Artículo
Otros Artículos
- Edición Nº 102 Debate
- Neruda: A favor/En contra
- Edición Nº 102 Retorno de la Sala Sazie:
- Historias desconocidas de "Die Kolonie" de Orlando Lübbert
- Edición Nº 102 Obras inconclusas
- Los amargos almuerzos de Orson Welles
- Edición Nº 102 Paco León & Alberto Rodríguez
- El pujante cine andaluz ¡Con dos cojones!
- Edición Nº 101 Oscar al Mejor Documental
- Cinco películas en pugna
Textos relacionados
-
Hiroshima - Sobrevivir a la hecatombe
-
25 Watts - Slacker Barrial
-
La familia nuclear - Tres
-
Pablo Stoll - "No me interesa mostrar una visión sórdida de la familia"
Drama y comedia Whisky
Un Certain Regard, Cannes: Premio Mirada Original y Premio FIPRESCI / Festival Elcine de Lima: Mejor Guión y Mejor Actriz / Brothers Manaki International Films Festival: Mención especial Mejor FotografÃa / Sección Latina, Gramado: Mejor PelÃcula Jurado Popular; Mejor PelÃcula Jurado Oficial y Mejor Actriz / Chicago International Film Festival: Mejor Dirección / Tokio International Film Festival: Primer Premio � Mejor PelÃcula y Mejor Actriz.
Por Jorge Morales
Cuando se estrenó Whisky hace siete años atrás en Chile, literalmente, los críticos -que la premiamos como la mejor película del año- nos dimos de golpes en la cabeza. ¿Cómo era posible que un país como Uruguay que tenía una historia cinematográfica mucho más efímera que la nuestra fuera capaz de producir una cinta de esta calidad, estilo y genio?
El tiempo no pasa en vano. Y aunque es verdad que en aquel entonces costaba encontrar dentro de nuestras fronteras ejemplos de todo eso –calidad, estilo y genio-, sin lugar a dudas las cosas han cambiado. Ahora el peligro es que nuestro excesivo triunfalismo (del que somos unos verdaderos cultores) pueda nublarnos el juicio haciéndonos creer que los continuos galardones del cine chileno en festivales nos convierten en los chicos maravillas del establishment cinematográfico mundial; una constatación que suele ir aparejada de una condescendencia general a todo lo que se ha premiado en el exterior.
Pero volviendo a Whisky, lo que sorprendió –y vista siete años después todavía vuelve a sorprender- es la capacidad de Rebella y Stoll para hacer una cinta tan rigurosa en todos sus planos: la precisión y belleza de sus encuadres (siempre fijos), la seca naturalidad de sus diálogos, las formidables actuaciones, el ritmo cansino pero justo, la dirección de arte que enfatiza sin exagerar ese tiempo congelado en el que viven sumergidos sus personajes. Whisky tiene una puesta en escena tan coherente que ninguno de sus elementos desentona o parece fuera de lugar.
Lo que sí ha cambiado, desde mi perspectiva (aunque puedo ser yo quien ha cambiado), es el tono de la película. En esos años escribí que era una "comedia triste para reír a carcajadas". Hoy, sin embargo, creo que esa tristeza se come a las risas. No es que la película haya perdido su comicidad. Por el contrario, es un humor mucho más fino, mucho más delicado. Pero creo que Whisky es más un drama en clave de comedia, que una comedia negra o una comedia a secas. Porque más allá de las clasificaciones, su fortaleza no reside en su comicidad sino en su compasiva (pero nada condescendiente) retrato de la soledad. Curiosamente me hizo pensar en El empleo del tiempo (2001), un drama durísimo de Laurent Cantet, donde su protagonista quiere ocultar la cesantía a su familia inventándose incluso un trabajo mucho mejor que el anterior. En Whisky, Jacobo, dueño de una pequeña y envejecida fábrica de calcetines, quiere convencer a su hermano que lo visita desde Brasil que su vida es mucho mejor que la que en realidad tiene; que se ha casado, que la empresa familiar –de la que se hizo cargo- no se quedó entrampada en el pasado, que no es exitoso pero tampoco un fracasado. ¿Por qué? Por vergüenza, temor al menosprecio, a la compasión, al ridículo, todos esos conceptos para quién siente que su vida es un peso que hay que sobrellevar hasta la muerte. Jacobo es un vegetal, sin pasión, viviendo en la inercia, tras perder la única motivación (o carga) que le daba sentido a su existencia: cuidar a su madre enferma. Esa crudeza es mucho más poderosa que la patética y graciosa charada que Jacobo monta para su hermano. En ese sentido, Whisky es mucho más coherente con su título, la palabra que decimos para sonreír en una fotografía. Esa sonrisa impostada es el gesto de la película; vivir mostrando lo que no se es, lo que no se siente.
Me ha tocado la suerte de visitar mucho Montevideo en el último tiempo. Y aunque la reconocida empatía de los uruguayos no aparece reflejada en el filme (un atributo que hasta sus autoridades turísticas han querido "comercializar" internacionalmente), si se siente esa melancolía oriental y la sensación de isla que los chilenos conocemos bien. Ese mérito extra que hace de Whisky una cinta tan propia y particular del Uruguay, de la autenticidad que proyecta, explica que no es fruto de una fórmula. Porque como bien dice Stoll en la entrevista que publicamos ahora, la forma de Whisky es perfectamente factible de emular y repetir. Pero la misma película no puede escapar a lo "whiskero" porque simplemente es la manifestación natural de su esencia.
Hoy Whisky tiene todas las características de un clásico. No es fruto de una moda (en el peor de los casos, es el creador de una, como decía recién), su puesta en escena sigue siendo brillante, y cuando pierde por un lado es simplemente porque gana en otro. Y ese look envejecido tan de Kaurismäki (que bien pudo nacer en Montevideo), la hace ver siempre moderna, fresca y joven. Un film atemporal que cualquiera que recién vaya a descurbrirla, aún sin comulgar con la propuesta, puede entender donde reside el motivo de su estatura y leyenda.