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Chespirito (1929-2014) Risas frÃamente calculadas
La reciente muerte de Roberto Gómez Bolaños, este 28 de noviembre, revalorarizó la trayectoria artÃstica de un comediante que, a más de 40 años de su debut en televisión, está enraizada en nuestra cultura. El humor blanco con destellos de crÃtica social (en particular en el Chavo del Ocho) que triunfó en la pantalla chica, tuvo además un discreto y poco conocido paso por el cine. Acá revisamos sus huellas en ambos campos donde Chespirito estuvo siempre delante y detrás de las cámaras.
Por Jorge Morales
Siempre me sorprendió que en el Chavo del 8, que en el Chapulín Colorado y en general en todos los variados personajes que inventó Roberto Gómez Bolaños, "Chespirito", lo efectivo que resultaba la repetición de dinámicas, gestos, mímicas, modismos y frases en los gags. Quienes disfrutamos durante años del Chavo del 8, por ejemplo, nos deleitábamos viendo una y otra vez el cándido galanteo entre el Profesor Jirafales y Doña Florinda; la seducción desvergonzada de la bruja del 71 hacia Don Ramón; la persecución sin destino del Señor Barriga a Don Ramón por el pago de la renta; o la invariable secuencia de una comedia de equivocaciones tras el sollozo de Quico: Quico llora-Doña Florinda golpea injustamente a Don Ramón por el llanto de su hijo-Don Ramón pisotea frustrado y furioso su gorro contra el suelo-El Chavo hace una pregunta "inoportuna"-Don Ramón da un coscacho de desquite al Chavo. Una aceitada coreografía repetida mil veces con sutiles variaciones que creaba un clima de familiaridad dentro de lo peculiar de cada nueva historia.
Pero en el caso del Chavo del 8, Chespirito puso en juego algo más que una retórica física y verbal: sus personajes encarnaban un retrato de la sociedad mexicana, y por extensión, la de toda Latinoamérica. El clasismo descarnado de la clase media arribista representado en Doña Florinda (que "roteaba" sin asco: "no te juntes con esa chusma"); la magnitud de la pobreza y el abandono infantil encarnado en el Chavo, un chico pobre, huérfano, un niño de la calle, que literalmente pasaba hambre y "vivía" en un barril (pese a que él decía que habitaba en la casa número "8" de la vecindad aunque nunca se mostró); el día a día del trabajador informal, del cesante sin estudios, como Don Ramón, haciendo chapuzas y escabulléndose de sus acreedores; la arrogancia intelectual del pequeño burgués educado personificado en el profesor Jirafales, etc. Una visión caleidoscópica reconcentrada en un pequeño espacio urbano, tipo conventillo, con toda su carga de promiscuidad y heterogeneidad, cada vez más rara hoy con barrios emparedados que han segmentado más graníticamente los distintos grupos sociales. Una imagen ácida y nada edulcorada del capitalismo, curiosa para un hombre que simpatizaba públicamente con la derecha.
Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, como El Chavo del 8 |
Desde luego que el Chavo del 8 no era, a fin de cuentas, un estudio sociológico, pero tampoco era humorismo de golpe y porrazo. De hecho, los coscorrones que Don Ramón propinaba al Chavo, la Chilindrina o a Quico, también reflejaban una sociedad donde la violencia era una forma habitual de relacionarse, donde todavía a los niños se les podía aleccionar a golpes sin remordimiento. Porque la agresividad era transversal al carácter de todos sus personajes que perdían la paciencia con facilidad, gritaban más de la cuenta, y disparaban a mansalva todo tipo de descalificaciones sociales, generacionales y físicas. El pobre versus el rico, el flaco versus el gordo, el alto versus el bajo, el feo versus el guapo, el viejo versus el joven, el inteligente versus el tonto, etc. se hacían notar sin ninguna corrección política, pero repartidas democráticamente: nadie estaba libre de ser estigmatizado. La vecindad era ese mundo lleno de injusticias y contradicciones donde el tamaño de una pelota de un niño marcaba un status social, pero también donde la solidaridad y confraternidad ciudadana recomponía los equilibrios. El Chavo del 8 tenía los toques de realidad (más no realismo) y emoción (más no sentimentalismo) de las grandes comedias, y con un elemento trascendente: divertía por igual a grandes y chicos.
En general, los programas de Chespirito no tenían las lecturas sociales que se puede extrapolar del Chavo. Eran shows sin negruras. Humor blanco, irónico a veces, pero con una acritud muy dosificada. Una comedia eficaz, simple, básica, pero, a su manera, llena de matices inteligentes. Chespirito generó todo tipo de personajes con diversa calidad y éxito, y siempre centrados en él como protagonista y caracterizados por su ingenuidad y/o torpeza: un superhéroe inepto pero finalmente capaz como el Chapulín Colorado (el único que tuvo tanta popularidad como el Chavo); el Doctor Chapatín, un médico cascarrabias; el Chómpiras, un ladrón torpe castigado eternamente por su compañero de fechorías; Chaparrón Bonaparte, un loco cuyos sketches tenían un tono más surrealista; y los menos recordados, el ciudadano Gómez (un personaje sin una identidad muy clara), Don Calavera (el dueño de una funeraria) y Chambón, un distraído periodista del diario "La Chicharra", nombre que daba título al programa y que fue a la postre el mayor fracaso de su carrera tras su suspensión con sólo una temporada.
Curiosamente, el desgaste de sus shows, impactado tras las deserciones de Carlos Villagrán (Quico) y Ramón Valdés (Don Ramón), vino de la mano de cuando "por respeto al público" –como decía en su presentación- se eliminaron las risas pregrabadas de fondo. Despojado de ese artificio, la debilidad de los guiones y diálogos se hizo más notoria. Sin embargo, el fenómeno comercial de Chespirito continuó su reinado en base a sus repeticiones y a subproductos de dudosa factura artística como sus insufribles series animadas (de la que su hijo, Roberto Gómez Fernández, tiene programada dirigir una versión 3D en 2015).
No apta para festivales
Chespirito, Ramón Valdés y Edgar Vivar (sentado) en El Chanfle |
Lo que menos se conoce de Chespirito fue su fecunda carrera cinematográfica. Primero, como guionista, especialmente para la pareja de comediantes mexicanos Viruta y Capulina (este último conocido en Chile por su aburridísimo show televisivo en los '80), donde fue autor, indistintamente, de la historia original, los diálogos o los guiones en más de 20 películas de la dupla por cerca de una década. Sus bajos niveles de producción permitían rodar una cinta tras otra, al punto que en 1960 se estrenaron, nada menos, que cinco películas del combinado.
Luego, ya como realizador, rodó cuatro largometrajes: El chanfle 2 (1982), secuela del mayor éxito de su carrera cinematográfica como guionista, sobre el otrora utilero del equipo de fútbol América, ahora convertido en entrenador de las divisiones infantiles del club, que se ve involucrado involuntariamente con unos traficantes de drogas; Don Ratón y Don Ratero (1983), sobre un exterminador de ratas confundido con un asesino a sueldo en una historia ambientada en los años '20 (donde además muestra sus dotes como bailarín de Tap con Florinda Meza, su eterna compañera); Charrito (1984), las aventuras de un actor muy torpe que interpreta al charro villano en un western, arruinando el rodaje; y Música de viento (1988), sobre un hombre en extremo educado, relacionador público de una empresa, que tras ser amenazado por un cliente armado, cada vez que ve un revólver… deja escapar un pedo (la "música de viento" del título). Como se aprecia, en especial en este último argumento, no se trataba de comedias nada sofisticadas. Era cine popular, en la misma cuerda del concepto de lo "popular" de sus series de televisión, pero de una calidad notablemente inferior. Sin embargo, Gómez Bolaños no aspiraba a mucho con estas cintas como desliza de manera sutil en Charrito cuando el director del western, Rubén Aguirre (el profesor Jirafales), pide a su editor (el recordado Godinez –Horacio Gómez Bolaños, hermano real de Chespirito-) que para salvar la película monte las escenas al revés, aceleradas y con el orden cambiado. "Quizás estemos haciendo una película para festival", concluye irónico.
Es indudable que el éxito que cosechó en televisión, tuvo mucho menos impacto en el cine, sobre todo fuera de México. La única excepción fue El chanfle (1978) que en su momento fue la cinta más vista de la historia mexicana y su distribución internacional incluso alcanzó a Chile. Dirigida por Enrique Segoviano (el mismo realizador del Chavo) es la única película donde aparece el elenco completo del programa, incluido los desplazados Ramón Valdés (Don Ramón) y Carlos Villagrán (Quico). Dentro de sus indudables limitaciones cinematográficas, es la cinta más digna de Chespirito. La historia es muy sencilla: el Chanfle es un aguatero super honesto del América que aparentemente no puede tener hijos con su esposa (Florinda Meza); debido a sus dificultades económicas, la pareja se ve obligada a vender una pistola que heredó la mujer, generándose una serie de enredos y confusiones. Tiene un par de buenos momentos, como las torpes irrupciones del Chanfle en la oficina del dueño del club (Rubén Aguirre) destruyéndolo todo; un gag que recuerda los clásicos descalabros de las estrellas del cine mudo hasta el inspector Clouseau, de Peter Sellers, o de otros personajes televisivos como Don Adams en el "Super Agente 86".
De izquierda a derecha: Florinda Meza (Doña Florinda), Carlos Villagrán (Quico), Roberto Gómez Bolaños (el Chapulín Colorado), María Antonieta de las Nieves (la Chilindrina), Ramón Valdés (Don Ramón). |
La muerte de Chespirito ha mostrado que su popularidad es tan reconocida como su estatura como artista, y aún más importante, como artista latinoamericano. Que yo recuerde, aparte posiblemente de Cantinflas, no ha existido otro artista del mundo audiovisual hispanoparlante que haya quebrado –en Latinoamérica- tantos límites geográficos, generacionales e incluso idiomáticos (el Chavo también es muy querido en Brasil) con una galería tan impresionante de personajes inolvidables. Y lo mejor con tanta conciencia, pasión y sentido del espectáculo. Aunque Chespirito le sacó jugo a sus criaturas (el merchadising de sus programas es infinito), y abusó de sus formulas cómicas casi hasta la decadencia, los primeros años de sus series no han envejecido, y son prueba de un genio popular –en el sentido más masivo de la palabra- escaso y casi inédito en América Latina. Pero nada de esto es fruto del azar. Los duros enfrentamientos que tuvo Roberto Gómez Bolaños con sus antiguos colaboradores, más allá de la cuestión material, demuestran que siempre entendió la importancia de mantener el control creativo de sus historias y personajes, cuidándolos celosamente y declinando, incluso, tentadoras ofertas como la versión cinematográfica del Chavo que dicen le habría propuesto el mismísimo Pelé, confeso fan de "Chaves" (como se le conoce en Brasil), rechazo que explicó en varias ocasiones: la vejez de los actores quedaría más al descubierto en pantalla grande.
Como decía antes, la muerte de Gómez Bolaños, de alguna manera permitió revalorizar un humor popular que ha sobrevivido varias décadas sin que se le prestara demasiada atención ni reconocimiento. Y es que es difícil mirar en perspectiva un show que aún sigue presente no sólo en su eterno ciclo televisivo, sino que también disimuladamente en nuestra cultura y lenguaje. Una penetración, claro, a la manera de Chespirito: sin querer queriendo.
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