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Film Estreno

Lo hecho, hecho está A War: La otra guerra

Por Pamela Biénzobas

Hace poco leía que, según sociólogos, la motivación de la mayoría de los jóvenes daneses que ingresan en el ejército para servir en Afganistán es el aburrimiento de sus vidas demasiado resueltas. Sea cierto o una generalización abusiva, la explicación refleja la posición de una sociedad que puede darse el lujo de concentrarse en sus problemas emocionales y psicológicos, teniendo los temas materiales en gran medida asegurados. Por eso no sorprende que cuando el cine danés aborda la participación del país en las fuerzas occidentales en Afganistán se preocupe ante todo de las tribulaciones personales de los soldados, casi pudiendo abstraerse el contexto específico de sus acciones en un territorio concreto, en medio de poblaciones concretas. Hace seis años, el documentalista Janus Metz ofrecía un retrato desde dentro de la vida en el terreno en Armadillo. Desde dentro, por supuesto, de la comunidad de oficiales daneses. Y de la vida, por supuesto, de ellos.

En A War: La otra guerra (Krigen), Tobias Lindholm (A Highjacking, The Hunt) sí trata de poner al centro de la narración la relación, e incluso la responsabilidad, de los militares y sus acciones con la población local. Realmente al centro, ya que el evento bisagra tiene lugar a la mitad de la película, dividiendo en dos su bien organizada estructura. Y ese evento es precisamente la consecuencia trágica de la acción del protagonista para la población civil. Pero todo lo que le interesa circularmente al film es la consecuencia de esa tragedia para el personaje central. Una vez más, el complejo contexto de una intervención militar en territorio extranjero, incluso cuando se da cierta visibilidad a las víctimas civiles y se articula el conflicto moral, es totalmente instrumental al conflicto personal del protagonista.

A War: La otra guerra se asegura de que no se le pueda acusar de omitir la realidad más fea de lo que enfrentan los daneses: las primeras imágenes nos llevan directamente al terreno y a la muerte de un soldado, lo que estremecerá profundamente a los hombres a cargo de Claus Pedersen (Pilou Asbæk). Aquí la camaradería no es cuestión de machos bravos, sino de una familia unida, que se preocupa ante todo del bienestar de los suyos. Pero la familia también es la que espera en Dinamarca. Así, durante toda la primera parte, el montaje nos alterna la vida de Pedersen en Afganistán con la de su esposa Maria sacando adelante sola a sus tres hijos pequeños. Cuando la película integra a niños afganos, e incluso a un padre de familia buscando ayuda para su hija, el contraste entre las realidades en el norte de Europa y en medio de los talibanes es evidente. Pero constatar no significa cuestionar.

Pedersen es un hombre bueno, consciente, comprometido. Es a él a quien está guiada la empatía e identificación del espectador. Y cuando se encuentra en una situación caótica, lo acompañamos en su urgencia: necesita apoyo aéreo para sacar de ahí con vida a sus hombres, especialmente a Lasse, particularmente frágil emocionalmente, y ahora a punto de sucumbir a sus heridas. Y si eso significa inventar el escenario exacto del infierno en que se encuentran, qué importa. Sólo que en la ceguera del momento no considera que esa precipitación implica señalar un objetivo a atacar, y que en ese ataque morirán once civiles, incluyendo niños.

A partir de ahí, la guerra continúa lejos de la aridez de Afganistán. Pedersen debe enfrentarse de vuelta en Dinamarca a un tribunal que determinará si cometió un crimen de guerra. Ahora las escenas intercaladas de la vida familiar lo incluyen a él, y el riesgo es que deba dejarlos e irse nuevamente, ya no a Asia sino a la cárcel. La acción principal, en tanto, se desarrolla monótonamente en asépticas oficinas, entre gente vestida casi exclusivamente de civil, teorizando sobre la responsabilidad militar y negociando con la idea de justicia.

Las fotografías de la masacre presentadas como prueba por la fiscalía (lo más cercano al "malo de la película") sirven para integrar a la vista y conciencia de los presentes (incluyendo a Maria, para quien lo hecho, hecho está, y el principal horror es la perspectiva de otra separación) a las principales víctimas del conflicto afgano, y también para ofrecer al protagonista una imagen que recordar al final, en uno de los momentos de actitud meditativa que resumen su conflicto moral.

Pues la moral en A War... está reducida en primer lugar a la responsabilidad por los dependientes primeros (soldados, hijos), y a un silencio retraído que significa crisis interior y consideración de la responsabilidad ante la muerte de desconocidos inocentes. Para limitar la brecha entre las dos realidades, la película recurre a una notoria decisión de casting: la principal victoria de la operación fatal fue salvar la vida de Lasse, ese soldado por quien el film nos invita, desde los primeros momentos, a sentir compasión y deber de protección. Y como por casualidad no se trata de un rubiecito que contrastaría fuertemente con la población local masacrada, sino de un joven de un tipo físico "exótico", seguramente de origen árabe. De hecho el muy danés nombre "Lasse" es su apodo, y se llama en verdad Lutfi Hassan (interpretado por Dulfi Al-Jabouri).

El recurso describe bien la actitud de A War: La otra guerra, que esboza una simplificación de algo infinitamente complejo, y cuando le toca tomar partido regala subterfugios para relativizar la culpa. Con buena voluntad, se podría ver allí justamente el interés de una película que buscaría enfrentarnos a la relatividad moral de Occidente de no ser por la realización demasiado lisa y unidimensional.

Krigen
Dinamarca, 2015
Dirección:
Producción:
Guión:
Fotografía:
Montaje:
Elenco:

Duración:
Tobias Lindholm
René Ezra y Tomas Radoor
Tobias Lindholm
Magnus Nordenhof Jønck
Adam Nielsen
Pilou Asbæk, Søren Malling, Tuva Novotny, Dulfi Al-Jabouri
115 minutos

 

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