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Film Estreno
Histrionismo sistémico Joy: el nombre del éxito
Por Andrés Nazarala R.
Admito que disfruté El lado bueno de las cosas (2012) aunque puedo entender a sus detractores. El exceso de histeria de un elenco sobreexpuesto amenazaba nuestros niveles de empatía pero, por otro lado, David O. Russell lograba encajar una radiografía de la neurosis contemporánea en las casillas de la comedia romántica más clásica. No daba para celebrarla demasiado –y sus ocho nominaciones al Oscar siguen siendo ridículas- pero parecía una obra más amable dentro de la irregular filmografía del director. Luego vino la scorseseana Escándalo Americano (2013), un nuevo vehículo para el lucimiento encendido de su reparto y nos quedó la sensación de que O. Russell se había convertido en un cómodo perpetuador de la fórmula que encontró para agradarle a la Academia. No es que tuviese una impronta tan marcada, pero había en su cine algo particular: un énfasis en las interpretaciones intensas, al límite.
Lo cierto es que David O. Russell no es precisamente John Cassavetes aunque algunos críticos se hayan atrevido a compararlos. Si el director de Faces llevaba la neurosis de su grupo de actores a un extremo catártico que develaba la verdad a la que aspiraba, el responsable de Joy: el nombre del éxito pareciera quedarse con lo más superficial del juego de roles. Con el primero pareciéramos estar siempre viendo un pedazo de realidad; con el segundo sentimos que estamos en un cumpleaños de Hollywood en el que los invitados se disfrazan para presentar sus numeritos. Si la obra de Cassavetes se basa en actuaciones realistas, la de O. Russell se construye sobre agitadas muestras de histrionismo.
Los primeros minutos de Joy... dan cuenta de la peor cara de su método: es una introducción de la familia disfuncional de la protagonista a través de un montaje rápido que incluye diálogos cruzados, chascarros y extravagancias sin frenos. En pocos minutos conocemos a la madre adicta a la TV (Virginia Madsen en el peor papel de su carrera), al caradura del padre (Robert De Niro), a una hermana envidiosa, a una abuela bienintencionada y a un ex esposo latino que vive en el sótano del hogar aunque lleva un buen tiempo separado de Joy. En otras palabras, una manga de fracasados que tiran para abajo a la protagonista: una ingeniosa inventora de objetos que busca salir adelante en la vida. Que la película esté inspirada en la historia real de Joy Mangano –desconocida pero exitosa empresaria y telegurú estadounidense- otorga la singularidad rebuscada que O. Russell pareciera perseguir siempre en sus proyectos.
Pese a todo, Joy... no explota su intención inicial de ofrecer una suerte de cátedra de psicología sistémica. El director va disminuyendo la catarsis colectiva del comienzo para prestarle más atención a su heroína, una Jennifer Lawrence que, por contraste, siempre nos lleva a pensar en lo bien que estaba en Winter's Bone (Debra Granik, 2010). Confiando en su carisma, el cineasta no tarda en rendirse ante los lugares comunes del cine de superación, sin irreverencias, juegos, ni segundas lecturas. Así termina componiendo la película más convencional–y desabrida- de su catálogo, una fábula sobre el sueño americano que nos asegura que alcanzar el éxito material es posible aunque estemos hundidos en un contexto de mierda. Podría ser el discurso de un Donald Trump.
Joy EEUU, 2015 |
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Dirección: Producción: Guión: Fotografía: Montaje: Música: Elenco: Duración: |
David O. Russell John Davis, Megan Ellison y más David O. Russell, Annie Mumolo Linus Sandgren Alan Baumgarten, Jay Cassidy y más David Campbell, West Dylan Thordson Jennifer Lawrence, Robert De Niro, Bradley Cooper, Edgar Ramirez, Isabella Rossellini 124 minutos |
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