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Una verdad incómoda Basada en hechos reales, dicen
Desde que existe el cine, existen las películas 'basadas en hechos reales'. Tampoco es novedad que a Hollywood le fascinan. Cuatro de los ocho films nominados al Oscar 2015 a mejor película estaban 'basadas en hechos reales'. La mejor película chilena de la historia, "El chacal de Nahueltoro", estaba 'basada en un hecho real'... Los ejemplos son innumerables... ¿Es un valor agregado que una película esté basada en un hecho real? ¿Son más "reales"?
Por Jorge Morales
Mi madre es cinéfila. Sin contar las películas que ve y ha visto por televisión, DVD o cable, que yo recuerde, no ha pasado una semana o un mes a lo sumo en toda su vida adulta (y ya casi tiene 80 años) sin ir al cine. Su película favorita es La hija de Ryan, de David Lean (1970), y una de las que menos le ha gustado es La naranja mecánica (1971) aunque esta última no pudo terminar de verla porque no soportó tanta violencia. Convengamos, en todo caso, que la mítica obra de Stanley Kubrick la vio en una sala cuando se estrenó en Chile en los años 70, o sea, en una época donde la violencia cinematográfica recién empezaba a desatarse.
Como es natural, no tenemos el mismo juicio sobre muchas películas, pero de vez en cuando coincidimos en alguna. Sin embargo, nuestra mayor fuente de controversia cinematográfica es que mi mamá suele quedar hechizada por anticipado si una película viene con el rótulo de "basada en hechos reales". Para ella, una película que acredite estar "inspirada" (pero sobre todo "basada") en algo que ocurrió de verdad, es una razón más que suficiente para verla y apreciarla de manera distinta a otra que sólo se sostenga en la febril imaginación de un director o guionista. Aunque suelo decirle que por muy basada en hechos reales que esté una película su valor reside en el tratamiento que hace su director y guionista de esa realidad y no sobre su fuente original que, además, siempre será discutible. Pero no hay remedio, igual la frase le hace brillar los ojos.
En el legendario y fascinante El cine según Hitchcock, de François Truffaut, el director francés recuerda una ocasión en que tras elogiar La ventana indiscreta, de Hitchcock, un crítico norteamericano le dijo "a usted le gusta La ventana indiscreta porque no siendo habitual de Nueva York, no conoce bien Greenwich Village". Truffaut le respondió indignado que la película no era "sobre la ciudad sino sencillamente una película sobre el cine, y yo conozco el cine". Nunca olvidé la anécdota y hace años la recordé mientras conversaba con un guionista español sobre Tesis, la mediocre y exitosa película del chileno-español Alejandro Amenábar, que él admiraba. Le comentaba al guionista que la escena donde el supuesto asesino perseguía a la protagonista por los pasillos de la Universidad Complutense de Madrid, me parecía muy floja. "Quién podía sentirse amenazado en pleno día y rodeado de personas por todas partes", le subrayé, a lo que él me retrucó, "Es que tú no conoces esa facultad".
Liam Neeson como Oskar Schindler en La lista de Schindler |
La "realidad" es uno de los argumentos más socorridos para intentar desarmar una crítica que cuestiona la credibilidad de un film. Como si la relación empírica de una película con sus bases reales le dieran a esas cintas cierta inmunidad (e impunidad, algunas veces) para ser respetada y asumida. Nunca falta alguien que cuando se critica alguna escena por su inconsistencia e inverosimilitud saca a colación el hecho que "las cosas ocurrieron así" como si el relato de un episodio real no fuera, después de todo, un punto de vista discutible de ese acontecimiento. Es cierto que hay hechos incuestionables, pero la manera de cómo se muestren siempre será una decisión arbitraria del director. En realidad, el cine no es un vehículo que se sustente en la verdad sino más bien en la verosimilitud. Por eso podemos emocionarnos con películas, por ejemplo, que transcurran en épocas futuras y hasta en otros planetas, y que obviamente no están "basadas en hechos reales". Simplemente hemos aceptado, de mutuo acuerdo, "creernos" esa mentira. Sin embargo, el realizador tiene la obligación de ayudarnos a mantener esa creencia con un tratamiento tal que esa ficción –por bizarra que parezca- nos resulte verosímil.
Por otro lado, para algunas películas, no sólo es importante que estén basadas en hechos reales: es imprescindible. Por ejemplo, La lista de Schindler, de Steven Spielberg, perdería todo su capital emocional, político, histórico, etc. si Schindler fuera fruto de su invención. Si la película fuera sobre un ficticio empresario alemán que salvó judíos, seguramente Spielberg habría pasado de ser un genio a un ingenuo. Aunque es un hecho que Spielberg hizo una versión "posible" de Schindler, la que seguramente mejor favorecería la historia que quería relatar (las mentadas "licencias dramáticas" que no son otra cosa que "mentiritas blancas" algo oscuras), también es un hecho que la singular historia del personaje sólo era sostenible si realmente existió.
El cine chileno que ha sido acusado (con razón) de dar la espalda a la historia reciente –un hecho que, por cierto, no es obligación ni reviste carácter de escándalo (aunque sería deseable que hubieran más cineastas interesados)-, parece finalmente decidido a retratar algunos hechos reales frescos que si bien no podrían ser considerados "históricos" con mayúscula, si han remecido la conciencia de nuestro status quo. Por ejemplo, Aurora, de Rodrigo Sepúlveda, que trata de una mujer que adoptó a varios bebés muertos encontrados en la basura para poder darles sepultura. La protagonista real de la historia –que en la película no es precisamente un dechado de cordura ni madurez emocional- hizo una campaña para sensibilizar a los habitantes de Puerto Montt (donde vivía) pegando carteles que decían "NO BOTAR GUAGUAS" en algunos depósitos de basura. Con un sorprendente mal gusto, los distribuidores replicaron la campaña, claro que con un propósito menos altruista: promocionar la película. Una prueba que el cine puede imitar la realidad, pero no reproducirla.
El bosque de Karadima |
Las controversias con la iglesia que parecen no tener fin (gracias al incorregible cardenal Ezzati empeñado en estropear el poco respeto que queda por la institución católica) se verán reflejadas en El bosque de Karadima, de Matías Lira, sobre el conocido caso del cura pedófilo Fernando Karadima. Con la mejor de las intenciones, pero con más o menos envanecimiento, Lira no puede ocultar mostrarse como un adalid de la justicia. Como si la película fuera a dar el castigo que los tribunales de justicia no ejecutaron (porque los crímenes prescribieron) y el Vaticano "perdonó" (porque –al parecer- esos crímenes son parte integral de su magisterio). Casi con el mismo predicamento, Alejandro Fernández Almendras va a rodar una película sobre el caso de Martín Larraín y su impune atropello a un transeúnte en el sur llamada Aquí no ha pasado nada. Aunque no cabe duda que por trayectoria cinematográfica la película de Fernández promete más que la de Lira, la afiebrada urgencia del proyecto –que lo obligó a modificar la calendarización de otros proyectos en los que trabajaba e incentivar a varios renombrados actores y técnicos para que se involucraran trabajando gratis- no tiene mucha explicación más que como un vano esfuerzo por reparar la injusticia cometida. Lo que no sólo es difícil, es simplemente imposible. El cine puede remecer conciencias, pero no tiene tantas propiedades revolucionarias para intervenir la realidad aunque sólo sea para "funar" a un hijito de papá. Como dijo alguna vez el director Carlos Flores, el cine no puede cambiar el mundo, pero si puede cambiar el cine.
El actor Rodrigo Santoro y Laurence Golborne en días felices. |
"Basada en hechos reales" es una argucia argumental para establecer que una película es más grande de lo que aparenta, o sea, está vinculada a personas de carne y hueso, o sea, puede ocurrir, o sea, ocurrió. Pero la forma en que se expone esa realidad es tan irremediablemente irreconciliable con los hechos que relata que es perfectamente factible que manipule, mienta, transforme hasta lo inexpresable, destruyendo los hechos reales en que está basada. No deja de ser irónico, por ejemplo, que Los 33 –la cinta hollywoodense sobre los mineros atrapados en el norte-, que acaba de lanzar su primer trailer, tenga en apariencia como a uno de sus héroes a Laurence Golborne (interpretado por el actor brasileño Rodrigo Santoro). Quizás el ex chico maravilla de la derecha haya sido realmente gravitante en el salvataje de los mineros (vaya uno a saber), pero hoy con el conocimiento de su prontuario financiero (el Pentaboy de las Islas Vírgenes) inevitablemente va a restarle credibilidad al heroísmo de su personaje en la pantalla, y está garantizada un vendaval de burlas e insultos en las redes sociales. La vida continúa, esa es la tragedia.
Es de Perogrullo, pero hay que decir que por muy basadas en hechos reales que sea una película, no por eso es más real, y no por eso es mejor, ni tiene más valor. Una película, por naturaleza, basada en hechos reales o no, es ficción… Aunque mi mamá piense lo contrario.
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