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Film Estreno

Como en los viejos tiempos Temple de acero
Por Joel Poblete
¿Era necesaria una nueva versión fílmica de la historia que originó la recordada película que le permitió ganar su único Oscar como mejor actor al legendario John Wayne? En estricto rigor, no, pero como ya hemos aprendido entre tanto remake que nos llega en la poco estimulante cartelera de los últimos años, este tipo de películas no se rigen por leyes o cánones tradicionales, y pueden depararnos tanto un bodrio como un inesperado acierto. Al respecto, sólo por hablar de un caso reciente, basta recordar lo que logró Herzog en la desquiciada y sorprendente Un policía corrupto, que salvo por el título original y la adicción y desequilibrio interno de su protagonista, poco y nada tenía que ver con Un maldito policía, de Ferrara, de la que en teoría era un remake; ambas son notables, pero muy distintas en su concepto, moral y puesta en escena.
Al ver la nueva versión de Temple de acero a cargo de los hermanos Coen, queda claro que indudablemente están presentes muchas de las marcas de fábrica de su universo como cineastas, pero de todos modos no se lo podría considerar por completo un trabajo típico en su filmografía. Sin embargo, dista de ser un producto por encargo, como suele ocurrir con los remakes (algunos incluso podrían haber sido escépticos al ver en los créditos el nombre de Steven Spielberg como uno de los productores ejecutivos): hay una indesmentible libertad y frescura visual y narrativa de parte de la dupla, quienes han declarado a los cuatro vientos -y la prensa se ha encargado de reiterarlo una y otra vez- que en vez de basarse en la película homónima de 1969, se inspiraron en la novela original de Charles Portis, publicada en 1968. Si esto es verdad o no, sólo podrían decirlo quienes han leído el texto, pero al menos basándonos en el visionado de ambas cintas, la verdad es que la historia, las circunstancias y especialmente los diálogos son casi idénticos, salvo por algunas contadas sorpresas o bromas típicamente "coenianas".
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John Wayne en Temple de acero (1969) |
Aunque a algunos cinéfilos les suene a sacrilegio, y considerando que las comparaciones son odiosas pero inevitables, en casi todos los aspectos que lo integran, el film logra superar al original de Henry Hathaway. En verdad no era tan difícil como parecía: a lo largo de las cuatro décadas que duró su carrera, este realizador se confirmó como un artesano eficaz, pero nunca logró volar demasiado lejos o convertirse en un autor, a pesar de los evidentes logros de clásicos como El beso de la muerte y Niágara. Si bien claramente nunca llegó a las alturas de maestros como Ford o Hawks, se desenvolvía bien en el western, como lo probó en los años 60 con títulos como Los hijos de Katie Elder y Nevada Smith, o en sus segmentos en la irregular pero de todos modos estimable La conquista del Oeste. Pero a pesar de su fama, vista hoy, hay que decir que su Temple de acero original no es nada demasiado especial: entretenida y amena, tiene algunas escenas que funcionan bien y se beneficia de una espléndida fotografía del gran Lucien Ballard y un bello uso de los paisajes, pero le falta más tensión y energía, la actuación de Kim Darby encarnando a la adolescente Mattie Ross no ha soportado bien el paso del tiempo, a Wayne lo hemos visto mejor en muchos otros títulos -es sabido que como suele ocurrir en los Oscar, su estatuilla tuvo más que ver con un reconocimiento tardío a su trayectoria que un premio real a la mejor actuación masculina del año, considerando que también estaban nominados los inolvidables Jon Voight y Dustin Hoffman de Midnight Cowboy- e incluso la banda sonora del habitualmente genial Elmer Bernstein (incluyendo su ya emblemática canción) es por momentos más pomposa, lírica y épica de lo que sugieren sus imágenes. En definitiva, comparada con otros imperdibles del género, su aura mítica le queda grande.
¿Y la nueva versión? En verdad no es tan notable como los mejores trabajos de los Coen -la lista varía según el cinéfilo, obvio, pero suelen repetirse títulos como De paseo a la muerte, Barton Fink, Fargo, El gran Lebowski y Sin lugar para los débiles-, aunque claramente es una película muy lograda, de todos modos más interesante y valiosa que decepcionantes trabajos suyos como ¿Dónde estás hermano? y El amor cuesta caro. Y si hablamos de remakes, sin dudas es mucho más convincente que su amable pero innecesaria nueva versión de El quinteto de la muerte, que ni logró igualar al clásico original de Mackendrick ni aportó un punto de vista demasiado especial.
Más sobrios y contenidos que de costumbre, pero de todos modos recurriendo a su ironía o al humor negro cuando es necesario, los Coen desarrollan una narración fluida y con un ritmo permanente, con una puesta en escena cuidada, clásica y pulcra, que se apoya en los estupendos trabajos de nombres indispensables en su cine como Roger Deakins en la fotografía -hermosos los tonos y la textura de sus imágenes- y la acertada música de Carter Burwell, con su bello tema principal basado en un himno tradicional de la época.
La cinta describe muy bien la vida en un mundo muy particular como el Oeste de las primeras décadas del siglo XX, lo que se acentúa gracias a la lograda ambientación de época; se retrata a una sociedad en transición, con sus propias reglas y costumbres, pero abriéndose de a poco a un nuevo orden, lo que se refleja especialmente en sus personajes centrales. Contada a partir del punto de vista de su joven protagonista, Temple de acero es una aventura, pero también un clásico relato de crecimiento y maduración, y en esto es vital la entrañable relación que va forjándose en pantalla entre Hailee Steinfeld y Jeff Bridges, cuyas interpretaciones logran transmitir el choque entre la niña que al buscar justicia debe asumir tempranamente misiones de adultos, y el veterano y huraño "Rooster" Cogburn que ya parece venir de vuelta de todo. La talentosa Steinfeld es mucho más creíble y conmovedora que Kim Darby en la película de 1969 -y de verdad parece una adolescente-, y un histriónico pero nunca sobreactuado Bridges sabe componer un personaje humano, que no se queda en los tics y lugares comunes de lo que pudo ser sólo una caricatura o una imitación del "Duke", sino que es un carácter por sí mismo.
A medida que va avanzando la película vemos aparecer distintos personajes secundarios interpretados por un certero elenco -incluyendo a Matt Damon interpretando a LaBoeuf, de presencia y apariciones mucho más episódicas y acotadas que en el film de Hathaway-, pero indudablemente la película descansa en esa relación de los protagonistas, que puede ser la de un padre sustituto y su hija postiza, dos compañeros de peripecias o dos amigos a los que sólo separa la enorme diferencia de edad. Aquí se genera sensibilidad y ternura, pero gracias a un conseguido equilibrio entre la virilidad y la emoción, nunca se cae en lo lacrimógeno o la ñoñería. El mejor ejemplo de lo que silenciosamente logra esta película que no es extraordinaria, pero de todos modos logra calar en el espectador mucho más allá de lo rutinario, está en su desenlace, completamente distinto al de 1969: reposadamente y sin grandes aspavientos, en esa mezcla de melancolía y nobleza es posible sentir el espíritu y la mitología de los mejores westerns del pasado.
True Grit EEUU, 2010 |
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Dirección: Producción: Guión: Fotografía: Montaje: Música: Elenco: Duración: |
Ethan Coen y Joel Coen Scott Rudin, Ethan Coen y Joel Coen Ethan Coen y Joel Coen Roger Deakins Roderick Jaynes (Ethan Coen y Joel Coen) Carter Burwell Hailee Steinfeld, Jeff Bridges, Matt Damon, Josh Brolin, Barry Pepper 110 minutos |
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