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Film Estreno

Queremos tanto a Rocky Creed: Corazón de campeón

Por Jorge Morales

Hay un concepto que vengo acuñando desde hace años: las películas-radio. Es el tipo de películas que si uno está haciendo zapping en televisión sueles detenerte para verlas, no importando si ya lleva un trecho avanzado o está empezando. Si uno está almorzando, por ejemplo, la dejas como si fuera una canción conocida que quieres tararear, pero sin prestarle demasiado atención porque ya la conoces de memoria. Digamos que quieres que te acompañe un rato o quieres acompañarla y echarle una ojeada para ver cómo está. Es verdad, ya no te causa la atracción de la primera vez que la viste ni te sorprende demasiado, pero te sigue impresionando su perfección y belleza, su simpatía o inteligencia, o todas esas cosas juntas. En mi selección personal está, entre otras, El color del dinero (1986) que probablemente no sea superior a su predecesora The Hustler (1961), de Robert Rossen (que me gusta mucho, pero he visto poco), ni sea la mejor película de Scorsese, pero es lejos la que más me gusta repetirme (y que me acompañe o acompañarla), Johnny Guitar (1954), de Nicholas Ray, que me hace llorar siempre en la misma escena que he visto chorrocientas millones de veces (el "duelo" entre Sterling Hayden y Joan Crawford que comienza entre frases llenas de ironía y resentimiento y termina en beso apasionado), y naturalmente, Rocky (y Rocky III). Lo que más aprecio de Rocky es que Rocky, el personaje, es el perfecto antihéroe: un corpulento inocentón y aturdido con una novia fea que se prepara duramente para pelear por el campeonato mundial de boxeo y pierde. Claro, es una derrota victoriosa, un triunfo moral, y eso le da dignidad al personaje, pero también a la película. Porque es la historia de un perdedor que gana en su ley: perdiendo. Naturalmente, con las secuelas no podía sostenerse tamaña subversión ideológica, pero en Rocky III muestra otro matiz interesante: Rocky tiene miedo. Y además le dio una variante maestra y original: la amistad y colaboración entre Rocky y Apolo Creed, su antagonista en las dos primeras películas.

Es cierto que Creed: corazón de campeón tiene un buen guión, una notable dirección y la sólida actuación de Michael B. Jordan, pero ninguno de esos méritos resplandecerían tanto si no tuvieran detrás el capital emocional de Rocky. Creed nace y bebe de esa leyenda-franquicia cinematográfica. Y por eso, poco importa que Sylvester Stallone tenga un rol secundario: él es el centro de la película. La astucia de Creed es que puede ser vista como un film autónomo, como la historia de Adonis Johnson, un huérfano que durante su infancia tuvo que ganarse el respeto a puñetes en el orfanato y luego recibió el afecto de una madre adoptiva (o sea, que aprendió a defenderse, primero, y a confiar y tener seguridad en sí mismo, después), para finalmente encauzar esa genética rabia interior y darle sentido en un cuadrilátero. No es la clásica historia de un chico marginal (un Rocky, digamos) que encuentra en el boxeo un medio para dignificarse y salir de la pobreza. Es más bien un viaje al encuentro de su identidad, de sus raíces. Por eso Rocky tiene el rol central porque es el guía en ese camino. No como un Sensei recitando sentencias filosóficas sino como ese padre que nunca estuvo dando los consejos técnicos-espirituales que son el lugar común del mundo boxeril: los golpes son tanto para dañar al adversario como para superarse a sí mismo. Pero sobre todo Rocky tiene el rol central simplemente porque es Rocky. La franquicia es tan poderosa que más allá de la cantidad de escenas y la seriedad, madurez y consistencia del rol protagónico de Michael B. Jordan, es la omnipresencia de Stallone-Rocky la que obnubila cualquier posibilidad de otro protagonismo. No se puede negar que el director Ryan Coogler tuvo varias ideas atractivas para darle a Adonis Johnson la posta simbólica de continuidad de Rocky Balboa –como en la escena de Adonis Johnson trotando con los chicos malos del barrio subidos en motos para saludar a Rocky con un rap épico de fondo (sustituyendo la popularísima melodía de Bill Conti en los trotes de entrenamiento de Rocky en varias películas de la serie)- o hacer que en la contienda final Adonis Johnson lograra, como Rocky, un fracaso exitoso. Pero lo cierto es que es difícil imaginar que sin la sombra de Stallone la franquicia sobrevivirá. Por eso no es raro que finalmente sea Stallone quien se ha llevado la única nominación en los Oscar y el triunfo en los Globos de Oro a Mejor Actor Secundario por una actuación correcta sin ripios y sin brillos, pero que, obviamente, nadie más podía hacer. Y es que la sola presencia de Stallone la vincula a una leyenda que él inventó, nutrió y mantuvo con vida casi hasta la decadencia, pero nunca liquidó, y que se reanima y engrandece con esta película.

En ese sentido, Creed es un film formidable por sí sólo, pero arropado con una historia cinematográfica legendaria que la hace más visible y emocional. Y candidata ideal a convertirse en una película-radio, Rocky Stallone mediante.

Creed
EEUU, 2015
Dirección:
Producción:
Guión:
Fotografía:
Montaje:
Música:
Elenco:

Duración:
Ryan Coogler
R. Chartoff, S. Stallone, I. Winkler y más
Ryan Coogler y Aaron Covington
Maryse Alberti
Claudia Castello y Michael P. Shawver
Ludwig Göransson
Michael B. Jordan, Sylvester Stallone, Tessa Thompson, Phylicia Rashad 
133 minutos

 

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