Entrevista
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Camila Guzmán, directora de El telón de azúcar "El mundo se nos acabó a los 18 años" |
El primer documental de Camila Guzmán como realizadora ofrece una mirada llena de matices, pero sobre todo cándida y generosa, hacia Cuba. El presente de la isla está visto desde el recuerdo de un pasado feliz e inocente, por la generación que vivió los cambios más fuertes en plena juventud. El telón de azúcar -ganadora de los premios Fipresci Bafici 2007 y mejor director Sanfic 2007- se estrenó en Chile este 15 de noviembre. (Foto: Ernesto Montiel)
Por Pamela Biénzobas desde París
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Aún en plena gira por festivales de todo el mundo, y a punto de presentar El telón de azúcar en salas de Francia y Chile, conversamos con Camila Guzmán sobre el largo y personal proceso que la llevó a la película, y sobre las reacciones que está suscitando, y que aún no acaba de digerir.
-¿El peso de tu padre (Patricio Guzmán, director de La batalla de Chile) como documentalista tuvo alguna influencia para que quisieras o al contrario dudaras en hacer documentales?
-El documental siempre estuvo cerca de mi vida. Mi hermano chico se llamaba La batalla de Chile. Aunque estuviera en latas de negativos, es algo más que una película en la familia. Cuando tenía seis o siete años, recuerdo jugar entre las sillas de las salitas del ICAIC donde visionaban la tercera parte de La batalla de Chile. Con (mi hermana) Andrea nos perseguíamos y la gente nos decía "fuera, niñas". Entonces el documental siempre estuvo ahí. Y la ficción, pues luego mi papá hizo La rosa de los vientos, que fue el primer rodaje en el que estuve presente. Lo recuerdo muy bien. Luego la película se montó en La Habana, y yo jugaba con la sincronizadora. Eran unos aparatos buenísimos, unas máquinas como de juguete.
Después empecé a estudiar ingeniería. Por alguna extraña razón a mi hermana y a mí se nos dieron muy bien, y mi mamá nos encaminó más hacia las ciencias. Durante la carrera, mi papá tenía una película (La cruz del sur) producida por su mujer, lo que le daba cierta flexibilidad, y nos propuso ir a ver lo que era el cine. Y acepté.
-¿Qué edad tenías en ese momento?
Camila Guzmán (en el centro), pionera en Cuba |
-Dieciocho años. Y efectivamente desde entonces nunca más me salí del cine. Para mí era una profesión como cualquier otra, pero no pensaba en realizar. Empecé a hacer foto, estudié foto-periodismo primero; me gustaba la realidad. Si tiene algo que ver mi papá, uno ya no sabe cómo separarlo.
Luego de estudiar cine empecé a trabajar en asistencia de dirección, que es un oficio que en un 95% no tiene nada que ver con la dirección. Hacer El telón de azúcar vino por otro lado. Creo que había un temor de repetir exactamente el oficio del padre. Es jodido. Indiscutiblemente hay algo ahí, pero ya lo asumí. Seguramente sí hay una influencia, pero no me interesa analizarla a mí.
El telón de azúcar es otra historia. Yo me fui a aprender cine con mi papá en un momento en que Cuba iba bien. Se había caído el muro; Gorbachov seguía ahí, aunque distante; y por primera vez nos dijeron "vamos a hacer un proceso diferente del de la Unión Soviética". Había rumores. Pero yo tenía 18 años y entonces no te das cuenta de la magnitud de la Guerra Fría ni de nada. Y al momento de volver después de un año y medio, a retomar ingeniería civil, llega el "período especial". Fue brutal, de un día para otro. La economía se paralizó en dos o tres meses. Mi hermana me empieza a contar que va a la universidad en bicicleta, que se corta la luz a la mitad del día hasta que ya no hay "apagones" sino "alumbrones" de tres horas... Todo esto para mí resulta surrealista.
En ese momento vivía en Inglaterra. Todo el tiempo te preguntan "¿de dónde eres?", "Cubana", "¡Castro al infierno!", "No, yo fui feliz". Y todo eso me provoca un conflicto de identidad con Cuba que se cae. Mis amigos me decían "no es el momento de volver, espera". Entonces prolongo la estadía en Inglaterra estudiando, y la vida como que se va por otro lado hasta que el año '94 regreso a La Habana y mi país de infancia no estaba. Además, llegué el día que comenzó la crisis de los balseros.
Volví a Inglaterra desestabilizada. Luego el '97 y el '98 me fui a Chile, pero me di cuenta de que era cubana. Lo pasé mal. Regresé a Cuba seis meses con la decisión de hacer mi película. Quería saber en qué se había convertido Cuba que ya no era mi país de infancia.
-Hay una mirada personal que llama la atención por la combinación muy sutil de distancia y cariño, que se separa del revisionismo más cínico y la defensa nostálgica. Eso debe de tener una recepción distinta según dónde se vea, pues estás hablando de un país sobre el que todos tienen una opinión. ¿Estructuraste ese discurso de antemano?
Amigas de Camila Guzmán entrevistadas en la película |
-Esta película la filmé sola con una amiga, y la armé en mi casa con la computadora. Pasó mucho tiempo y sé que para mucha gente me empecé a convertir en la loca con su película imaginaria, que nadie había visto. Para mí lo único importante era uno: ser fiel a mis principios, a mi moral, a mis creencias, a mis valores; y dos: respetar a las personas que había filmado. A partir de ahí tenía que construir mi historia y contar este país de mi infancia que existió, y dónde estamos hoy y qué nos dio y qué no nos dio. ¿Qué pasó con esta generación que tuvo esta experiencia a mi juicio bastante especial? El mundo se nos acabó cuando teníamos 18 o 20 años.
Hay cosas que ya estaban en el guión del año 2000, pero otras que fueron saliendo con el tiempo. Creo que la película le debe mucho al tiempo que se demoró. Es un lujo montar, parar, tomar distancia... es imprescindible para un documental. Creo que el equilibrio final de la película está en ese tiempo de montaje.
Lo que digo en la película lo asumo hasta el final. Intenté que mi voz en off fuera corta, pues no me gustan los documentales auto-referentes por gusto. Tampoco quería contar mis intimidades. Pero a la vez quería acompañar a mis amigos y sobre todo a mi mamá; decir "aquí estamos todos juntos".
Todo es intuición. No hay nada calculado. ¡Jamás! La pasé muy mal cuando estaba montando. Pensaba "¿a quién le va a interesar esto? Es mi vida...". Para mis amigos era una historia banal, como el cariño por el peluche de infancia. Si algo se puede recuperar de positivo, pues bien. La película ha ido a unos 15 festivales. En Rusia, Polonia, Bulgaria, Alemania del este, China, la película fue la cagada. Mucha gente luego me dice "yo fui pionero; yo usé pañoleta; yo fui feliz. Gracias". "¿Tú fuiste feliz en China?" "Sí, sí". Gente de más o menos la misma edad que yo. A todos se les rompió el sueño más o menos a la misma edad.
-¿En algún momento te propusiste manejar la "dosis" de nostalgia?
-No. Hay gente que me dice que le falta música a la película. Ese piano maravilloso, sublime de Omar Sosa... en algún momento en que estaba montando sola tuve la tentación de poner mucho más, pues le venía como anillo al dedo. Pero iba a ser como esas películas que te dicen "ahora llora, llora". Eso no me interesa, así es que ese tipo de cosas las quise dosificar. Pero no dosifiqué la nostalgia. Creo que en algún momento encontré un equilibrio interno.
Cuando Omar Sosa –que tiene unos años más que yo y salió en la misma época que yo, cosa extraña- vio la película, lloró y lloró. Me dijo "esta película es posible gracias a tu tiempo de exilio, porque tienes una distancia que no tiene la gente de adentro ni la que acaba de salir".
-Mirando hacia atrás, y considerando esas reacciones de gente del ex bloque socialista, ¿dónde crees que está el punto en que tu historia personal se hace universal?
-Eso yo no lo sé. Para mí es una sorpresa. Por un lado cada cubano que la ve, adentro o afuera, me dice que se siente totalmente identificado y que comparte el punto de vista de la película. Es una sorpresa que la gente de países del este me digan lo mismo. Y es una gran sorpresa ver que un montón de franceses me dicen "tu film me reenvía a mi infancia". Es el regalo más bonito.
-¿Sientes que eso dialoga con la tendencia actual a un cierto revisionismo y cuestionamiento? No es tan políticamente correcto hablar de que efectivamente fue bonito. ¿Has sentido esas reacciones?
-La película provoca rabias de ambos bandos, porque existe esa polarización entre los que piensan que es el infierno o el paraíso. Lo curioso es que la mayoría de esa gente nunca ha ido a Cuba. Con el tour de festivales me doy cuenta de que Cuba es un mito en el mundo entero. En todos lados se llena la sala, y la mitad viene con una idea preconcebida. Y a algunos le da rabia que no hable de los asesinatos y tal. Yo hablo de mi experiencia. Ése es el punto de partida. Nunca tuve la intención de hacer un documento histórico ni una película política, ni un balance de nada. Algunos se enervan porque sostienen que Cuba es un infierno, y otros porque sostienen que hoy es un paraíso absoluto, y que cómo me atrevo a criticar.
-¿Se ha mostrado en Miami? ¿Te importa esa reacción?
-Todavía no. Me interesa que primero se muestre en Cuba. Le tengo temor a Miami. Me la han pedido muchas veces, pero no quiero que pase ahí hasta que haya pasado en Cuba.
-¿Cómo manejas el sentirte expuesta a que todos tengan una opinión sobre algo tan personal?
-Es muy extraño y todavía no lo digiero. Estoy súper vulnerable y sorprendida. Creo que ciertas películas que tienen un mayor consenso, en que quizás la izquierda está de acuerdo y la derecha no. Pero con esta película se me está produciendo una serie de enredos.
Creo que el público es inteligente. No estoy de acuerdo con la actitud condescendiente –cada vez mayor en los canales de televisión- de que hay que explicarlo todo como si fuéramos idiotas. Estoy contenta de haber hecho esto de manera independiente, y creo que este cine tiene un espacio. Yo nunca quise imponerle mi punto de vista a nadie porque creo que cada cual tiene los elementos para hacerse una opinión propia, que es legítima.
-¿Cómo manejaste en el montaje los diferentes materiales y niveles de narración (testimonios de otros, el tuyo, las imágenes fijas, los lugares)?
El proceso de montaje es una cosa muy abstracta. ¿Alguna vez has hecho frijoles negros? Es una de las pocas cosas que sé hacer. Tienes una olla llena de cosas que se va haciendo lentamente. Y al cabo de unas horas cuaja y se vuelve esa cosa espesa deliciosa... o no, y se queda líquido, o se te pasa y queda una cosa dura. Ese momento es mágico.
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