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Film Estreno

Los miserables

Canción sin fin Los miserables

Por Joel Poblete

No era un desafío menor: llevar a la pantalla grande uno de los musicales más populares y exitosos de las últimas décadas, uno que además exigía despliegues extras por estar ambientado en el agitado París de principios del siglo XIX, y por si fuera poco, basado en la célebre novela homónima de Víctor Hugo. Considerando lo esquivo que suele ser actualmente el público masivo con el género musical en el cine -salvo éxitos como el de Mamma mia! (basta con recordar el fiasco que hace algunos meses significó la mediocre La era del rock)-, una empresa de tal magnitud requería grandes nombres, y los estudios Universal se aseguraron de contar con ellos: convocaron al prestigioso productor británico especializado en musicales Cameron Mackintosh, ficharon a un atractivo elenco de estrellas y contrataron al realizador que hace dos años con El discurso del rey sepultó las esperanzas de Óscar de Red social, en otra de las muchas decisiones de la Academia de Hollywood que el tiempo se ha encargado de confirmar como un ridículo despropósito.

Pero una vez que se cuenta con tales elementos, ¿asegura eso un buen producto artístico? Por supuesto que no, y la verdad es que el resultado está muy por debajo de las expectativas. De hecho, como es cada vez más habitual en el cine contemporáneo, el apasionado y contagioso trailer que estuvo circulando durante meses, era finalmente bastante mejor que la película misma. Sin dudas la dirección de arte y vestuario son llamativos, pero todo es demasiado vistoso y se siente siempre un poco falso y teatral, como si no fuera real. Podría ser una opción interesante si el director de verdad hubiera decidido transformar su película en un cruce entre realidad y representación teatral, juego que en mayor o menor medida sí han seguido musicales fílmicos de la última década, como Rob Marshall en Chicago y en la fallida pero de todos modos interesante Nine. En cambio acá, la mezcla entre lo esperpéntico y kitsch con la pretendida fidelidad del retrato de época no termina de cuajar.

Los miserables confirma lo que ya hacía sospechar la encantadora pero sobrevaloradísima El discurso del rey: Hooper podrá haberse lucido mucho en sus producciones televisivas previas, pero como cineasta no parece ser un gran hallazgo. Tal vez por la naturaleza de la historia que contó en su film anterior, logró disimular sus falencias, pero en este musical se le pueden criticar desde los antojadizos movimientos de cámaras hasta el abuso de primeros planos para filmar a sus protagonistas. Sólo por mencionar un fragmento cuya resolución no convence: One day more, el número de conjunto que cierra el primer acto de la obra y acá es una suerte de clímax cuando ya ha transcurrido alrededor de una hora y media de metraje, se ofrece de una manera bastante confusa y errática, tanto en la forma de filmarlo como en el montaje que va alternando y mezclando los distintos actores/solistas. Y por si no bastara con su reducida y modesta habilidad en los momentos musicales, las escenas de acción y el despliegue de multitudes son torpes y flojos. ¿Y la muy publicitada opción del cineasta por filmar a los cantantes interpretando sus partes musicales en vivo? En el papel parecía una decisión muy atractiva, pero en la práctica al final da lo mismo, porque al ver la película está claro que no estamos escuchando las grabaciones en directo mientras los vemos cantando en pantalla.

Si hay algo en lo que se ha lucido Hooper tanto en sus películas para televisión como en los trabajos en cine, es en la dirección de actores. Y en un musical como este, en el que no sólo los momentos solistas o dúos y números grupales son cantados sino además la gran mayoría de los diálogos entre los distintos personajes -casi al modo de la ópera o los musicales cinematográficos de Jacques Demy con Michel Legrand-, se requiere de talento para que el público no adicto a este género aprecie y crea en las actuaciones; sobre todo cuando algunos personajes secundarios corren el riesgo de parecer meros estereotipos, y los más complejos roles principales deben parecer creíbles en medio de los excesos en los que puede caer este drama cantado. Y afortunadamente acá el cineasta logra exigir al máximo a su elenco, partiendo por quien encarna a Jean Valjean, el protagonista: Hugh Jackman es un buen actor que también se ha lucido en el teatro musical, incluso ganando el Tony en Broadway, aunque aún no había podido probar esa faceta en el cine; sin dudas su fuerte es la interpretación de personajes que pueden lucir una cuota de ironía y simpatía tan fuerte como su carisma y encanto, mezcla que no puede desplegar acá ya que se trata de un personaje perpetuamente sufrido y preocupado, y de exigente tesitura vocal que en varios momentos somete a duras pruebas al actor, quien de todos modos despliega sus recursos (está particularmente sólido en su Soliloquio), incluso cantando con voz más cansada e inestable a medida que su personaje va envejeciendo, recurso interesante desde el punto de vista dramático, pero en verdad no muy grato a los oídos.

En lo actoral y vocal, el resto del reparto se mueve desde Russell Crowe, que no canta nada de bien, pero de todos modos convence en lo interpretativo como el inspector Javert -en especial en su lograda escena final-, hasta dos intérpretes que en los años 80 protagonizaron las versiones originales del musical en Londres y Broadway, Colm Wilkinson y Frances Ruffelle, quienes fueran Jean Valjean y Éponine y ahora aparecen acá respectivamente como el veterano obispo que acoge al protagonista y una prostituta. Interpretando al excéntrico y divertidamente desagradable matrimonio Thénardier, Helena Bonham Carter y Sacha Baron Cohen aparecen en distintos instantes para proporcionar el único alivio cómico de la trama, pero la verdad es que sus excesos esperpénticos agotan y requieren de mucha buena voluntad, pese a que ambos pulsaron mucho mejor esas mismas cuerdas en la notable y subvalorada Sweeney Todd de Tim Burton. Y entremedio, se lucen especialmente los actores más jóvenes como Eddie Redmayne, Aaron Tveit y Samantha Barks, esta última toda una revelación como Éponine, en la que quizás es la actuación más espontánea del film. Hay que decir "quizás" porque quien se roba la atención es Anne Hathaway, en especial al cantar la célebre I dreamed a dream: de hecho, tiene prácticamente en sus manos el Óscar a la mejor actriz secundaria, sólo por la desgarrada interpretación de la canción, en verdad intensa, pero a la vez muy teatral.

Es importante aclarar que como cinéfilo soy un admirador de las buenas adaptaciones musicales; y también es bueno reiterar lo obvio: que este comentario es sobre la película, no sobre el musical que la inspira, espectáculo que jamás he visto en vivo. Lo aclaro porque es de suponer que algún mérito debe tener la obra si ha gozado de la popularidad y el apasionado fanatismo de las audiencias desde su creación hace ya más de tres décadas, pero a juzgar estrictamente por lo que se ve en pantalla, no se trata de un trabajo tan sobresaliente ni a nivel musical ni narrativo. Pese a las melodías más famosas y pegajosas -desde la ya mencionada I dreamed a dream hasta la ineludible Do you hear the people sing?-, la música del compositor Claude-Michel Schönberg es bastante monocorde y reiterativa.

En el actual panorama cinematográfico, queda cada vez más claro que para las nuevas audiencias el género musical funciona mucho mejor y es más efectivo en la pantalla grande cuando tiene elementos de humor, paródicos o de sátira: por algo Moulin Rouge!, Hedwig and the Angry Inch, Chicago, Hairspray, Sweeney Todd y The Muppets lograron cautivar incluso a quienes detestan los musicales (La era del rock, mencionada anteriormente, sería una de las pocas excepciones), mientras Los miserables funciona mucho mejor para los admiradores de la obra original o las almas hiper sensibles dispuestas a entrar en la dinámica del musical y dejarse arrastrar por sus contagiosos desbordes melódicos y melodramáticos y los aires libertarios y románticos de su historia. Para los demás, puede ser bonita visualmente y ofrecer un puñado de pegajosas canciones, pero por sobre todo será un largo y monótono fastidio. En manos de un director con mayor talento o visión personal para abordar tal desafío, quizás el producto pudo ser mejor; y claro, al menos Hooper no es el Joel Schumacher de El fantasma de la ópera (2004) -cinta con la que Los miserables guarda más de un punto en común-, pero reconozcamos que eso tampoco es demasiado mérito

Les Misérables
Reino Unido, 2012
Dirección:
Producción:
Guión:
Fotografía:
Montaje:
Música:
Elenco:

Duración:
Tom Hooper
Cameron Mackintosh, D. Hayward y otros
A. Boublil, CM. Schönberg y otros
Danny Cohen
Chris Dickens, Melanie Oliver
Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg
Hugh Jackman, Russell Crowe, Anne Hathaway, Amanda Seyfried
158 minutos

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