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Film Estreno

La piel que habito

Riesgo, ridículo y maestría La piel que habito

Por Joel Poblete

Tras la consolidación como cineasta en España entre fines de los años 80 y mediados de los 90, y luego de la consagración internacional obtenida con Todo sobre mi madre (incluyendo premios como el mejor director en Cannes, el Globo de Oro, el César y el Oscar), en la última década la filmografía de Almodóvar ha tomado un rumbo incierto, por momentos fascinante y en otros desconcertante e incluso decepcionante, pero nunca rutinario o completamente predecible, incluso en ese verdadero compendio de sus "grandes hits" que fue la entretenida pero sobrevalorada Volver. El punto de inflexión habría que encontrarlo hace casi exactamente diez años, con el estreno de la notable y también muy (y merecidamente) premiada Hable con ella, en la que no sólo continuó profundizando en el melodrama, sino además entregó una de sus obras maestras, en la que la madurez de la puesta en escena no le hizo perder la frescura y espontaneidad de los títulos precedentes, mientras a la vez asumía opciones narrativas cada vez más elaboradas y convincentes, incluso a pesar de los a menudo increíbles y exagerados giros que suelen abundar en sus tramas. Y lo mejor es que como en sus mejores trabajos (¿Qué he hecho yo para merecer esto?, La ley del deseo, Mujeres al borde de un ataque de nervios y la espléndida La flor de mi secreto), los aciertos y hallazgos formales nunca truncaban la ebullición de los sentimientos y emociones, ya fueran la risa, la pasión o el llanto.

Luego de alcanzar esa cima con Hable con ella, los cuatro títulos posteriores del realizador manchego han dejado perplejos a público y crítica, tanto a partidarios como a detractores. Sí, porque esta última década ha estado marcada por la irregularidad: mientras ha asumido cada vez mayores riesgos argumentales (ya sea por la temática en La mala educación o los giros guionísticos de ésta y Los abrazos rotos) y en cada nueva película Almodóvar parece depurar aún más su técnica y estilo visual, a la vez siempre se percibe una cierta tensión entre lo que él parece buscar y lo que finalmente vemos en pantalla. Y esto mismo se refleja en la clara división que han generado sus últimas cintas, que ya no parecen captar consensos inmediatos como sus producciones más elogiadas, salvo la ya mencionada Volver, a la que no se puede dejar de reconocer buenos elementos (la fluidez y dinamismo con los que avanza la historia, las excelentes interpretaciones del elenco femenino) pero que sin embargo parecía más una forma de satisfacer a los más acérrimos fans almodovarianos luego de los altibajos de La mala educación como para asegurar que "Pedro" seguía ahí, algo en lo que de cierta manera insistía en los curiosos y por momentos complacientes elementos humorísticos que desfilaban ocasionalmente en Los abrazos rotos, un drama apasionado y por momentos desgarrador, como los que tanto le gustan al cineasta, pero cuyo real impacto emocional se sentía más distante e impreciso.

Pero ahora, con la mucho más radical La piel que habito, Almodóvar fue aún más lejos en todos los aspectos: el relato y cómo lo desarrolla y estructura el guión, el desafío a las convenciones del género (y decimos género en todas sus acepciones), el tono de las actuaciones, el tema y la casi completa erradicación del humor. Cada vez el director parece admitir menos tonos medios, y es por eso que su película puede desagradar y molestar, e incluso ser detestada, o se la puede valorar y apreciar por sus aciertos formales y narrativos, y especialmente por el riesgo, por no conformarse con insistir en lo mismo, sino probar suerte en otras aguas. En este caso, luego de su experiencia en 1997 con Carne trémula, vuelve a adaptar un texto ajeno (ahora es Tarántula, de Thierry Jonquet) en una particular variación del terror sicológico, una enfermiza y rebuscada historia de sórdidos y siniestros contornos en la que por un lado aparecen los cada vez más recurrentes "homenajes" cinéfilos del autor (acá es posible encontrar desde reconocidos ecos de la emblemática Los ojos sin rostro (1960) de Franju y El coleccionista (1965) de Wyler, hasta influencias del giallo italiano, Cronenberg, Buñuel, Hitchcock, las producciones británicas de la Hammer y, cómo no, el Frankenstein de Mary Shelley) y además los habituales guiños a su propia filmografía: acá pueden distinguirse desde lo más obvio -Átame, por la historia y por el reencuentro tras dos décadas con su actor protagonista, Antonio Banderas- hasta La ley del deseo, Matador y Kika.

Pero al margen de sus fuentes de inspiración, durante casi la mitad de la película uno se siente desconcertado con lo que está viendo, ya que hábilmente Almodóvar opta por partir con la historia cuando ya buena parte de la trama ha avanzado, sin revelarnos mayores detalles, aunque por el camino iremos entendiendo todo (conviene no revelar demasiado, para quienes aún no la han visto, porque en ello reside parte importante de lo que el film provoque en el espectador); y de repente surgen elementos que rozan el ridículo y hasta provocan una mezcla de vergüenza ajena e incredulidad, porque no se sabe si uno debe reírse ya que eso era lo que buscaba Almodóvar, o fue directamente un arriesgado paso en falso (el episodio del hombre-tigre, y el personaje de Marisa Paredes). Pero de pronto, cuando uno piensa que la cinta está casi fuera de borda, los hilos comienzan a conectarse, y es entonces cuando el resultado general termina siendo más interesante de lo que parecía.

Como en Tacones lejanos y Carne trémula, y como en todos sus títulos de la última década, el director español indaga en las repercusiones del pasado sobre el presente, recurriendo a flashbacks que van reconstruyendo un nuevo rompecabezas, una historia dolorosa y trágica, de venganza y desgarro, despojada de cualquiera de los elementos que en el pasado hacían más "digerible" cualquier exceso o el giro más desquiciado del guión. Es un Almodóvar más frontal e implacable, que sigue filmando cada vez mejor y con un ritmo sostenido y fluido, pero ahora parece esquivar aún más las sutilezas o eufemismos, y no siempre consigue convencer con los vuelcos y resoluciones de la trama. Sin embargo, no se puede negar que  en el marco de la fría e inmaculada y casi quirúrgica atmósfera (mérito especial de dos de los mejores colaboradores almodovarianos en otras ocasiones: el diseñador de producción Antxón Gómez y el siempre notable director de fotografía José Luis Alcaine), La piel que habito logra estremecer, provocando incomodidad, tensión, y también inquietud y curiosidad.

La piel que habito no es uno de los mejores trabajos de Almodóvar, y claramente tiene irregularidades como las ya mencionadas, en especial en lo relativo al guión y al desarrollo de ciertos personajes y situaciones; pero a pesar de esto, provoca e interpela al espectador, a nivel interno y externo. En cuanto a los actores, no era tarea fácil sostener dos personajes como los protagónicos, y mientras lamentablemente Banderas no convence por completo en el particular registro expresivo que le pidió el cineasta, Elena Anaya está espléndida en un rol mucho más complejo y delicado de lo que parece en un principio. Y como es de rigor en cualquier film del autor, el soundtrack es fundamental, y cada vez más ecléctico, yendo desde la melancólica versión de "Por el amor de amar" que interpreta Concha Buika al inquietante y adictivo sonido electrónico del danés Trentemøller en "Shades of Marble", pero como siempre quien se luce por sobre todos es el indispensable Alberto Iglesias, cuya partitura sigue siendo uno de los mayores aliados en capturar sonoramente el universo visual del cineasta. La película deja claro nuevamente que Almodóvar no está dispuesto a estancarse y caer en la autocomplacencia repitiendo una y otra vez lo que el público espera de él, sino que prefiere hundirse cada vez más en las zonas oscuras, en las grietas del ser humano, mientras sigue explorando nuevos caminos para su cine.

La piel que habito
España, 2011
Dirección:
Producción:
Guión:
Fotografía:
Montaje:
Música:
Elenco:

Duración:
Pedro Almodóvar
Agustín Almodóvar, Esther García
Pedro Almodóvar
José Luis Alcaine
José Salcedo
Alberto Iglesias
Antonio Banderas, Elena Anaya, Marisa Paredes, Jan Cornet, Roberto Álamo
117 minutos

 

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