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San Sebastián 2009 La pantalla
como superficie

A falta de suficientes grandes momentos, la selección 2009 del festival de San Sebastián (del 18 al 26 de septiembre) ofreció muchas zonas grises y objetos de discusión. Más allá de la disención clásica y sana entre quienes adoran y quienes detestan una película, una característica curiosa de muchos títulos es que se hacían difíciles de asir de inmediato, ya sea desafiando una opinión rápida, o modificando su apreciación con el tiempo.

Por Pamela Biénzobas

A riesgo de que a final de cuentas la conclusión sea negativa, no deja de ser estimulante salir de una proyección y no saber qué pensar. Puede ser un terreno incómodo ese espacio movedizo que impide zanjar, que hace relativizar e interrogar las virtudes de las buenas obras, y revalorizar los logros de lo que a primera vista aparece como débil. Supongo que es lo que suele llamarse reflexión, un ejercicio que siguiendo los ritmos de un festival de cine, si no lo anulan, sí lo transforman en un acto casi reflejo, y la relativización y eventuales cambios de opinión suelen intervenir a posteriori.

En ocasiones es porque planea una duda sobre la sinceridad de las propuestas. En competencia o en otras secciones, surgió bastante la desagradable sensación de encontrarse frente a ejercicios de estilo, explotando formas que se transforman en fórmulas vacías. Fue el caso de El árbol, de Carlos Serrano Azcona, en el programa Horizontes latinos. Que Carlos Reygadas y Jaime Rosales sean coproductores algo dice sobre la línea en la que la película se inscribe. Pero en el deambular del personaje principal, en sus encuentros en que los diálogos ponen en evidencia la improvisación, con actores buscando delante de la cámara cómo expresar algo, repite una receta sin aportar nada nuevo. Con mucha más materia y densidad, La invención de la carne de Santiago Loza también dejaba la sensación frustrante de ya visto, no en el contenido sino en la forma. Se trata, en general, de una cierta actitud de asumir que los personajes de los que la película está enamorada automáticamente enamorarán al espectador, sin necesidad de seducirlo ni de darle motivos para interesarse y querer seguirlos.

77 Doronship

Programada en la sección Zabaltegi, 77 Doronship, de Pablo Agüero, estuvo cerca de ello, sobre todo por la monotonía del personaje ausente –un tipo que abandona a Anne, su mujer embarazada-, cuya voz en off no sólo comenta sino que juzga, y de Anne, cuyo comportamiento le da demasiado la razón al arrogante desertor. Sin embargo, hay una escritura, una construcción, y una propuesta visual en contrapunto con la simpleza narrativa. El sentido de la belleza y del humor es la principal fortaleza de este segundo trabajo, tras el potente debut de Salamandra.

 

En la competencia, el título que pecó más claramente de autocomplacencia fue I Came from Busan (Yeong-do Da-ri), de Jeon Soo-il, narración errática e insuficiente sobre una menor coreana sola que da a luz y entrega a su hija en adopción, pero después se arrepiente. La actriz Ha-seon Park, su cuerpo, sus expresiones, además de la violencia omnipresente, son la materia principal de un relato redundante y estirado.

Redundancia y estiramiento también definen una de las películas más místicas de la sección: The White Meadows (Keshtzar Haye Sepid) del iraní Mohammad Rasoulof. El recolector de lágrimas, que va de isla en isla en un mar de sal juntando en una botella el fruto de la pena hechizó a algunos, desanimó a otros, y dejó a la mayoría sin saber qué pensar. O más bien qué sentir. Si escribo desde esta última postura, es porque se trata de un relato circular tan hermético que jamás atraviesa la superficie, y porque la combinación de un nihilismo desesperanzado con una fe ciega impide decidir con certeza si esa superficie es simplemente una tela bidimensional, o si se trata de la capa exterior de una profundidad irrepresentable.

Hadewijch

Con todas las diferencias del caso, son muy similares los motivos de fascinación y de cuestionamiento de la última entrega de Bruno Dumont, que como siempre estuvo lejos del consenso, con algunos considerándolo un genio y otros un impostor. Difícil decidir si Hadewijch es una obra tocada por la gracia, o una repetición de sí mismo; si es una evolución o una acumulación en su obra, lo que en cualquier caso, y pese a las reservas que siguen, lo sitúan entre lo más interesante. La apuesta de Hadewijch es arriesgada. El tono de fábula, de abstracción, justificaría elementos brutalmente artificiales como la interpretación de Yassine Salihine. Si los personajes son simples marionetas simbólicas, es coherente. Pero al aterrizar esa abstracción en referencias concretas (catolicismo, islamismo, sistema de clases parisino, conflicto del Medio Oriente…), hay un gesto que puede ser tanto de trascendencia espiritual o de arrogancia, al desdeñar el comentario que inevitablemente hace respecto a los mundos en los que sitúa su relato sobre una joven en busca del éxtasis religioso. En ningún caso se trata de pedirle realismo o naturalismo, sino que se haga cargo al utilizar claves socio y geo-políticas tan reconocibles de manera tan directa. El pastiche islámico resulta por lo menos perturbador.

Dumont era uno de los tres nombres de (debatido) prestigio en el cine contemporáneo con que estaba representada Francia. François Ozon se llevó un premio especial del jurado (presidido por Laurent Cantet) con Le Refuge, un drama muy bien ejecutado, con personajes (burgueses, por supuesto) sensibles y vivos, en cuestionamiento y evolución, y sostenido por una Isabelle Carré excelente como siempre (y embarazadísima, como tantos otros personajes de un festival cuyo emblema parecía ser el vientre a punto de dar a luz).

Hay que decir que el prestigio del tercer competidor galo, Christophe Honoré, va en franca caída. En salas francesas algunas semanas antes del festival bajo el poético título de Non ma fille, tu n'iras pas danser (No, hija mía, no irás a bailar), el sexto largometraje de Christophe Honoré del realizador de Les Chansons d'amour y Dans Paris ya había suscitado reservas incluso entre la crítica que solía defenderlo. Repitiéndose a sí mismo de manera pesada (por ejemplo, la otrora encantadora presencia de Louis Garrel se está haciendo insufrible a fuerza de ser su propia caricatura para Honoré), el francés fue rechazado de manera sorprendentemente unánime en San Sebastián con Making Plans for Lena (Haciendo planes para Lena), como se le rebautizó (acertado juego entre la canción de la banda inglesa de los '70 XTC que escucha su ex-marido Nigel, y la idea básica de que todos quieren decidir por ella). Y ello a pesar del equilibrio que aporta (paradójicamente, pues todo gira en torno al desequilibrio de su personaje) la interpretación de Chiara Mastroianni.

This is Love

La reacción fue probablemente la más consensual de la competencia, junto con el cuestionamiento ético a This is Love, de Matthias Glasner. El realizador alemán parecía ser la única persona en el País Vasco que no veía el problema moral de su historia (y particularmente de su conclusión) de un hombre tratando de salvar a una niña vietnamita de la prostitución. Con una factura de buen nivel y una estructura narrativa no muy lograda, a base de suspenso y revelaciones (y entrelazando la trama secundaria de una policía alcohólica), finalmente la irresponsabilidad del contenido, que acaba exculpando la pedofilia en nombre del "amor", sobrepasa cualquier logro de la realización.

Bastante consenso consiguió también –pero esta vez positivo- Juan José Campanella con El secreto de sus ojos, que convenció incluso a quienes suelen desairar un cine tan clásico. Pero es que a pesar de los múltiples finales innecesarios y de una sobreescritura abrumadora (los diálogos perfectamente ingeniosos hacen reír, pero luego cansan de tan perfectos) la película está hecha para funcionar y funciona. Ricardo Darín está muy bien como un fiscal jubilado que quiere escribir una novela y se obsesiona con un caso que marcó su carrera más de dos décadas atrás. Ahora, cuando ya pasó mucha agua y mucha vida bajo el puente, decide saldar cuentas pendientes, incluyendo con su gran amor no declarado.

De todos modos estaba lejos de ser lo más convencional y para gran público de la competencia, al lado de los dos títulos norteamericanos. Get Low, de Aaron Schneider, parte como un buen chiste, con excelentes actores (Robert Duvall, Bill Murray, Sissy Spacek), que se torna aburrido, vano y moralizante. Y Chloe, aunque tiene algunos elementos interesantes, confirmó que Atom Egoyan es un realizador sobrevalorado. Retomando el argumento de Anne Fontaine en Nathalie (sospechando que su marido la engaña con jóvenes, una mujer contrata a una prostituta para que lo seduzca), el armenio-canadiense sigue explorando la ficción como mentira y como construcción, lo más coherente e interesante de su trabajo. Pero lo hace de un modo cada vez más clásico, abandonando el estilo visual que en los noventa le valió su reputación.

También fue recibido tibiamente el otro competidor anglófono, Blessed, de la australiana Anna Kokkinos (Concha de plata al mejor guión). Aunque algunos leyeron un discurso muy reaccionario detrás de las historias paralelas, en un solo día, de madres e hijos, contada en dos actos (primero el recorrido de ellos, y luego el de ellas), la película tiene el mérito de no juzgar, y justamente relativizar la repartición fácil de culpas al mostrar las distintas posiciones. A pesar de bellos momentos muy bien filmados y de una notable dirección de actores, Blessed es traicionada ante todo por su tendencia el melodrama excesivo.

Ilusiones ópticas

Las competidoras españolas, en cambio, tuvieron un nivel general mucho más alto que lo común en San Sebastián. Aunque encontró muchísimos detractores acérrimos, La mujer sin piano, segundo largometraje de Javier Rebollo (Concha de plata al Mejor director), es un trabajo logrado, redondo, que se disfruta. Pero ¿qué aporta? Estilísticamente está inscrita con demasiada exactitud en una línea específica, reconociéndose perfectamente en ese adjetivo tan de moda: kaurismakiano. Es innegable que ciertas opciones típicas del finlandés arropan hoy buena cantidad de comedias sobrias, secas y visualmente frontales, incluyendo a la notable Ilusiones ópticas, de Cristián Jiménez, que tuvo una muy buena acogida entre el público local –aunque no se llevó el premio de Horizontes latinos (que fue para Gigante, de Adrián Biniez, premiada en Berlín y también descrita a menudo como kaurismakiana)- que reía a carcajadas con el humor parco y a veces extremadamente chileno, que hizo preguntarse a profesionales de distintas culturas por qué no estaba en la competencia oficial. Pero volviendo a la cinta española, ésta va más allá del encuadre típico, del ritmo pausado que a veces presenta los espacios antes que la acción, del sentido de la ironía… finalmente la aventura nocturna absurda de Carmen Machi, en la que se le une el bailarín checo Jan Budar (haciendo de polaco) se acerca más al universo de Aki Kaurismäki que al mundo original y propio que sugería Lo que sé de Lola, su filme anterior.

El argumento de Yo, también, primer largometraje de Álvaro Pastor y Antonio Naharro, hacía temer uno de esos melodramones sociales que el cine español produce con tanto gusto. Sin embargo, aunque esta historia del primer europeo con síndrome de Down en graduarse en la universidad (como su protagonista en la realidad) que se enamora de una compañera de trabajo tiene momentos de exceso, con algunas líneas para agradar al gran público y desarrollos dramáticos innecesarios, es digna y desafiante. Probablemente el mayor mérito de la película (que valió a Lola Dueñas y Pablo Pineda las respectivas Conchas de plata a la actuación) es que anula inmediatamente, tanto en sí como en el espectador, cualquier recurso a la condescendencia.

La tercera competidora local fue una suerte de alivio luego de tanta sensación de forma estéril o de contenido sin arte. Con Los condenados, Isaki Lacuesta logró combinar cine verdadero con postura moral, y ambos de excelente nivel.

Afiche de City of Life and Death

La ganadora de la Concha de oro (y la de plata a la mejor cámara), City of Life and Death, de Lu Chuan (fotografía de Cao Yu) también aborda un tema histórica y políticamente importante (la masacre japonesa de Nanking, en China, en 1937) sin olvidar que ante todo está haciendo una película. Es sin duda fuerte y remecedora, pero tambalea en lo formal al tratar de abarcar demasiado. Su mezcla de épica vehiculada a través de historias individuales toma mucho tiempo en cuajar, mientras que la vacilación entre sobriedad (que casi insensibiliza frente a la trivialización del horror, que en sí sería una apuesta loable y arriesgada) y el patetismo que aflora de a momentos hace que éstos se sienta aún más enfatizados.

10 to 11 (11'E 10 Kala), primer largometraje de la turca Pelin Esmer, aborda casi en filigrana el pasado político de su país en una obra bella y sensible. Sin embargo, cuesta sentir una voz original en el contexto de un cine nacional caracterizado por la temática de los choques entre tradición y modernidad, gran ciudad y vida rural, y las brechas generacionales, y por un estilo visual generalizado que deja la sensación, finalmente, de algo ya visto. Lo importante es que no por eso deja de tener sentido ni se transforma en vana repetición.

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