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Film Estreno

Pina

Capturar lo intangible Pina

Por Joel Poblete

Había motivos de sobra para recibir con suspicacia y desconfianza los elogios de la prensa y la crítica internacional tras el estreno de este documental de Wenders hace casi un año en el pasado festival de Berlín. Mal que mal, los trabajos del realizador alemán de la última década no habían sido particularmente valiosos. El hotel del millón de dólares (The Million Dollar Hotel, 2000) es un fiasco de proporciones, con Land of Plenty (2004) o Palermo Shooting (2008) no pasa demasiado, y a pesar de todos sus pergaminos –como su reencuentro con Sam Shepard dos décadas después de la inolvidable París, Texas (1984)-, La búsqueda (Don't come knocking, 2005) hasta da un poco de vergüenza ajena. Es por eso que cuando se supo que el nuevo proyecto de Wenders estaba centrado en la alabada coreógrafa germana Pina Bausch, de seguro los únicos que realmente tenían altas expectativas eran los admiradores del personal estilo de la artista, y cuando se anunció que la película sería en 3D, la desconfianza aumentó pensando que el cineasta sólo se estaba dejando llevar por las modas.

Pero hasta los más incrédulos quedaron gratamente sorprendidos con el resultado, y en general hay consenso de que Pina es lo mejor de Wenders desde Buena Vista Social Club (1999). De partida, el documental está indiscutiblemente bien ejecutado a nivel técnico. La fotografía de Hélène Louvart captura a la perfección la atmósfera visual de las escenas coreográficas en interiores y las texturas de las secuencias en exteriores; así como el montaje de Toni Froschhammer maneja de manera acertada y fluida las transiciones internas de cada coreografía, la alternancia entre la danza, los testimonios y otras imágenes. Pero la verdadera sorpresa es que, como pocos, Wenders ha sabido realmente utilizar el 3D con criterios artísticos honestos y justificados. Más que como un simple efecto especial destinado a sorprender al espectador, la tridimensionalidad no es aquí un fin en sí mismo, antojadizo e innecesario, sino un recurso expresivo, un medio para transmitir la sensación de corporeidad, esencial para una película ligada a la danza, y que pretenda reflejar en el cine lo que se podía sentir en vivo con una coreografía de la Bausch.

En ese sentido, fuera de lo técnico, la potencia expresiva y la sensibilidad de las piezas de Bausch están notablemente traspasadas a la pantalla. Aquí conviene detenerse porque podría surgir el clásico dilema entre sí el mérito del documental depende del artista representado o es una pieza artística con validez independiente de su objeto de estudio.

Frente a lo anterior, hace más de diez años con Buena Vista Social Club, hubo quienes dijeron que los innegables logros emotivos y artísticos del documental le debían más a los entrañables y veteranos músicos protagonistas y a su música que a Wenders, al que incluso calificaron de oportunista. En el caso de Pina, los riesgos eran aún mayores, porque al menos en la película sobre los intérpretes cubanos había distintas aristas que cubrir: la nostalgia, el rescate histórico de un movimiento musical, el carisma y las vivencias personales de los distintos personajes, así como las circunstancias sociales y políticas que rodearon sus carreras, considerando que jamás dejaron la isla. En cambio en esta nueva cinta, todo era mucho más simple y directo: un simple homenaje a Bausch que terminó convirtiéndose en una suerte de testimonio póstumo, luego de que ésta falleciera a mediados de 2009, cuando el proyecto aún se estaba filmando, lo que obligó a darle un giro que a partir de ahí consideró que al tiempo que se mostraban sus coreografías y se entrevistaba a los bailarines de su compañía, la Tanztheater Wuppertal, todo tendría un carácter de legado, tributo y apología.

Ahí nace la tentación de calificar de snob y elitista a una película como ésta, porque aparentemente sólo está dirigida a quienes admiraron a la coreógrafa y sus obras, o a quienes están familiarizados con su arte. Porque esta no es una biografía lineal de la Bausch o una explicación lógica o convencional de por qué fue tan fundamental su aporte en la escena internacional, incluso, ni siquiera se saca partido a las conexiones directas que tuvo con el cine, por ejemplo actuando en Y la nave va de Fellini, y muy especialmente con el homenaje de Almodóvar al abrir y cerrar Hable con ella con dos de sus mejores creaciones, Café Müller y Masurca fogo, respectivamente; o por ejemplo cómo en otro documental, Dancing Dreams (Tanzträume, exhibido en SANFIC y FIDOCS), utilizó como obra principal una de sus coreografías más emblemáticas, Kontakthof (la que por cierto, también figura brevemente en el documental).

Lo que intentó y logró Wenders fue mucho más complejo y delicado que un documental convencional: que todos pudieran sentir o captar el arte desplegado por esta creadora, aunque no supieran nada de su aporte a la danza ni de este género artístico.

Wim Wenders supervisando el 3D

Sólo en contadas ocasiones la historia del cine ha logrado transmitir fielmente la pasión, el dinamismo y la particular energía que puede alcanzar la danza, sea del estilo que sea, así como el despliegue y las exigencias que demanda al cuerpo de los bailarines. Por supuesto, la referencia permanente e inmediata siempre será la maravillosa Las zapatillas rojas (1948), pero también hay que buscarla en ejemplos tan diversos como los mejores directores de musicales (desde los tempranos despliegues de Berkeley hasta Donen y Minnelli, entre otros), el binomio Wise-Robbins en West Side Story (1961), las incursiones de Carlos Saura y Bob Fosse en cualquiera de sus películas que incluyera números coreográficos, hasta ejemplos más contemporáneos como Billy Elliot (2000), La compañía (2003) y Cisne negro (2010) o algunos momentos de películas menos logradas como Momento de decisión (1977) y Sol de medianoche (1985). Y en el documental, el referente más inmediato y reciente sería La danse (2009), el alabado film del octogenario Frederick Wiseman. A todos ellos habría que añadir ahora a Wenders que, dicho sea de paso, tenía un desafío mucho más complicado porque algunas de las coreografías de Bausch son especialmente abstractas y llenas de símbolos, con música menos "asimilable" en una primera audición que una melodía de Gershwin, Bernstein o Tchaikovsky. Por ejemplo, es formidable cómo Wenders captura los movimientos animalescos y primitivos de La consagración de la primavera, calzándolos con precisión a la partitura de Stravinsky.

Quienes hayan podido asistir a Masurca fogo y Como el musguito en la piedra, ay sí, sí, sí, los dos espectáculos que –en 2007 y 2009, respectivamente- trajeron de regreso a Chile a Pina Bausch y su compañía tras más de 20 años de ausencia, podrían dar excelentes testimonios de lo que transmitían en vivo y en directo. La primera, que también aparece en Pina, era una de sus obras maestras, centrada en Portugal, su gente, tradiciones, naturaleza y música, y la segunda pretendía algo muy parecido, esta vez en torno a Chile; el resultado fue menos convincente que el anterior, y aunque tenía buenos momentos, es un trabajo que caía en reiteraciones y al que aún le faltaba mayor rodaje y profundidad, quizás en buena medida por ser la última obra estrenada y supervisada directamente por Bausch, cuya repentina muerte no le permitió continuar trabajándola y puliéndola luego del debut. Sea como sea, aunque muchos hayan asistido a ambos espectáculos sin siquiera conocer mucho a la artista –sólo por un tema de moda y "onda"-, puedo dar fe que en especial con Masurca fogo, Bausch y su agrupación consiguieron conmover, entretener y hacer vibrar con diversas emociones no sólo a los entendidos, sino a muchas personas que jamás habían visto un espectáculo de danza en vivo. Porque en esos espectáculos se pudo apreciar todo lo que las coreografías de Bausch podían reunir: drama, humor, erotismo, nostalgia, melancolía, pasión, magia, emoción, energía y una fuerza que no cualquier expresión artística alcanza.

Pina Bausch

El año pasado se exhibió por primera vez en Chile una ópera filmada en 3D –una energética Carmen en el Covent Garden de Londres- y recientemente el ballet Giselle. En ambos casos, los resultados eran sorprendentes, con cámaras bien ubicadas y una tridimensionalidad efectiva y dinámica. Pero acá Wenders va mucho más allá, demostrando lo que diferencia un hábil registro del punto de vista de un cineasta sensible: dónde sitúa la cámara, cómo la mueve, qué ángulos escoge, cómo intercala las escenas en el montaje definitivo, cómo utiliza el 3D hasta conseguir que lo corpóreo se traspase, y cómo pasa de las coreografías captadas en el interior de los teatros, hasta llevar la danza a la calle, con los bailarines desarrollando verdaderas performances en su entorno inmediato, e incluso fusionándose con el paisaje, alcanzando connotaciones expresivas superlativas. Sólo por todo esto, Pina merece un lugar de privilegio no sólo entre los estrenos de 2011, sino además en la filmografía de Wenders de la última década, quien confirma que no todo estaba perdido y que aún puede depararnos alguna sorpresa. Pina Bausch y la danza lo merecían, pero también el público y el otrora vilipendiado y ahora "resucitado" Wenders.

Pina
Alemania-Francia-Inglaterra, 2011
Dirección:
Producción:
Guión:
Fotografía:
Montaje:
Música:
Duración:
Wim Wenders
W. Wenders, C. Bolzli, GP. Ringel y otros
Wim Wenders
Hélène Louvart
Toni Froschhammer
Thom Hanreich
104 minutos

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