Por Andrés Nazarala

En el contexto de una cuantiosa oferta de festivales repartidos por el mundo, los pequeños eventos deben abrirse camino y armar una programación competente bajo la sombra de los gigantes fílmicos clase A. Es una ardua tarea que el MIFF (Miami International Film Festival) ha venido realizando con éxito desde que se instaló en la turística ciudad estadounidense.

Con pocos invitados (para muchos, un defecto) y un ambiente que se siente familiar (para muchos, una virtud), el evento volvió a contar con una lista de cintas arriesgadas e inquietas que prueban la elogiable variedad y actitud de un séptimo arte que respira lejos de los terrenos comerciales.

Trash Humpers

La panorámica ofrecida -compuesta por la Competencia Mundial además de otras destinadas a películas iberoamericanas, documentales y cortometrajes- se vio complementada por las secciones Reel Music Video Art (lúcida en considerar al video musical como obra cinematográfica) y Cutting the Edge, destinada a difundir trabajos experimentales como la extrema Trash Humpers, nueva provocación de Harmony Korine que formó parte del BAFICI y se exhibirá en Valdivia.

Chile marcó presencia con tres títulos: Ilusiones ópticas, de Cristián Jiménez (en la competencia iberoamericana), Dawson, Isla 10 (fuera de competencia –considerando la selección oficial, parecía un filme algo fuera de lugar-) y Kawase-San (premio especial del jurado), aproximación a la obra de la directora japonesa Naomi Kawase de Cristián Leighton.

Feel-bad movies

Si algo caracterizó la Competencia Mundial fue el tono sombrío de sus películas. Como dijo el director sueco Jesper Ganslandt al presentar como una "feel-bad movie" su filme The Ape, la definición se ajustaba perfectamente a casi todas las obras de la sección. Es que de las doce cintas en competición, diez abordaban temas ásperos como el suicidio, el asesinato y la violencia en varias de sus formas. "Por lo menos afuera hay sol y playa", bromeó alguno, resaltando el contraste entre los escenarios cinematográficos y la realidad que se extiende fuera del telón.

Lola

El premio mayor recayó en la oferta más agobiante: Lola del filipino Brillante Mendoza. Una anti-guía turística de Manila, infierno terrenal donde se cruzan los caminos de dos ancianas que deben hacerse cargo de los trámites vinculados a un asesinato callejero: una debe enterrar a su hijo (la víctima); la otra, sacar al suyo (el criminal) de la cárcel. Ambas están obligadas a lidiar con la burocracia y la hostilidad de una ciudad marcada por la pobreza y la violencia.

El gran mérito de Mendoza es lograr transmitirnos la angustia de sus personajes a través de recursos cinematográficos astutamente empleados como una cámara inquieta, movimiento de masas en gran parte de los planos y una asfixiante ausencia de elipsis que nos lleva a vivir cada segundo de este martirio en tiempo real.

El premio FIPRESCI fue para Tou Xi (Judge), impecable largometraje del realizador chino Jie Liu que, a través de un guión agudo y redondo, cuestiona las maquinaciones del sistema judicial del país oriental. Rigurosamente construido, el guión plantea una cadena de causas y efectos a raíz de un caso que involucra a un juez, a un ladrón de autos y a un enfermo que espera un órgano en un hospital.

Tou Xi (Judge)

Liu se basó en un caso real para describir injusticias y corrupciones, además de mostrar el complejo efecto dominó que rodea a toda legislación. Si Mendoza recurre al vértigo para construir su universo, Liu comulga con la tradición de planos fijos, pausas y el distanciamiento emocional que caracteriza a buena parte de la filmografía china.

En la competencia, dos películas brillaron por su naturaleza experimental. Una es Visage, del reconocido Tsai Ming-Liang; una cinta en realidad tendría más pertenencia en una proyección rotativa de museo (de hecho fue comisionada por el Louvre) que en una sala de cine.

Concebida como un homenaje a la Nouvelle Vague, ofrece una serie de viñetas –algunas de gran valor estético- que no siguen una línea narrativa. Más que tributar a Truffaut (actúan Fanny Ardant y un Jean-Pierre Léaud que pareciera habitar otro planeta), Godard o Rohmer, las escenas recuerdan al surrealismo de Cocteau o a los trabajos más estilizados de Kenneth Anger.

Otra rareza fue la brasileña Viajo porque preciso, volto porque te amo, de Karim Ainouz (Madame Satá) y Marcelo Gomes (Cinema, aspirinas e urubus); diario de viaje filmado de un geólogo que debe recorrer una desolada zona de Brasil justo después de haber sido abandonado por su esposa.

Nunca vemos al protagonista. Una voz en off va acompañando estas postales de soledad geográfica con reflexiones sobre el abandono, el (des)amor y la memoria. Sería comparable a los trabajos intimistas de Jonas Mekas sino se tratara de una singular apuesta de ficción. Una interesante película que formará parte de la sección Panorama Latinoamericano del Festival de Valdivia 2010.

Nymph

Provocativa pero formalmente impecable es Nymph, del filipino Pen-Ek Ratanaruang; una de esas películas que dejan al público pegado hasta que pasan los créditos finales. ¿Haciendo qué? Tratando de descubrir qué diablos nos quiso decir el realizador con esta críptica cinta sobre una pareja que ve cómo las cosas se vuelven extrañas luego de visitar la selva. Tiene el encanto misterioso de una buena cinta de Lynch o de, digamos, el disco Kid A de Radiohead.

De menor vuelo son las películas Nothing Personal, de la directora polaca Urszula Antoniak, centrada en la relación de dos personajes solitarios en un remoto paisaje de Irlanda (desafortunadamente el filme se derrumba en la mitad); The Ape, efectista relato sueco a cuenta gotas sobre un tipo que ha matado a su mujer, y la serbia Ordinary People, dilema moral sobre un joven soldado que debe asesinar a los prisioneros enemigos (posee una sensibilidad "bressoniana" pero nunca llega a calar hondo).

En la lista de películas fallidas podemos situar a la boliviana Zona sur, de Juan Carlos Valdivia, culebrón pretencioso que hurga, sin sutilezas, en la diferencia de clases y que se vuelve insoportable por los gratuitos movimientos de cámara en 180º que se imponen de comienzo a fin (algo así como la primera parte de Irreversible, pero a lo largo de 108 minutos); y la rusa Buben, Baraban, de Aleksei Mizgiryov. La cinta que trata los trágicos infortunios de una sombría bibliotecóloga, tiene un par de notables momentos cinematográficos, pero se ven arruinados por un guión enredado y lleno de cabos sueltos.

Medalia of ounare

Para el final las dos películas más encantadoras del certamen: la rumana Medalia de ounare (Medal of Honor), comedia nostálgica de Calin Peter Netzer sobre un anciano que es condecorado erróneamente por su labor en la Segunda Guerra Mundial, lo que le traerá consecuencias existenciales de gran envergadura; y la igualmente magnética No one knows about Persian Cats, de Bahman Ghobadi (Premio del Público), sobre una pareja de adolescentes iraníes que pretende formar una banda de rock indie y ofrecer un concierto en Londres. El proceso para encontrar músicos y conseguir pasaportes le permite al realizador convertirse en el guía de un tour por la escena musical de un país en que el rock es visto como un acto vandálico. Otra aguda crítica a la represión y las costumbres arcaicas, ahora desde la vereda del incombustible arte de fabricar melodías.