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Film Estreno

Anna Karenina

Belleza sin alma Anna Karenina

Por Joel Poblete

A través de cinco largometrajes en apenas siete años, la trayectoria fílmica de Joe Wright lo ha confirmado como uno de los realizadores británicos más interesantes y talentosos de la actualidad; al menos en los aspectos estrictamente visuales. Su más reciente trabajo, Anna Karenina, no es la excepción. Tras el paréntesis de la fallida El solista (2009) y luego de Hannah (2011) -que no llegó a estrenarse comercialmente en cines chilenos-, Wright abandona aguas más contemporáneas y regresa a lo que mejor sabe hacer: bellas y dinámicas películas de época adaptaciones de exitosas novelas. Llevado previamente en una decena de ocasiones a la pantalla grande (incluyendo las recordadas interpretaciones de Greta Garbo y Vivien Leigh), en manos de Wright el célebre texto de Tolstoi recibe su versión cinematográfica más ecléctica y sorprendente.

Con guión de Tom Stoppard -al igual que en Expiación (2007) lo hiciera con Christopher Hampton, Wright opta por una adaptación a cargo de un prestigioso escritor y dramaturgo-, esta Anna Karenina adopta una arriesgada apuesta narrativa, al abordar su historia como una representación teatral que aunque por momentos despliega escenarios naturales, se desarrolla casi por completo en los más diversos rincones de un teatro. No es una decisión inédita, ya que a lo largo de la historia otros autores han optado por soluciones similares, en algunas ocasiones con verdadero éxito, como por ejemplo en el Enrique V (1944) de Laurence Olivier y en La flauta mágica (1975) de Ingmar Bergman. Sin embargo, acá Wright intenta llegar aún más lejos, ya que para contar este inmortal drama sobre un adulterio que provoca escozor en el Moscú de la segunda mitad del siglo XIX, nunca parece dejar totalmente de lado los códigos teatrales, lo que se refleja especialmente en las actuaciones de su elenco.

Esta debe ser la Anna Karenina fílmica con mayor presencia del humor, pero eso a la vez reduce mucho el impacto dramático de la historia. Además, tal vez por el mismo hecho de partir de una representación teatral, aunque la trama gire en torno a una tormentosa historia de amor, acá la pasión real escasea, y todo es muy rígido y controlado, sin contar con que tampoco termina de funcionar la química entre Keira Knightley y Aaron Taylor-Johnson: ambos son muy atractivos físicamente, pero a pesar del habitual carisma histriónico de la actriz, la pareja adúltera que conforma con el actor que se dio a conocer como el protagonista de Kick-Ass (2010), no convence del todo. Afortunadamente, además de ellos el sólido elenco de la película ofrece buenas oportunidades para lucirse a un puñado de buenos intérpretes, incluyendo breves intervenciones de actrices como las estupendas Kelly Macdonald, Emily Watson y Olivia Williams, entre otros, y destacando particularmente la frescura y encanto de los jóvenes Domhnall Gleeson y la sueca Alicia Vikander, como Levin y Kitty, respectivamente.

Pero una vez más lo que no se puede dejar de elogiar en una película de época dirigida por Wright es su fascinante visualidad: cómo no apreciar los exuberantes diseños de producción de Sarah Greenwood y decorados de Katie Spencer, el vestuario de Jacqueline Durran merecidamente premiado con un Oscar, la virtuosa fotografía de Seamus McGarvey y muy especialmente la banda sonora de uno de los compositores más talentosos trabajando en el cine actual, Dario Marianelli. Tras sus maravillosas partituras en Orgullo y prejuicio (2005) y Expiación, el músico italiano vuelve a cautivar al recrear sonoramente el pasado, en este caso adaptándose a la perfección al estilo de la Rusia del siglo XIX, con ecos del folclor y lo popular, homenajes a Tchaikovsky y al igual que en Expiación, aprovechando de mezclar la música con los efectos de sonido ambiente, como por ejemplo cuando juega con el sonido de los timbres de los trabajadores de Oblonsky. Buena parte de la melancolía, la pasión, arrebato y belleza que logra transmitir la película y que no siempre se reflejan efectivamente en la pantalla, se deben al espléndido trabajo de Marianelli.

La estilizada apuesta artística de Wright deslumbra en varios momentos. Los movimientos de cámara son virtuosos y fascina el uso del espacio escénico que le permite filmar espacios distintos dentro de un teatro. Su elaboradísima puesta en escena, teatral y recargada, por instantes recuerda a clásicos como Michael Powell, pero también al Baz Luhrmann de Moulin Rouge! (2001), y no deja de usar efectivos simbolismos cuando se puede, como en las premoniciones de muerte que rondan a la protagonista desde el principio. El problema es que mientras en Orgullo y prejuicio y Expiación la emoción estaba a flor de piel al mismo tiempo que se lucían los aspectos visuales, acá todo es más cosmético, más exterior, y da la impresión que Wright prefiere el grandilocuente espectáculo por sobre el desarrollo dramático, porque aunque la intensidad de la tragedia va en aumento, sus personajes siempre parecen arquetipos cuya vida es manipulada en una pomposa obra de teatro. Es una opción estética, sin dudas, y está en su derecho de adoptarla, pero el resultado no alcanza las alturas que pudo lograr.

Anna Karenina
Reino Unido, 2012
Dirección:
Producción:
Guión:
Fotografía:
Montaje:
Música:
Elenco:

Duración:
Joe Wright
Tim Bevan, Paul Webster y más
Tom Stoppard,sobre la novela de L.Tolstoi
Seamus McGarvey
Melanie Oliver
Dario Marianelli
Keira Knightley, Jude Law, Aaron Taylor-Johnson, Matthew Macfadyen,Kelly Macdonald
129 minutos

 

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