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Rotterdam 2011 Fantasmas

Tras cuatro décadas, el festival holandés caracterizado por la programación más audaz y de permanente descubrimiento de nuevos talentos, celebró en grande con la más desproporcionada cantidad de películas de todas sus versiones. Un breve recorrido por un evento siempre inabarcable que no sufrió la crisis de los 40 (Foto: Finisterrae)

Por Pamela Biénzobas

Talla XL. Considerando las dimensiones de una edición normal del festival de Rotterdam, la promesa de un evento "extra-grande" para celebrar los cuarenta años más parecía una advertencia, si no una amenaza. La frustración habitual por no poder abarcar más que una pequeña parte en unos cuatro o cinco días esta vez se veía multiplicada a un punto en que lo único sanamente posible era olvidar las atractivas retrospectivas (como las de los Red Westerns, películas soviéticas de vaqueros) o las decenas de exposiciones y presentaciones paralelas a través de toda la ciudad y concentrarse en los films actuales.

El mapa de navegación se va armando gracias a recomendaciones, tincadas y las posibilidades reales de la programación, lo que finalmente significa agregarle un "casi" a la idea de aleatoriedad total. Así, los pocos títulos vistos entre los candidatos al premio para largometrajes Tiger (categoría en que catorce primeras o segundas películas compiten por tres recompensas equivalentes) resultaron bastante positivos y –si hay que creer en los premios y los balances de quienes vieron todo– una selección de lo mejor entre una lista no siempre estimulante.

El jurado de esta edición especial reunió a la ex-directora del mismo festival Sandra Den Hamer, al multifacético artista Lee Ranaldo (conocido sobre todo por Sonic Youth, y que ofreció una gran actuación en la ceremonia final), Lucrecia Martel, Andrei Ujica (Autobiografía de Nicolae Ceausescu) y el tailandés Wisit Sasanatieng (Citizen Dog).

Poster de Passugun (Bleak Nigth) de Yoon Sung-Hyun

Dos obras surcoreanas, que habían compartido el premio New Currents del festival de Pusan, mostraron (como tantas películas de su país) una imagen poco esperanzadora de su sociedad, ambas con una realización notable, aunque sin innovar. Bleak Night (Pasuggun), de Yoon Sung-Hyun, sigue dando motivos para no querer ser adolescente ni padre de adolescente en la Corea del Sur actual. La escena de apertura, con un grupo de escolares golpeando brutalmente a uno de ellos, sienta el tono no tanto visual (no se explota la violencia) sino emotivo, y hace creer por un momento que el ataque fue mortal, ya que después se trata de un adolescente muerto y podría parecer un film de crimen juvenil. Pero no: la muerte fue por suicidio, y no del abusado sino del abusador. Yoon Sung-Hyun ostenta una impresionante maestría para contar la historia a través de saltos temporales y cambios del punto de vista. Mientras vamos reconstruyendo la historia, vamos sintiendo el vacío de todos. El padre no es protagonista, como la abuela de Poetry de Lee Chang-dong o la madre de Mother de Bong Joon-ho. Ellas buscaban proteger a sus retoños inconscientes tapando sus pecados. Aquí, las interrogantes del hombre (que, por las necesidades prácticas de un padre solo, conocía poco a su hijo) permiten conducir el relato a través de los recuerdos de los compañeros, pero finalmente son ellos, las víctimas del suicida, quienes tratan de proteger al adulto escondiéndole la desagradable verdad sobre su hijo y sobre la falta que él le hacía.

La banda sonora, con un ruido permanente marcando la atmósfera, se suma al hábil montaje y a una puesta en escena y actuaciones sobresalientes, para crear un resultado final que, aunque no proponga algo nuevo, lo propone muy bien.

Mucho más lineal y concentrado es el otro ganador de New Currents de Pusan, que en Rotterdam partió con uno de los Tiger y con el premio Fipresci. Journals of Musan (Musan il-gy), realizada y protagonizada por Park Jung-Bum (ex asistente de dirección de Lee Chang-dong) aborda el delicado tema de los desertores norcoreanos. El personaje principal es un marginal desesperanzado en el Sur. Aunque tiene el apoyo de un policía, y en cierta forma de su compañero de departamento, un desertor mucho más buscavidas, el tímido y visiblemente traumatizado Jeon Seung-Chul no logra hacerse un lugar. Sus papeles le impiden encontrar un trabajo en algo más que pegoteando afiches para publicidad salvaje, donde se transforma en el blanco de mafiosos locales que lo golpean brutalmente de manera rutinaria. Trata de aferrarse a su religiosidad para mantenerse a flote y quizás integrarse, pero su única verdadera compañía –y lazo afectivo– parece ser el cachorro blanco que recoge en la calle. Journals of Musan es una película de una ternura amarga y desesperanzada, que ofrece pocos espacios de desahogo –como cuando, ya sin nada que perder, decide defenderse, o la notablemente púdica escena de testimonio en un grupo de apoyo– y sólo gradualmente un mayor acceso al personaje, al comienzo hermético.

 

Eternity (Tee-rak) de Sivaroj Kongsaku

El segundo ganador asiático de un premio Tiger, Eternity (Tee-rak), del tailandés Sivaroj Kongsaku, no deja de hacer pensar en The Brown Bunny, de Vincent Gallo, con su apertura siguiendo a un motociclista que da vueltas por el campo. Con extrema fluidez –y en coherencia con un título que no indica una linealidad temporal inacabable, sino una eternidad en que los diferentes tiempos se cruzan y conviven– el primer largometraje de Kongsakul acompaña los recuerdos y los sentimientos presentes de un hombre que perdió a su pareja. De una gran belleza, la película es ciertamente contemplativa, pero también narrativa y muy afectiva, por lo que esa contemplación está lejos de sentirse gratuita.

Pero es la ganadora del tercer Tiger la que realmente ofreció algo fresco y novedoso. Finisterrae, de Sergio Caballero, rápidamente se había transformado en el buzz con su originalidad. El co-director del festival catalán Sonar desarrolló lo que en un principio era una performance audiovisual en una película graciosa en todo sentido. Cuando al recibir su premio agradeció sobre todo a su hija pequeña "porque la mayoría de las ideas eran suyas", podía parecer una provocación, pero era una acertada reivindicación del carácter libre e inocente de un film que pone en cuestión narración y representación, y en ese sentido hace pensar en los excéntricos filmes del francoamericano Eugène Green, el catalán Albert Serra (Honor de cavalleria) y hasta en Rubber (sobre un neumático psicópata) del canadiense Quentin Dupleix, además de sus alusiones a Philippe Garrel (Los amantes regulares). Dos fantasmas (tipo Pipiripao, sábanas blancas con hoyos para los ojos; y de habla rusa, por cierto) consultan el oráculo porque desean transformarse en seres vivos, y parten en peregrinación a Finisterra, en Galicia. Con momentos mágicos (gracias a un trabajo notable de banda sonora), muy bellos (sobre todo los encuentros con venados y su aparición al final) y sobre todo hilarantes, Finisterrae ofrece un momento de verdadero regocijo cinematográfico.

IDENTIDADES

Por el lado de los documentales, a través de las distintas secciones, varios destacaban más por su temática que por su mirada. Pese a su intención de abordar la historia e identidad estadounidenses, particularmente en su relación con la conquista del Oeste, a través de la tradición de la caza del búfalo, The Last Buffalo Hunt, de Lee Anne Schmitt, no consigue integrar las partes de su discurso, y el tejido resulta artificial. Sin embargo, los elementos que presenta son en sí interesantes y motivan una reflexión que, lamentablemente, no está bien cuajada en la pantalla.

Grande Hotel de Lotte Stoops

Menos discursiva, pues su material es más explícito, Grande Hotel, de Lotte Stoops, también trata a su manera la construcción de una identidad nacional, en este caso la de una antigua colonia ahora independiente. En Beira, Mozambique, un proyecto megalómano del pasado colonial, un hotel obscenamente fastuoso con apenas 120 habitaciones, hoy es una gigantesca "casa tomada" en la que viven 2600 personas en condiciones de total precariedad e insalubridad, en un micro-universo marginado de la ciudad. Inteligentemente, Stoops combina la observación sociológica y la crónica sobre el pasado con una reflexión sobre la noción de pertenencia y de hogar. Mozambique era el hogar de colonos que nunca pudieron sentirse en casa de vuelta en Lisboa. Ese hotel monstruoso es el hogar de centenares de familias que tratan de habitarlo y salir adelante. Más que contar la historia, el documental muestra y escucha, para que los protagonistas se cuenten a sí mismos, con toda su subjetividad, parcialidad y posiblemente invención.

I Am Jesus de Valerie Gudenus y Heloisa Sartorato

También con una distancia justa, la producción de la Fabrica de Benetton (fundación de la marca de ropa que apoya a artistas innovadores) I Am Jesus, de Valerie Gudenus y Heloisa Sartorato, sigue tres casos actuales de personas que se proclaman ser Cristo resucitado. Las imágenes y los testimonios fluyen en una dinámica que permite ironizar sutilmente, mostrándolos a ellos y sus seguidores, sin entrar en detalles ni buscar elementos externos para juzgarlos. En Brasil, el híper-mediático INRI Cristo no le teme al ridículo, con sus canciones adaptadas de los éxitos poperos y de Hard Rock, y su comunidad de adeptos –sobre todo adeptas– con sus túnicas blancas. Mucho más sobrio y también enigmático, Vissarnov y sus discípulos internacionales forman una sociedad polígama y aparentemente bien cerrada, viviendo sus creencias en el rigor de Siberia. El tercer mesías es tan alucinante como alucinado: el británico David Shayler, ex-agente de inteligencia caído en desgracia, esporádicamente travesti, tuvo su revelación durante una volada con hongos alucinógenos. En su caso, sus compañeros de la comunidad hippie no son discípulos ni lo creen divino, sino que comparten una forma de vida alternativa que, al contrario, a veces se ve amenazada por la mediatización de su estrafalario compañero.

También resultó ser una observación más bien clásica la mirada del documental My Fathers' House (Jia Yuan) de Zhao Dayong, cuya ficción High Life (descubierta y comentada a la ocasión de Mannheim) dejaba esperar más que un documental interesante y de buena factura sobre la inmigración africana (y además evangélica) en la ciudad china de Guangzhou. Las tribulaciones de los extranjeros religiosos en una sociedad atea, que fundan iglesias y se reúnen clandestinamente en locales arrendados hasta en edificios residenciales, está seguida de cerca, y captada en directo más que a través de testimonios posteriores. Pero se echa de menos una mirada más personal y una mayor elaboración sobre las problemáticas, por ejemplo de la fundación de una familia mixta o de las motivaciones iniciales para partir a probar suerte en China, desde los distintos países africanos de origen.

Al contrario, I Love You (Ja tebya lublu), codirigida por Alexander Rastorguev y Pavel Kostomarov (respectivamente director y director de fotografía de Wild, Wild Beach) se basa no en el contenido sino en el dispositivo. Los realizadores entregaron cámaras a jóvenes, que tenían alguna relación social entre sí, para que se filmaran en su vida cotidiana. Aún más que en el citado documental anterior, la conciencia de sí mismo como personaje y la auto-puesta en escena es aquí un prerrequisito, pues está en la definición misma de las reglas del juego. Como podría esperarse, el sexo y, en menor medida, el romance, determinan las historias, que se entrecruzan y permiten un resultado telenovelesco. El interés de las imágenes o de los conflictos (e incluso de los huecos personajes) es absolutamente secundario, y puede llegar a poner a prueba la concentración, pero el artificio cinematográfico, con todo lo que puede implicar sobre categorías estéticas, de autoría y de realidad, es ciertamente estimulante.

Color perro que huye de Andrés Duque

De lo (relativamente poquísimo) visto en Rotterdam 2011, lejos lo más personal, en todo sentido, resultó ser el trabajo (¿documental? ¿diario filmado? poco importa) del venezolano Andrés Duque Color perro que huye. Las categorías no existen ni tienen sentido en este collage de imágenes propias y ajenas, de distintos tiempos, espacios y dimensiones, la mayoría rescatadas del fondo de discos duros externos durante la convalecencia de Duque tras un accidente tonto que frustró otro proyecto. Su sentido del humor irónico pero amable que hace pensar en el de Amir Mohammed, y pese a que se trata de una película en primera persona (la mayoría de las imágenes son grabaciones personales), logra hacerla pudorosa y curiosamente nada egocéntrica. La indefinición (o quizás gran definición) de la expresión del título, para designar un color "medio café" vago, impreciso, escurridizo, describe la sensación de una película difícil de catalogar no por culpa suya sino de las limitaciones de lenguaje para asir la percepción.

Qué mas estimulante que esas obras que ponen a prueba las definiciones y que amablemente revelan las limitaciones de nuestras categorías y formas de captar el cine y, más ampliamente, el mundo.

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