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Mannheim-Heidelberg 2010 Guerra y paz
de los sexos

El festival de las dos ciudades sigue apostando por consolidarse como el espacio cinematográfico más importante y preferido de los jóvenes debutantes. Avalado por una larga lista de "descubrimientos", sigue asumiendo los riesgos de su opción, a un año de celebrar sus 60 años de existencia (Foto: The High Life)

Por Pamela Biénzobas

Era el invitado estrella, aplaudido y querido, destacado en todas las publicaciones oficiales. Y él parecía aceptar y corresponder el cariño con toda humildad. La relación de Matías Bize con el festival de Mannheim-Heidelberg ilustra la gran fortaleza del evento alemán, que celebró del 11 al 21 de noviembre de 2010 su 59ª versión: es un festival a escala humana, de ambiente familiar, que permite que un público local entusiasta comparta de cerca con los invitados, informalmente o en los debates que tienen lugar después de las películas, no en las salas sino en espacios de mayor cercanía. Un diálogo de verdad. Y los realizadores y equipos de las películas presentes, que en general están en los comienzos de sus carreras, pueden sentir y responder a esa calidez e interés.

Por eso Matías Bize insistía en la importancia personal que el evento tiene para él: ahí ganó sus primeros premios con Sábado. Ahí comenzó su carrera internacional. Es, entonces, comprensible que el festival haya seguido con orgullo paternal la carrera del chileno, y hoy lo invite a presentar su último título, La vida de los peces, en la apertura del festival, y bajo el rótulo de Discoveries Trail: The trail to glory started in Mannheim (El camino a la gloria comenzada en Mannheim).

El "regalón" de Mannheim-Heidelberg en el rodaje de La vida de los peces

Sí, suena pretencioso. Pero el encuentro alemán tiene efectivamente de qué jactarse, y no pierde la oportunidad de hacerlo. Su marca de distinción es la del "cine joven", y efectivamente a lo largo de las décadas varios de los nombres que dieron sus primeros pasos en Mannheim (la vecina ciudad de Heidelberg se unió a la manifestación hace quince años) hoy entran en la categoría de consagrados. Si un festival puede presumir de haber descubierto a figuras como Jim Jarmusch, Atom Egoyan, o incluso a Krzysztof Kieslowski, Wim Wenders y Rainer Werner Fassbinder, es normal que lo haga. Pero es vital no quedarse sólo en los logros pasados y poder enorgullecerse del presente.

Hoy, el alcance de Mannheim-Heidelberg es más limitado debido al desafío auto-impuesto: las películas en Competencia tienen que ser primicias en Alemania, y no haber sido mostradas ni en Cannes, Venecia o Locarno. Es un claro indicador de una ambición internacional, mientras que su importancia pareciera ser ante todo ese sentido de pertenencia local. En ese equilibrio delicado se configura una selección que acusa, por lo demás, una mirada bastante homogénea y en general poco arriesgada.

Entre la curiosa arquitectura soviético-futurista del centro municipal de Mannheim que alberga el núcleo del festival y la magia del castillo de Heidelberg –y su impresionante vista sobre la ciudad antigua– que acogió este año la sede secundaria en sus jardines, con un gran hall y dos salas bajo enormes carpas, el evento muestra en su ambientación un eclecticismo que se echó de menos en su visión demasiado uniforme del joven cine mundial.

El hecho de que las películas puedan fácilmente agruparse por temática no es un buen signo, y ante todo juega en contra de las propias obras, pues si por separado se puede hacer valer sus méritos, en la acumulación resaltan sus similitudes. Un comité de selección exclusivamente masculino y de edad mediana fue particularmente sensible al sufrimiento de la mujer, y se identificó sobre todo con las problemáticas de una generación madura como protagonista (la clásicamente filmada Siyah Beyaz [Black and White] del turco Ahmet Boyacioglu realmente parece una versión cincuentona de Friends) o como padres de adolescentes adoloridos (la sobrecarga caricatural de pathos de la danesa Hold om mig [Hold Me Tight], de Kaspar Munk, sólo es salvada por la mesura de un notable elenco juvenil).

Planes para mañana

La española Planes para mañana, primer largo de Juana Macías, conjuga todos estos temas gracias a su estructura coral, que entrecruza las historias de Antonia, una mujer madura que de pronto quiere cambiar de vida, despertando la violencia dormida de su marido; Marian, determinada a alejar definitivamente a su agresivo esposo de ella y su hija Mónica; Inés, que a sus cuarenta años se cuestiona su vida de profesional exitosa y libre de las obligaciones maternales, y Raúl, el hijo adolescente de Antonia que encuentra en su amistad virtual con Mónica un apoyo mutuo a sus respectivas penas. La dirección es de una tremenda eficiencia, cumpliendo un programa muy claro (el relato por episodios paralelos). Pero faltó muy poco para que un film notablemente realizado sea un film simplemente notable: faltó un sello personal. ¿Temor a caer en las trampas de descuidos o personalismos ingenuos de muchas óperas primas? Quizás el haberlo sorteado tan eficazmente permita a Macías soltarse más en un próximo largo. De todos modos, un nombre a tener en mente.

Muy al contrario, el canadiense François Delisle hizo caso omiso de las imposiciones narrativas clásicas para contar su historia de una mujer escapando de otro marido violento en 2 fois une femme (Twice a Woman), al punto de lindar con la abstracción, escapando con una poesía seca y dura de lo que pudo ser fácilmente un melodrama social. Catherine contacta una misteriosa agrupación que la lleva, junto a su hijo adolescente que cree que va de vacaciones, a comenzar una nueva vida bajo una nueva identidad, debiendo cortar radicalmente cualquier contacto con su pasado y cualquier persona, incluso su hermana, que pueda reconocerla y por lo tanto encontrarla. Ayudándose de la mirada del hijo, que encuentra en una cámara de video su propia manera de relacionarse con la realidad, 2 fois une femme acompaña el proceso de reconstrucción, que pasa también por liberarse de las nuevas cadenas impuestas por las estrictas condiciones de sus benefactoras anónimas. Delisle no lo cuenta, sino que lo muestra.

Just Inès

Just Inès, del británico Marcel Grant, toma el riesgo de posicionarse del otro lado de la violencia conyugal. Un joven y exitoso ejecutivo pierde el control y golpea brutalmente a su esposa. Al salir de la cárcel, trata de reconstruir su vida, claramente arrepentido. El planteamiento es anecdótico, para sostener la idea de un nuevo comienzo, pues la construcción del personaje es incoherente con la agresión inicial. Pese a un estilo amateur, sobre todo en la fotografía del comienzo, la película consigue inspirar la suficiente simpatía por el protagonista y su ritmo cotidiano gracias a su falta de pretensión. Aunque pronto el foco central es la atracción de Tom por su vecina Inès, claramente afligida por un dolor mayor, la gracia del film es la soltura con que fluye, en lo que el director explica como una intención por demarcarse del cine independiente británico, adoptando una idea más europea. Benditas etiquetas…

En medio de tanta empatía femenina (incluso desde el punto de vista masculino, como en Just Inès), la lituana Atsisveikinimas (Farewell), primer largometraje de Tomas Donela, abraza la percepción de Andrius para acompañar su despedida con una formidable austeridad. Despedida simple y mesurada de un hombre de unos cuarenta y tantos que se entera de que va a morir. Sin dramatismo, casi con ironía, el marino repasa su vida, sus lazos y sus afectos, con la desenvoltura de quien en lugar de sentirse condenado por la muerte inminente, pareciera sentirse liberado por la ausencia de un mañana. Mientras tantos filmes pecan de no saber contar, la gran fortaleza de Atsisveikinimas (como de 2 fois une femme) es no pretender contar.

Jugando con la empatía de géneros, Till Det Som Är Vackert (Pure), merecidamente premiada por la excelente actuación de Alicia Vikander, podría parecer una fantasía masculina, pero justamente la mujer-objeto se rebela. La sueca Lisa Langseth debutó en el largometraje adaptando su propia obra de teatro sobre una bella veinteañera de clase baja, socialmente inadaptada, que se apasiona por la música clásica. Al obtener casi por casualidad un trabajo en el centro de conciertos, se le abre un mundo, en apariencia sensible e intelectual, pero sobre todo burgués e institucional, que luego la rechaza, según los caprichos del conductor estrella, convertido en un comienzo en su amante y mentor. El encanto poco a poco cede ante una construcción mucho más convencional de lo que el comienzo podría sugerir, pero la película finalmente se salva por el cinismo de un final que se niega a ser moralizante. Aunque no se explora mucho, sino que se retrata de modo más bien caricatural, el subtexto sociológico es lo más interesante.

Eva y Lola

En términos de calidad, dos películas muy distintas destacan claramente. No es sorprendente que el público haya premiado la argentina Eva y Lola, pues es de una redondez rara en el cine narrativo. Sabrina Farji mezcla eficazmente un tema grave con un estilo seductor y un relato de fácil acceso, con una mecánica tan infalible como honesta de la respuesta emotiva. La sensualidad de las protagonistas (Celeste Cid y Emme, célebres en su país) es muy bien explotada por una fotografía cuidada pero sin alardes, a excepción de las secuencias –como la de apertura– del "cabaret punk" en el que trabajan, justificadamente elaboradas en un estilo de video-clip pop. Algunos hilos sueltos en los tiempos (edad de las chicas, época de la acción) no impiden seguir el drama, construido inteligentemente y ahorrándole al espectador explicaciones innecesarias sobre los lazos y problemáticas de unos personajes complejos tratando de vivir una vida lo más simplemente posible. Las dos amigas son hijas de desaparecidos, pero mientras Eva conoce su identidad y hace del tema algo central de su vida, Lola, adoptada y adorada por un militar y su esposa, vive en la negación. Un gran acierto de la película, sin duda debido a que la coguionista, Victoria Griguera Dupuy, se basa en su propia experiencia, es que evita la trampa de la simplificación de los caracteres y de la historia, incorporando matices y anécdotas secundarias que la hacen respirar de manera convincente y emocionante.

Menos preocupada por la redondez del todo que por el impacto de los fragmentos, la ganadora de los premios Rainer Werner Fassbinder (a la innovación) y Fipresci –que ya había recibido en el festival de Hong Kong- fue uno de los títulos más refrescantes del festival. Xun Huan Zuo Le (The High Life), de Zhao Dayong, se construye sobre retratos cruzados en la ciudad de Guangzhou, en torno a Jian Ming, pequeño estafador que explota el desempleo, sobre todo de los inmigrantes rurales. Un guardia de prisión con pretensiones de poeta, la amante de Jian Ming mantenida por otro amante, una inocente jovencita a la que el charlatán trata de ayudar… Jugando con la estructura temporal, Zhao Dayong teje una suerte de tapicería en que la impresión es más importante que los elementos que la componen, aunque cada uno tiene que funcionar para que resulte el efecto final. Efecto de absurdo, de opresión y desesperanza, pero también de melancolía cotidiana y de humanidad.

Quizás mañana alguno de quienes presentaban óperas primas se transforme en un nombre conocido y el festival de Mannheim-Heidelberg se vanaglorie de haberlo descubierto. Por el momento, esa promesa sirve para atraer a los debutantes talentosos y tratar de convencerlos de que vale más la pena estar ahí que en los otros grandes festivales europeos, y también para reforzar un perfil, forjado a lo largo de sesenta años, de semillero y legitimarse internacionalmente como vitrina de talentos futuros. El desafío es importante aunque posible, pero es fundamental comenzar por diversificar las miradas y apuestas de la selección.

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