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Fondos concursables Temporada de caza

Por Jorge Morales

Hasta fines de agosto está abierta la época más estresante del cine chileno. Los fondos audiovisuales son la esperanza de una gran mayoría de producciones que no verán la luz si es que el Estado chileno, a través de CORFO o el Fondo de Fomento Audiovisual (FFA), no les entrega unos millones. Como siempre, los nombres de los ganadores determinarán el cine que veremos en los próximos dos años y hasta cierto punto podrá hablarse de renovación, riesgo, experiencia, estancamiento y hasta favoritismo, dependiendo de hacia dónde se incline la balanza de los triunfadores. Lo inevitable –es la cruel naturaleza de los concursos- será confiar en que los proyectos que ganen tenían méritos superiores a los que perdieron.

El dinero - el último film de Bresson

En ese sentido, una queja generalizada sobre los fondos es que entre las cifras, las cláusulas y la burocracia documentativa que se piden para el FFA, y sobre todo para CORFO, la propuesta cinematográfica no parece tener demasiada importancia. Es probable que entre los que han logrado superar el colador de los engorrosos mecanismos –llenos de reiteraciones, ambigüedades y papeleo innecesario- no necesariamente estén los mejores. Pero a la hora de las decisiones lo que primará es la calidad del proyecto ya que eso es lo que se está vendiendo. El problema, en realidad, es qué propuestas cinematográficas son las que se están comprando, es decir, cuáles son los parámetros para medir el valor artístico más allá de su viabilidad comercial.

Y ese es un tema más delicado porque cuesta mucho –o debería serlo- encontrar las personas idóneas que juzguen qué cine debe financiar el Estado. Desconozco quiénes son los jurados de este año, y aunque su designación sea relativamente transparente a través de un concurso público, nada garantiza que no se cometan errores. El 2004, el director Edgardo Viereck (Gente decente) estuvo en la terna de jueces. Al margen de la opinión que cada uno tenga sobre su cine, es insólito que al elegirlo no se considerara datos objetivos, como ser el cineasta más vilipendiado por la prensa en general y sufrir de un sonoro fracaso comercial. Es decir, ni reconocimiento crítico ni aprobación pública. Incluso visto desde esa vereda (el cine comercial) ese año se le negó recursos a Mi mejor enemigo que a la postre fue la película de mayor taquilla del 2005. Naturalmente es difícil llegar a un jurado que dé garantías a todos. Y de hecho alguien como Viereck puede ser un mal cineasta, pero un buen juez. El punto es que esperar que sea el Estado el que premie a los verdaderos talentos audiovisuales, que alimente a quienes van a revolucionar el cine chileno, es tan absurdo como querer que el próximo disco del grupo punk más rupturista del país sea hecho con plata del Fondart.

En la entrevista que hicimos al director José Luis Torres Leiva nos decía que a él le parecía dramático que a Robert Bresson le hubiese costado tanto obtener dinero para producir sus películas. Pues al margen de lo triste que puede resultar que gente como Bresson tuviera que golpear mil puertas para financiarse, me parece que esas privaciones determinaron también el cine que hizo y reforzaron la seguridad y fuerza de sus convicciones artísticas. No es resignarse a la marginalidad, es asumir que se ha optado por estar al margen. Por eso no creo que vaya a ser el Estado chileno el que financiará nuestro Bresson. El Estado puede tener dentro de sus deberes proteger e incentivar la cultura del país, pero también tiene dentro de sus prerrogativas elegir cuál es esa cultura. Raúl Ruiz decía que su cine no tendría ninguna posibilidad de obtener recursos de los fondos estatales. Es probable que eso no sea cierto ahora porque Ruiz es Ruiz (y ahí está Cofralandes para demostrarlo), pero los proyectos de los nuevos Ruizes –si es que existen- seguro que este año nuevamente no van a ser financiados. Lo central es que un artista que dependa sólo del aporte estatal para llevar a cabo sus proyectos, no es un artista de verdad. No puede ser tan poca la fe que un rechazo institucional de una entidad eminentemente conservadora determine la vida o muerte de una película. Y por eso independientemente que a veces los cineastas más talentosos ganan (ojalá), el logo del Estado que anticipa el título de una película no es un timbre de calidad sino el frío sello de que el proceso azaroso e impredecible de la asignación de recursos ha terminado, como cuando las autoridades cortan la huincha tricolor inaugurando un puente que puede desplomarse luego de los vítores y la champaña.

Publicado el 07-08-2006

 

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