Allen Ginsberg (quien moriría al poco tiempo); Suze Rotola (novia del astro fallecida el 1 de marzo recién pasado); el cantante folk Pete Seeger; Joan Báez; D.A. Pennebaker y el mismísimo Bob Dylan.

Aunque Scorsese no descuida los alcances del legado de Dylan en la actualidad, centra su mirada en el período que va desde comienzo de los 60 hasta el año 1966, cuando el cantante agarró la guitarra eléctrica. Fiel a su Nueva York, el cineasta dedica varios minutos a describir la escena folk de Greenwich Village donde se formó el artista; ofreciendo una gran cantidad de información y archivos inéditos.

El punto de inflexión es el concierto en el que Dylan fue tildado de "Judas", el mismo que filmó Pennebaker y que el cantante incluyó en Eat The Document. Sumado al accidente en moto, dio inicio a un nuevo Dylan, uno que trataría de borrar las huellas del pasado.

De 3 horas 28 minutos de duración, No Direction Home es el retrato más completo y acabado de Bob Dylan hasta la fecha. Es también la piedra angular de la cinematografía musical de Martin Scorsese, que también incluye The Last Waltz, el video para Bad (1987) de Michael Jackson, la serie The Blues (2003) y Shine a Light (2008), registro de un concierto de los Rolling Stones.

Billy The Kid y Rimbaud como Dylan

Más explícito en retratar las diversas facetas del músico fue el cineasta Todd Haynes (Velvet Goldmine), quien en el año 2007 estrenó I'm Not There. Seis actores encarnan a los distintos Dylan: Cate Blanchett, quien lo imita en la época de Don't Look Back; un niño negro curiosamente llamado Woody Guthrie (como el antiguo cantante folk que inspiró al artista); un actor que interpreta a Arthur Rimbaud, quien a su vez es Dylan; Christian Bale, encarnando la etapa más espiritual del retratado; Heath Ledger, como el Dylan-galán y Richard Gere en los zapatos de Billy The Kid, en clara alusión a la película de Peckinpah.

Los rostros de Dylan en I'm Not There

Para el experimento, Haynes recreó también escenas de Don't Look Back y Eat The Document. De la misma manera en que vinculó a Oscar Wilde con David Bowie en Velvet Goldmine (1998), el realizador ofrece un sincretismo universal centrado en Dylan. Su película es uno de los homenajes más originales al cantante pero también una obra que requiere de cierto conocimiento previo sobre la vida del homenajeado. Si Don't Look Back partió del desconocimiento y fue construyéndose a fuerza de impresiones y asombros, I'm Not There es un artefacto para entendidos. Ambas obras marcan una línea de tiempo fundamental: la primera como el nacimiento de un mito y, la segunda, como su consolidación.

Pero lo que estas producciones prueban, junto con todas las cintas que se realizaron entre medio, es que una aproximación final a Dylan es casi imposible. Artista en constante proceso de cambio (incluso ahora cuando edita discos de Navidad, tiene su propio programa radial y se dedica a la música de salón), el autor de Blowing in the wind se escapa de los retratos, como si estos fueran medios para congelar un proceso orgánico que sólo puede concluir con la muerte. ¿Acaso alguien mirará hacia atrás, desde el cine, a la hora de su desaparición?

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