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Rotterdam 2009 Espectros brillantes
Impresiones de un picoteo corto y aleatorio de la versión 2009 del festival -entre el 21 de enero y el 1 de febrero-, que permitió recoger un poco de cada sección y estilo de un evento que, aunque trate de ordenarse para no parecer tan caótico, sigue siendo de una riqueza y diversidad notables.
Por Pamela Biénzobas
Por segunda vez bajo la dirección artística de Rutger Wolfson, llegado del universo de las artes visuales más que del cine, el festival de Rotterdam va acercándose cada vez más a los cruces de disciplinas y formatos. Aún no se trata de un posicionamiento radical, sino más bien de un flujo natural que va reforzando el perfil de evento independiente con una importante cabida para los experimentos creativos.
Sin embargo, más que el fondo este año cambió la forma, al reestructurarse la programación para evitar la sensación de un mar imposible de navegar. Fundamentalmente se trató de reducir la cantidad de secciones a tres, aunque en los hechos muchas de las antiguas pasaron a ser sub-secciones de las nuevas… es decir, se ordenó un poco más la cosa en el papel pero el océano sigue siendo vasto.
Básicamente, todo se comprimió bajo tres nombres. Bright Future se concentra en primeras y segundas películas, y que por lo tanto casi naturalmente acogió a los competidores por los únicos premios oficiales del festival, los Tiger Awards para primeros y segundos largos y cortos. El panorama suele no ser muy fuerte pero funciona como indicador de lo que está pasando o va a pasar en distintas latitudes. Spectrum vendría a ser una selección de trabajos recientes de nombres ya establecidos de distintas latitudes y estilos. Finalmente, la sección temática Signals concentra los programas especiales, que incluyeron Size Matters y sus proyecciones gigantes en edificios públicos; First Things First, con los comienzos de directores consagrados; Hungry Ghosts, con películas de horror del sudeste asiático y una "casa embrujada" con instalaciones de Amir Muhammad, Garin Nugroho y Lav Diaz, y retrospectivas por país (cine turco joven) o autor.
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The Shout |
Estas últimas contaron homenajes al italiano Paolo Benvenuto, el suizo Peter Liechti y el polaco Jerzy Skolimowski, que había regresado a la realización en la Quincena de los realizadores de Cannes del año pasado con Cuatro noches con Anna, tras diecisiete años sin dirigir. Si lo conocía de nombre y de cara (también es actor, e interpretó al tío Stepan de Promesas del Este, de Cronenberg), el único título que pude ver en la retrospectiva me despertó una fascinada curiosidad. The Shout (1978, Inglaterra), basado en un cuento de Robert Graves, está contado a través de saltos temporales, entre un asilo psiquiátrico y el pueblo inglés donde viven un compositor de música experimental (John Hurt) y su esposa (Susana York). Un extraño, tan magnético como amenazador, irrumpe en la cotidianeidad de la pareja. Encarnado por un imponente Alan Bates, Crossley pareciera estar más allá de los mortales, ya sea en posesión de una verdad secreta (asegura haber aprendido un grito letal con los aborígenes australianos), o simplemente insano. Poco a poco demuele por completo la tranquilidad y también la razón de sus anfitriones involuntarios, en un proceso contado con maestría a través de tensiones y pulsiones.
Aparte de Nucingen Haus, de Raúl Ruiz, y Secretos, de Valeria Sarmiento (ambos en Spectrum), el contingente chileno, claramente joven, se concentró en Bright Future: 199 recetas para ser feliz, de Andrés Waissbluth; La nana, de Sebastián Silva; Tony Manero, de Pablo Larraín, que estaba en la portada de una guía de cine gratuita omnipresente en el festival, y que partió el premio de los críticos locales, que eligen entre una serie de títulos para apoyar su distribución en el país; y finalmente Turistas, de Alicia Scherson, que competía por los Tiger Awards con su observadora y amable comedia sobre personajes deambulando en medio de la naturaleza, ritmados por su atención a los paisajes, los insectos y animales, y sobre todo de las otras personas que se transforman en inesperados espejos en los que se reflejan las propias cualidades e imposturas.
Desde el otro lado del océano, el japonés Naito Takatsugu también opta por un humor cálido y compasivo en The Dark Harbour (Futoko), una historia bastante feel-good situada en un pueblo de pescadores donde escasean las mujeres. Sin embargo, el retraído y torpe Manzo Ishiguro encuentra una en el lugar menos pensado: su armario. Ahí se esconden Mitsuko y el pequeño Masao, a falta de otro lugar donde ir. Sin grandes sorpresas, la película retrata la creación de lazos y de rutinas en la nueva familia y la comunidad.
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Ddongpari |
Los vínculos sorpresivos que se crean en Breathless (Ddongpari), uno de los tres ganadores de la competencia (junto a Be Calm and Count to Seven, del iraní Ramtin Lavafipour, y Wrong Rosary, del turco Mahmut Fazil Coskun), tienen un origen y una evolución bastante menos tiernos. El surcoreano Yang Ik-Joon (o June) escribió, produjo, dirigió y protagonizó un primer largometraje angustiosamente intenso, que, sin temor al exceso –o más bien haciendo de él su consigna- mezcla drama con la violencia de un film de gángsters. Cada uno lidiando a su manera con su familia disfuncional y peligrosa, un matón, su sobrinito y una curtida colegiala forman su propia tribu unida por un nuevo sentido de la responsabilidad y la protección. El criminal tratando de redimirse al encontrarse con alguien inocente o indefenso no es nada nuevo, pero el arrojo con que se sumerge en su apuesta Yang Ik-Joon, que llegó a la realización desde la actuación, revelan una sensibilidad y una técnica apreciables.
La factura es muchísimo más espontánea y casi artesanal en la también competidora À l'ouest de Pluton, de los canadienses Henry Bernadet y Myriam Verreault, que retratan los conflictos íntimos y también sociales de un grupo de quinceañeros, con toda la ligereza y gravedad casi trágica que puede tener la adolescencia. El laxismo de la realización resulta a la vez en una sensación de amateurismo que baja el perfil de la película, y también en una frescura grata y creíble.
Igualmente en Bright Future, pero fuera de competencia, Unmade Beds desplaza la mirada del argentino Alexis dos Santos del interior despoblado de Argentina en Glue (2006) a la bohemia de Londres, y sobre todo de la adolescencia a la veintena temprana. Incluso su protagonista, Fernando Tielve, pareciera una versión algo más madura de Nahuel Pérez Biscayart (el protagonista de Glue), aunque todavía no encuentra respuestas a sus cuestionamientos existenciales. Pero, al igual que su predecesor, las busca en el contacto franco, fluido, rockero y sensual con los otros. Sólo que esta vez se trata de una historia post-adolescente en el centro de todo.
Más clásica, la ficción palestina Pomegranates and Myrrh (Al-mor wa al rumman), de Najwa Najjar, combina hábilmente una historia de pasión contenida con un contexto tan pesado como la vida cotidiana en Ramalá. El conflicto territorial, tratado con mesura, no sólo es el telón de fondo sino también uno de los motores de la historia de una bailarina recién casada cuyo esposo es encarcelado. Mientras lucha por salvarlo, trata de resistir a la fascinación de un coreógrafo recién regresado del exilio, decidido a montar un espectáculo. El título alude a la mezcla de dulzor y amargura de una sociedad tratando de vivir y no sólo sobrevivir a pesar de la opresión armada, un desafío que es precisamente el motor de la película.
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Léger tremblement du paysage |
Al otro extremo del espectro del cine narrativo, Léger tremblement du paysage, de Philippe Fernandez, no tiene nada de clásico ni en el fondo ni en la forma, aunque, al igual que sucede en las vidas del puñado de personajes tras la caída de un meteorito, su desfase frente a la normalidad es tan absoluto como sutil. La noción de "filmosofía" que Fernandez aplica a su primer largo es totalmente certera, e implica no sólo una reflexión profunda sobre el mundo, sino también el espíritu lúdico de un ejercicio que provoca carcajadas y perplejidad. La entrada en la era espacial no sólo indica una época recreada maravillosamente por la puesta en escena impecablemente retro, sino ante todo por una relación con la ciencia de confianza ciega y también asombro.
Ya en los límites de lo narrativo, y probablemente al otro lado de la frontera, los filipinos Raya Martin y Khavn de la Cruz son más jóvenes que muchos de los realizadores de Bright Future, pero tan consolidados en prestigio y en volumen de producción que se encontraban en Spectrum.
Siguiendo a Now Showing en lo que Martin ha anunciado como una "trilogía sobre la taquilla" (box-office trilogy), Next Attraction salta de un nivel narrativo al otro, registrando (desde una cámara integrada al relato, a modo de making-of) el rodaje de una ficción (fragmentos de la cual aparecen a su vez en la pantalla) sobre un joven tratando de vivir su homosexualidad y sobrellevar su conflictiva relación con su madre. Su reflexión sobre el proceso creativo y sobre el status de la imagen cinematográfica no es amable ni fácil, sino que apuesta, como una parte de su obra, por la fascinación, por la connivencia casi hipnótica del espectador. Next Attraction es, en suma, una película de amor por el gesto fílmico.
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Next Attraction |
"Ésta no es una película de Khavn", declaran provocativamente todos los trabajos del infatigable cineasta –y artista multidisciplinario- filipino. Efectivamente "película" puede ser una categoría demasiado concisa para sus creaciones. The Middle Mystery of Kristo Negro es un objeto sincrético, tanto a nivel del imaginario que pone en escena, como de los medios que utiliza. La simbología cristiana pesa fuerte, con toda su carga de violencia sublimada, en esta suerte de via crucis del Cristo negro, ese espectro híbrido entre conquistador verdugo y nativo subyugado a través de la fe católica, que carga la ofrenda de un animal sacrificado a través de vastos paisajes inhóspitos.
Si en español el término "espectro" tiene entre sus primeras acepciones la de fantasma, en inglés "spectrum" alude ante todo a la amplitud, al rango. Entre los dos sentidos, Rotterdam reafirma su apuesta por los extremos y los pasos intermedios, validando así la existencia de cientos de posibles legítimos en un cine infinitamente múltiple.
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