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Terence Davies "El cine fotografía lo que sucede detrás de los ojos" |
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En Competición Oficial en San Sebastián, de donde inexplicablemente partió con las manos vacías, The Deep Blue Sea, es el nuevo film del veterano pero aún poco conocido cineasta británico Terence Davies, que apropiándose de la obra de su tocayo, el dramaturgo Terence Rattigan, entrega una visión del amor en su particular y personal estilo. Una breve charla con la alegre melancolía del legendario realizador de Distant Voices, Still Lives.
Por Pamela Biénzobas
Terence Davies es tremendamente tímido, pero a la vez tremendamente histriónico. Está tan bien instalado en su personaje de perdedor, ese que con un humor triste describe en términos siempre duros, que con el tiempo pareciera haberlo adoptado como armadura. La rapidez con que habla revela su ansiedad permanente, aunque tampoco es que trate de disimularla. Davies se abre con una generosidad rara ante quienes se interesan en él, contando frecuentemente acerca de su infancia, de sus traumas de ex-católico, de su homosexualidad desdichada. Como con todo, él no funciona dentro de la lógica de la industria (hay que tratar de tener prensa para que una película se venda) sino en coherencia con sus principios. "Tienes que hacerlo (dar entrevistas). Intento hacer sentir como si fuera la primera que doy, pues si no me parece que sería descortés. Podrías no haber mostrado interés, no haber querido entrevistarme, haber preferido entrevistar a otra persona por otra película, así es que estoy muy agradecido por eso. Algunos responden de mala gana, 'sí', 'no'… para eso mejor no vayas. Es grosero y egoísta. Tienes que intentar hacerlo algo nuevo, interesante, entretenido. Es el católico que llevo dentro", bromea con su sentido de humor muy inglés, que es su forma de buscar una cierta complicidad y de aligerar su gravedad natural.
Su cine es innegablemente grave. Aparte del maravilloso sarcasmo de su documental Of Time and the City (2008), sus ficciones suelen ahondar en sus propios fantasmas (Distant Voices, Still Lives) o adaptar obras literarias sobre personas que intentan sobrevivir moralmente en un mundo desalmado (The Neon Bible, adaptado de John Kennedy Toole, o The House of Mirth, de Edith Wharton). Con The Deep Blue Sea, basado en la obra homónima del dramaturgo Terence Rattigan, explora otro aspecto de la naturaleza humana: el sufrimiento por la pasión.
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Rachel Weisz en The Deep Blue Sea |
Rachel Weisz interpreta a Hester, una mujer de la alta burguesía, casada con un juez noble bastante mayor al que quiere sinceramente, pero se enamora perdidamente de un aviador (Tom Hiddleston) mucho más joven que ella, con quien descubrió tardíamente la pasión erótica.
"Cada individuo ama a los otros, pero de manera diferente y no puede dar lo que los otros quieren. Se trata de la naturaleza del amor y del hecho de ser humanos", explica Davies.
Si The Deep Blue Sea es probablemente su película menos fuerte en términos de contenido, por lo clásico y reducido de la historia, es una confirmación y una afirmación de un estilo que pasa tanto por lo visual que por su manera de captar al ser humano con una empatía siempre conmovedora. La apropiación comienza por el material mismo, escrito para el teatro.
"Cuando primero leí la obra no estaba muy seguro porque no quería hacer otra versión más, como ya se había hecho en 1955 (dirigida por Anatole Litvak, con Vivien Leigh y Kenneth More). No podía hacer de nuevo el Separate Tables de Burt Lancaster (del director Delbert Mann). El problema con todas las obras de Terence Rattigan es que el primer acto siempre es de exposición. No es una exposición interesante, sino que te cuenta lo que sucedió antes de que se levantara el telón. Además, decidí que tenía que ser desde el punto de vista de Hester. Cuando estás esperando a alguien, ¿qué es lo que piensas? ¿Por qué no está aquí?
Y como el recuerdo es cíclico y emocional, empiezas a recordar, tal vez, cuando se conocieron por primera vez, o cuando tuvieron la primera pelea, o cuando todo era hermoso y había mucho amor… se mueve emocionalmente a través del tiempo, sin jamás ser lineal, pero lo estás pensando en un tiempo lineal", comenta acerca de la estructura, compleja pero fluida, de una película cuya grandeza claramente no se sustenta en el texto. "Lo genial del cine es que fotografía lo que sucede detrás de los ojos. A menudo dejas correr la cámara un poquito más de tiempo y sucede algo maravilloso. Pero el cine nos toca visceralmente, y es más que diálogo. (…) En el drama puedes tocar esos silencios como música, y los actores sentían eso. Es algo que no se actúa, sino que se siente".
Resultó sorprendente la asociación de un aún marginal Terence Davies con la célebre (y aquí excelente) Rachel Weisz. ¿Cómo se produjo el improbable encuentro? "No veo mucha televisión", cuenta el cineasta, "pero un sábado por la noche estaba cansado de leer y encendí el televisor. Estaban pasando una película que ya había comenzado. Apareció esta chica con unos ojos maravillosos. Esperé hasta el final para ver el nombre. Llamé a mi manager y le pregunté '¿has oído hablar de alguien llamado Rachel Weisz?' y me dijo 'tú eres el único que no'. Le enviamos el guión y le dije 'si dice que no, no sé a quién más pedirle' ".
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The Deep Blue Sea |
The Deep Blue Sea está ambientada en la posguerra, un período muy presente en el cine del realizador, quien creció en la misma época y suele inspirarse en su infancia, no sólo para situar sus historias, sino sobre todo para la creación de ambientes. Las texturas, las sombras, los sonidos, pero a veces incluso el frío, el calor o el olor parecen atravesar la pantalla. A través de una filmografía escueta (seis largometrajes –uno de ellos basado en archivos– y una trilogía de cortos en tres décadas) pero de una gran coherencia, ha creado un sello propio con sus movimientos de cámara y sus cadencias. Su nuevo film lleva esa marca visual, pese a tratarse de su primera colaboración con el director de fotografía Florian Hoffmeister.
"Primero discutimos la película, cómo debiera verse", explica sobre la dinámica de trabajo. "Luego hicimos muchas pruebas para encontrar la película correcta, los efectos que queríamos obtener… Una de las cuestiones eran las pozas de luz, que me encantan. Mientras haya formas y sombras en la oscuridad, no necesitamos ver los rostros todo el tiempo. Es mucho más interesante si están a media sombra, o no se ven del todo. Una enorme influencia es Vermeer y sus retratos maravillosos que podría mirar eternamente. Están quietos y sin embargo se mueven dentro de su quietud. Los tonos son tan apagados pero tan bellos.
"Quería que se viera exactamente como era en esos interiores, en que había mucha oscuridad. Vieja madera oscura, muebles oscuros, papel mural oscuro, linóleo oscuro porque no había suficiente dinero para alfombrar. Recuerdo todas esas cosas (de mi infancia). Hay algo que me quedó grabado en la mente. Cuando volvía a casa en invierno, toda mi familia estaba fuera, trabajando. Teníamos una pequeña sala en la entrada, el parlor, que estaba siempre impecable, y el fuego siempre estaba encendido. Ahí se tostaban unas tortas de papas sobre las que se echaba mantequilla, y las comías frente al fuego con una taza de té. El fuego iluminaba los muebles que eran muy baratos, pero reflejaban la luz de las llamas y se veía tan hermoso. Me encantaba llegar a casa y encontrar eso. De ahí vienen esas pozas de luz, esa luz reflejada, la luz brillando a través de la ventana… creo que todo eso viene de ahí.”
Sin embargo, Davies rechaza cualquier idea de nostalgia de los años cincuenta. "Espero que no haya nada de nostalgia, porque eso siempre trivializa las cosas. Lo que dice es que la vida era maravillosa entonces, que todos éramos tan felices; que acabábamos de ganar la guerra y estábamos tan alegres todos juntos. Pero no lo estábamos. No era así. Éstas (las de los protagonistas) eran pequeñas vidas; no sucede nada extraordinario, ningún gran cataclismo, excepto dentro de los personajes mismos. El acto de amar y enamorarse es el gran cataclismo en sus vidas".
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