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NOTA: ANTE LA INESPERADA Y DRAMÁTICA MUERTE DE THEO ANGELOPOULOS REPONEMOS ESTA ENTREVISTA QUE PUBLICAMOS HACE DOS AÑOS AL GRAN REALIZADOR GRIEGO / Aunque en Chile se desconocen la mayoría de sus películas, la presencia del director Theodoros Angelopoulos (1935) en el festival de Montreal 2009 no es solamente estar frente a una leyenda (los críticos Derek Malcolm y David Thomson lo han calificado como el más grande realizador vivo), sino que también es un acto de reconocimiento a un cine en proceso de extinción. (Foto: Ray Pride)
Por Andrés Nazarala
Desde que comenzó su carrera a mediados de los 60, realizando cortometrajes de carácter político, Theo Angelopoulos ha estado en estrecho contacto con grandes baluartes de la época de oro de la cinematografía europea (principalmente italiana). Algunos ejemplos: ocho de sus largometrajes han sido escritos por el gran Tonino Guerra (Amarcord, Blow up, entre muchos otros títulos) y trabajó con el recordado Marcello Mastroianni, acaso el actor-símbolo de ese riquísimo período dentro de la historia del séptimo arte.
Pero, en honor a la verdad, su The Dust of Time (I skoni tou hronou) –estrenada mundialmente antes en la Berlinale- recibió un tibio aplauso en la premiere del Festival de Montreal. Algunos espectadores poco habituados a su obra la encontraron extraña y críptica; otros –más familiarizados con sus filmes- consideraron que el griego se había repetido trabajando con los mismos elementos de siempre.
Ambas acusaciones son perfectamente rebatibles: la "extrañeza" no es más la distancia de la audiencia actual con un cine personal que se esmera más en reflexionar sobre ciertos tópicos que en complacer a la masa con explicaciones lógicas o recursos de entretención. La segunda crítica es, desde otro ángulo, una de las principales virtudes de un artista eternamente fiel a los mismos temas: los efectos de la política sobre la vida de las personas, los esfuerzos colectivos por cambiar el mundo y el drama existencial de la migración.
The Weeping Meadow |
En su último filme –segunda parte de una trilogía sobre el pueblo griego que comenzó con The Weeping Meadow (To livadi pou dakryzei, 2004)-, un director norteamericano de ascendencia griega, A. (Willem Dafoe), realiza una película sobre su historia y la de sus padres –Spyros (Michel Piccoli) y Eleni (Irene Jacobs)-, recorriendo transversalmente los grandes hechos históricos de los últimos cincuenta años, desde la Segunda Guerra Mundial, pasando por la guerra civil en Grecia, la muerte de Stalin, Vietnam y la caída del Muro de Berlín. A la historia de amor se suma un tercer personaje: Jacob (Bruno Ganz), quien conoce a Eleni en Siberia (cuando cae como prisionera) y permanece a su lado hasta que ella parte a Nueva York en 1974.
Todo confluye en el presente, cuando el trío de amantes se reencuentra en Berlín y A. debe lidiar con una hija problemática, quien se ha ido de la casa. Así, Angelopoulos junta a tres generaciones y, de paso, reflexiona sobre las diferencias de estos personajes, siempre en relación con el contexto en el que han tenido que desarrollarse.
Las historias, las épocas y las locaciones (Italia, Alemania, Rusia, Kazakhastan, Canadá, Estados Unidos) se van mezclando en una amalgama onírica que apunta a la cabeza de A. y a su proceso de creación. Al igual que en La mirada de Ulises (1995), aquí hay un viaje interior y también una fuerte presencia de la nostalgia, reflejada en la inclusión de Cinecittá (A. realiza aquí algunos detalles de posproducción) además de una melancólica aproximación a las utopías de antaño y a los grandes íconos que, dentro de la cultura popular, se han vinculado a la revolución (en el departamento berlinés de A. se aprecian fotografías de Jim Morrison, Che Guevara y John Lennon, entre otros).
The Dust of Time es una película pausada y contemplativa que ofrece grandes momentos, como el retrato de la muerte de Stalin a través de un solo plano secuencia (la multitud reaccionando frente a la noticia en una plaza de Moscú) o un largo seguimiento a Willem Dafoe mientras recorre un lugar devastado, repleto de televisores destruidos.
Si recuerda al cine europeo de antaño –por otro motivo que su fuerte impronta autoral- es también por sus movimientos de cámara, el desplazamiento de multitudes dentro del cuadro y el dramático uso de la música, compuesta por piezas originales de Eleni Karaindrou (habitual colaboradora del director) y extractos de Tchaikovsky, Catalani, Bach y Beethoven.
En el bar de un hotel de Montreal y –vía traductor, ya que no habla inglés- Theo Angelopoulos accedió a responder algunas preguntas.
-¿Qué tan importante sigue siendo la preocupación política para la elaboración de sus películas?
Es fundamental. Es que yo vengo de una generación que se sintió muy tocada por cuestionamientos políticos. Usted viene de América Latina, por ejemplo, y a mí siempre me ha interesado la situación política de esos países, porque siento que allí se concentraron la mayoría de las interrogantes que nosotros teníamos.
The Dust of Time |
-The Dust of Time aborda varios períodos históricos y los grandes conflictos del siglo XX. ¿Cuál cree que es el común denominador de todo?
El elemento que recorre toda la historia de la humanidad es simple: el conflicto entre los que tratan de cambiar el mundo y los que no quieren hacerlo. El panorama es complicado actualmente porque ha desaparecido la gente que creía que podía cambiar las cosas. Ahora el sentimiento general es de decepción y tristeza.
-Eso se refleja en la película a través del contrapunto entre los personajes mayores y la hija de A., quien padece conflictos más vinculados a la confusión de este tiempo. Está deprimida, vacía y se ha ido de la casa para preocupar a su familia. ¿Qué me puede decir sobre esta observación que hace?
En Prima de la rivoluzione (1964), Bernardo Bertolucci cita a un político francés del siglo XVIII que dice que lo que precede a la revolución es un sentimiento de "dulzura de la vida", ya que hay un interés en mejorar el mundo. Existe un gran optimismo tras los entusiasmos utópicos de los años 60 y 70. Hoy tenemos a una generación que nació después de los movimientos revolucionarios que no siente más que desilusión y confusión.
-¿Y cómo ve el futuro?
(Se queda pensando y luego sonríe nerviosamente). Es una tremenda pregunta. No lo veo de manera optimista ni pesimista, creo que hay que ser lúcido. Pienso que, por primera vez en la historia, estamos en tiempos en los que no sabemos cómo va a ser el futuro. Todo el mundo habla sobre lo que vendrá de forma precavida e insegura, y eso es porque no sabemos realmente lo que va a pasar.
"Discutí con Tarkovski sobre el origen de la palabra Nostalgia. Él decía que era rusa y yo que era griega. Yo tenía la razón. Nostalgia está compuesta por dos palabras griegas: nóstos, que significa "volver a casa" y álgos, que significa "dolor". Por lo tanto, el concepto es el dolor del regreso". (En la Foto: Andrei Tarkovski). |
-Lo que sí es fuerte en su cine es la mirada hacia el pasado…la nostalgia.
Sí. La nostalgia es algo que atraviesa mi obra. Recuerdo que una vez en Roma discutí con Andrei Tarkovski sobre el origen de la palabra. Él decía que era rusa y yo que era griega. Yo tenía la razón. Nostalgia está compuesta por dos palabras griegas: nóstos, que significa "volver a casa" y álgos, que significa "dolor". Por lo tanto, el concepto es el dolor del regreso.
-En The Dust of Time esa nostalgia apunta principalmente a las utopías y los sueños políticos colectivos de antaño, pero ahí está también Cinecittá…
Sí, podemos tener nostalgia por lo que fue Cinecittá cuando funcionaba como una especie de ciudad. Hoy en día es solamente una serie de galpones destinados a todo tipo de producciones. Podemos estar tristes por eso.
-Ha trabajado con Tonino Guerra y Marcello Mastroianni. ¿Tiene un apego especial hacia el cine italiano?
Yo crecí con el cine italiano. Fue maravilloso en un tiempo, con gente como Visconti. También aprecio mucho la Nouvelle Vague. Un día dialogué con un cura especialista en Dante Alighieri sobre lo que significa ser griego y él me dijo que todos los pueblos formados alrededor del Mediterráneo tenemos algo en común, un elemento que tiene que ver con la civilización y la cercanía con el mar. Hay un espíritu familiar. Amigos míos griegos han vivido toda su vida en Francia y España y se han sentido cómodos, porque hay un sentido de comunidad. Yo, por ejemplo, siento pertenencia cuando escucho el italiano, el español o el portugués, aunque no sepa hablarlos bien. Las culturas mediterráneas están unidas.
-Lo que recuerda al cine italiano de la buena época es el uso dramático y sentimental de la música. ¿Cómo fue el proceso de selección?
Antes me rehusaba a usar música externa en mis películas. Ésta siempre tenía que ser interpretada en vivo en la escena, pero con el tiempo me ha interesado recurrir al trabajo incidental. Ahora volví a trabajar con Eleni Karaindrou (colaboradora en nueve de sus cintas). Ella me dijo "cuéntame de la historia y trataré de componer algo". Yo le grabé un disco con el relato, ella se lo llevó a casa, lo escuchó y compuso la banda sonora. Después trabajamos en los arreglos, en un piano. Yo intervine porque algo sé de música.
-Forma parte de la cultura europea, sin embargo ha trabajado con dos actores de Hollywood –Harvey Keitel y Willem Dafoe- en sus películas. ¿Cómo se dio esto?
Michel Piccoli, Willem Dafoe e Irène Jacob en The Dust of Time |
Bueno, en La mirada de Ulises el personaje principal es norteamericano: un cineasta que regresa a Grecia a reencontrarse con sus raíces, ya que es hijo de griegos. En The Dust of time ocurre lo mismo. Harvey y Willem han vivido experiencias similares. La madre de Harvey es de Rumania y su padre es polaco. Con Willem es igual. Ambos son europeos criados en Estados Unidos y saben mucho de la cultura de sus ancestros. Por eso fue muy gratificante trabajar con ellos. Además, los dos pertenecen a una generación que pensó que podía cambiar el mundo y eso tiene mucho que ver con mi cine.
-¿Y qué relación tiene con el cine de hoy?
La verdad es que no veo mucho. De América Latina, por ejemplo, no llega casi nada a Grecia. Conozco a cineastas del pasado como Glauber Rocha, por ejemplo. Me encantan sus películas. También me parece interesante el cine de Fernando Solanas. En la televisión veo algunas películas norteamericanas y cuando viajo a festivales aprovecho de ver lo que pueda. En un tiempo formaba parte de un cine club y tenía acceso a muchas cintas del mundo. Pero ya no.
-¿Cuándo comenzará a filmar la tercera parte de la trilogía?
No lo sé. No es fácil concretar proyectos grandes como estos. Además esta película transcurre completamente en Nueva York. Mientras tanto pretendo volver a trabajar como lo hice cuando comencé. Quiero filmar una pequeña película de bajo presupuesto, en blanco y negro. Será un regreso a los orígenes.
Theo Angelopoulos se despide y comete un error perdonable. Lanza la siguiente frase: "Mándale un saludo a Solanas cuando lo veas en Chile". Le digo que es argentino, pero parece no escuchar. Se va a paso lento, abriéndose camino entre un grupo de jóvenes que conversan a todo volumen y ríen a carcajadas. Angelopoulos se aleja como si fuera un fantasma de otro tiempo. El hombre que se dirige hacia el ascensor es una leyenda, un sobreviviente.