La fuerza de gravedad de la memoria Nostalgia de la luz (1)

Por Andrés Nazarala

No debe ser fácil escribir una sinopsis de Nostalgia de la luz, de esas cortas, de solapa de DVD. Su trama es irreductible a un par de palabras, su amplitud no calza con la publicitaria economía de caracteres tan propia de una era en la que el cine es promocionado como un producto de consumo. El último documental de Patricio Guzmán es, en este sentido, anacrónico; una reflexión filmada que se distancia de cualquier pragmatismo y en la que las relaciones temáticas parecieran fluir libremente gracias a un ejercicio que funciona como una especie de "corriente de la conciencia" cinematográfica.

El director empieza relatando su reencuentro con un viejo telescopio alemán que le despertó el gusto por la astronomía. Su voz en off –lenta, casi en estado de ensoñación- y planos estilizados y fijos del hogar de su infancia, marcan de entrada el estilo íntimo y pausado del filme. En estos primeros segundos, Guzmán arroja también una idea sobre la que orbitarán todas sus elucubraciones. Recuerda esa época apacible y concluye que "el tiempo presente era el único tiempo que existía".

El presente, bajo esta lógica, está marcado por la búsqueda del pasado, y no sólo el reciente. Reconociendo que la memoria tiene "fuerza de gravedad", Guzmán visita los observatorios astronómicos donde los expertos tratan de descubrir en el cielo las huellas de fenómenos pretéritos ocurridos hace millones de años, visita el campo de concentración de Chacabuco, en el que está instalado las huellas del dolor (hay incluso nombres de detenidos aún escritos en los muros) y sigue a las mujeres de Calama que buscan a sus parientes muertos en la dictadura.

Lo que tienen todos en común es, por supuesto, el interés por develar misterios pretéritos; los astrónomos con afán científico, los familiares para cerrar un largo duelo. "Nosotros podemos dormir tranquilos después de cada noche de observación del pasado. Esas mujeres no", analiza en una escena el astrónomo Gaspar Galaz. "No me quiero morir sin encontrarlo", confiesa, por su parte, una mujer de 70 años que no ha dejado de buscar rastros de su marido bajo la inmensidad de la tierra.

Guzmán va tejiendo relaciones entre esos dos frentes –el cielo y la tierra-, pero en medio de su reflexiva investigación también encuentra coincidencias que le permiten ir atando cabos. Entre otros detalles, dos astrónomos son hijos de perseguidos políticos (una perdió a sus padres) y se entera además que los detenidos de Chacabuco se entretenían estudiando el universo. "Mirando el cielo y las estrellas, maravillándonos con las constelaciones nos sentíamos absolutamente libres", es el testimonio de uno de ellos.

Nostalgia de la luz es probablemente la película más libre, "abstracta" y sentida de Patricio Guzmán y no sería raro que a alguien opine que sus elucubraciones resultan algo forzadas. Lo que hay que tomar en cuenta es, sin embargo, la fluidez, naturalidad y progresión con la que el director va ligando cada elemento.

Si el documental no revela nuevas informaciones –en tiempos de tantas cintas desechables de conspiraciones y denuncias-, ofrece en cambio un ejercicio en el que se unen la emoción, la memoria y la intelectualidad, todo envuelto en un manto visual cargado de belleza y sutilezas.

Nostalgia de la luz es también una película fabricada desde la distancia –a diferencia de la cercanía con los hechos de La batalla de Chile-; un pensamiento que surge en medio del silencio y el olvido, lejos de los misterios del cosmos y de esas muertes que nunca tendrán sentido.