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Berlinale 2011 Deambulando
por el Lado B

La programación paralela del Festival de Cine de Berlín, siempre más arriesgada que la competencia oficial, no tuvo grandes aciertos en esta versión. Curiosamente, los mejores momentos los brindaron trabajos más convencionales y varios documentales desde la asombrosa belleza de las pinturas rupestres del último film de Herzog en 3D hasta la perturbadora oscuridad del alma de Juan Morales en El mocito, la inquietante cinta chilena estrenada mundialmente en Berlín.

Por Pamela Biénzobas

Quien piensa en la Berlinale piensa en Osos de oro y de plata, en la cuota de glamour y prestigio de un gran festival. Pero con su multiplicidad de secciones y sub-secciones, con el atractivo de una selección paralela que suele reunir una muestra de lo más interesante y novedoso del cine independiente internacional, y, digámoslo de frente, con la (mediocre) reputación que se ha forjado la competencia central, muchos –incluyendo a quien escribe- optan por seguir el lado B del festival, olvidando estatuillas y conferencias de prensa de figuras mediáticas, para priorizar el Forum por sobre la Competición Oficial.

Difícil saber si fue la mejor opción posible, pero ciertamente en esta 61ª edición no fue un camino demasiado estimulante en términos de descubrimiento de grandes talentos y propuestas nuevas. Incluso resultó frustrantemente curioso que algunos de los trabajos más logrados fueran esencialmente convencionales, funcionando dentro de códigos ya conocidos, y que lo que quería presentarse como más radical no estuviera a la altura de su discurso. 

Poo kor karn rai (The Terrorists)

Ése fue el lamentable caso de Poo kor karn rai (The Terrorists), del tailandés Thunska Pansittivorakul, que se presenta como un film de contestación política a la monarquía –rara vez acusada explícitamente- y del tema –aún tabú y reprimido por la fuerza– de la homosexualidad. Entre las imágenes de cuerpos masculinos, aquéllas que muestran la violencia de los sangrientos enfrentamientos del año pasado en su país y la alocución, a veces explicativa y a veces evocativa, no hay un diálogo y una interacción ideológica o estética, sino una superposición pesada y artificial. La película es apreciable no como obra sino como gesto político, y en ese sentido más vale escuchar hablar directamente al realizador expresarse explícitamente que la cinta misma.

En todo caso, eso es más valiente y loable que el conformismo estético y político de Zhang Yimou en Shanzha shu zhi lian (Under The Hawthorn Tree, mostrado en el programa juvenil Generation), un clásico romance adolescente que, aunque trate de parecer ligeramente crítico a ciertos rigores políticos y sociales de la época de la revolución cultural, es un trabajo de propaganda nostálgica apenas disimulada, que echa mano pesadamente a las convenciones visuales para tratar de crear emoción.

Si se trata de contar una historia con códigos conocidos para entretener, entonces mucho más eficaz y entretenido viene a resultar Margin Call, el título más hollywoodense de la Competición Oficial. El primer largo de ficción de JC Chandor cumple respetablemente sus pretensiones simples de dramatizar la crisis financiera en una estructura de thriller. Imposible no pensar en el abrumador documental Inside Job (Charles Ferguson), que explicaba en una disertación sobreabundante de información y argumentos la mecánica del reciente colapso de Wall Street (y su desesperanzadora reconstrucción bajo la misma lógica y con los mismos actores). La ficción de Chandor se concentra en el micro-universo de un banco de inversiones durante un día y su noche en que la burbuja se rompe. También es la ocasión de ver reunidos a un grupo de actores que no han estado muy presentes en el cine independiente estos últimos años, y de pronto constatar el paso del tiempo, el salto de generación, con Kevin Spacey, Demi Moore, Stanley Tucci en roles de altos ejecutivos maduros, y Jeremy Irons ya definitivamente en el del viejo crack un poco cínico que viene de vuelta.

Cuerpos en el espacio 

Cave of Forgotten Dreams

Algunas de las imágenes más marcadoras vistas en la Berlinale 2011 las ofrecieron dos fascinantes documentales en que el cuerpo humano brilla por su ausencia. En selección oficial, Cave of Forgotten Dreams, de Werner Herzog, despliega el talento del cineasta alemán para contar hazañas en tono épico, en este caso a través de las pinturas rupestres de las cuevas de Chauvet Pont d'Arc en Francia (a las que el reducido equipo tuvo un acceso extraordinario). Más allá del espectacular efecto de las imágenes en tres dimensiones, la belleza de las imágenes conjuga el asombro ante la pequeñez y la grandeza del ser humano en relación con la enormidad del tiempo y del espacio. Entre teorías científicas y reflexión poética, Herzog ofrece un viaje sobrecogedor a la vida concreta y las posibles cavilaciones abstractas de nuestros antepasados.

Unos treinta mil años después, y en cuevas construidas por él mismo, el hombre sigue enfrentándose a cuestiones de supervivencia y sentido existencial que podrían parecer más complejas. Unter Kontrolle (Under Control, en el Forum) de Volker Sattel nos pasea por diversos sitios relacionados con la energía nuclear en Alemania y Austria, con unas imágenes magníficas que parecieran sacadas de películas de ciencia ficción de los sesenta o setenta. Consideraciones técnicas, medioambientales, energéticas y políticas son presentadas con un soberbio y sobrio sentido estético, esencialmente a través de las edificaciones que en el pasado, presente o futuro se ha jugado o se jugará la gran apuesta atómica.

También en el Forum, otro trabajo de no-ficción, mucho más libre, contrapone el hombre a la industria y el individuo (y su lugar en una cadena de individuos) a la sociedad en transformación. Cheonggyecheon Medley: A Dream of Iron, del surcoreano Kelvin Kyung Kun Park, un poema visual y literario de gran belleza, que utiliza la historia personal y familiar para hablar de la evolución de su región.

Late Autumn

La misma sección paralela de la Berlinale acogió ficciones construidas en base a los desplazamientos y la incomodidad de los cuerpos en el espacio. También realizada por un surcoreano (Kim Tae-Yong), pero situada en los Estados Unidos, Man chu (Late Autumn), remake de un film clásico perdido, basado a su vez en una novela, es un drama romántico sobre personas en conflicto con el espacio físico y cultural que habitan. La joven Anna está cumpliendo una sentencia por haber matado a su esposo, ambos de origen chino. A la muerte de su madre, obtiene un permiso por el fin de semana para asistir al funeral. En el bus conoce al coreano Hoon, un gigoló recientemente llegado al país, y que está huyendo de un marido celoso. La puesta en escena de ciertos momentos, y sobre todo la poca química entre los protagonistas, juegan en contra de un melodrama de gran potencial.

El ballet y la vulnerabilidad de los cuerpos es necesariamente un tema central del eficaz y entretenido The Stool Pigeon, de Dante Lam, inscrito en un género que se define por la coreografía de la fuerte violencia de mafias a través del espacio urbano, aquí explotado espléndidamente en un Hong Kong laberíntico y múltiple. El tema de la culpa y del compromiso son los motores de la acción, centrada en el policía Don Lee, cuyo trabajo depende de informantes (la expresión del título) que exponen su vida. Por eso cuando persuade al joven Ghost Jr. para que le ayude a capturar a un criminal peligroso, no puede dejar de sentirse responsable de su suerte.

Swans

Son códigos muy diferentes los que sigue Swans, de Hugo Vieira da Silva, cada vez más cercano al Berliner Schule (la llamada "escuela berlinesa", corriente de directores jóvenes alemanes que debutaron en el siglo XXI). El nuevo trabajo del director de Body Rice (2006) continúa con su estilo ausente, desconectado y silencioso, acompañando a un joven skater, apenas salido de la adolescencia, que se encuentra de pronto en Berlín para visitar a su madre agonizante. Su padre, con el que ha vivido toda su vida en Portugal, no consigue comprender la aparente indiferencia de su hijo. Cada cuerpo sufre y vive de diferente manera y en diferente medida, a través de su capacidad o incapacidad de relacionarse con otros cuerpos en este frío drama en sordina.

Igualmente en el Forum se presentó una grata sorpresa, una película modesta y en sí poco novedosa que, en un contexto general poco estimulante, constantemente era citada como una favorita por personas de los más diversos intereses y tendencias. En terrains connus, del canadiense Stéphane Lafleur, es un irónico drama familiar con tintes de una comedia ya vista, en ese estilo a la Roy Andersson (el director sueco del absurdo) tan a la moda actualmente, de encuadres frontales, muy cercanos o sarcásticamente lejanos, y un montaje sintético y pausado. En medio de la densa nieve, en una pequeña ciudad, la rutina de los personajes se verá interrumpida por eventos extraordinarios. Eso lo sabemos (aunque sin saber sus magnitudes) simplemente porque, jugando con la expectativa en lugar del efecto sorpresa, la película anuncia entre medio los créditos iniciales un "hombre del futuro", y porque luego introduce, en lugar de capítulos, accidentes enumerados. Una pareja de hermanos, además del padre de ambos, el marido de ella, la novia de él con su hijo, el citado hombre del futuro y un puñado de personajes secundarios tratan, con un buen grado de incomodidad, de habitar sus cuerpos, un espacio frío y limitante, y de lidiar con la mecánica de las cosas con que se relacionan con ese espacio: calefacción, moto de nieve, máquinas industriales, autos… casi con más facilidad que con la que lidian con los otros seres humanos. En su sencillez de pretensiones y de medios, y pese a no ser una propuesta nueva, En terrains connus resulta un trabajo notablemente logrado, sensible y honesto.

 El mocito: Impresión en tonalidades de gris

El Forum fue igualmente la sección que presentó el excelente documental El mocito, de Marcela Said y Jean de Certeau. En las primeras épocas después de confrontaciones tan traumáticas como lo fueron para Chile el golpe de Estado y la dictadura, resulta bastante fácil (aunque no necesariamente exacto) para las sociedades repartirse entre buenos y malos y víctimas y victimarios. Los primeros retratos son inevitablemente en blanco y negro, y con mucho esfuerzo se trata de reconquistar los colores. Pero luego hay un momento en que hay que enfrentar las zonas grises, la dificultad –por la complejidad de las situaciones o la deshonestidad de los involucrados– de definir claramente los roles y responsabilidades. A menudo es sólo décadas después, como la Alemania y la Europa actuales que desde hace poco se atreven a admitir el rol pasivo del pueblo obediente en el nazismo y el holocausto.

La pareja de documentalistas con la misma actitud lo más abierta y desprejuiciada posible con que se habían asomado al mundo de los seguidores de Josemaría Escrivá de Balaguer en Opus Dei (2006) o al de los seguidores del dictador en I Love Pinochet (2001), abordan el caso de Jorgelino Vergara, un hombre que se reivindica como víctima de la dictadura pese a haber estado literalmente al lado de los victimarios.

En gran medida, El mocito ofrece la palabra y la pantalla a su protagonista y, gracias a un montaje sutil que pone en evidencia las paradojas y contradicciones sin explotarlas sarcásticamente, deja que sea él mismo quien invita al cuestionamiento y la sospecha. De entrada, Juan Morales confiesa el rol que él reconoce haber tenido, prácticamente de niño de los mandados (o "mocito"), de la DINA. Llegado muy joven del campo a la ciudad a buscar empleo, sin mucha conciencia terminó trabajando en varios centros de detención y tortura. Lo que él plantea de inmediato, al declarar su inocencia (y al consultar la posibilidad de ser indemnizado como víctima) es la ambigüedad de las definiciones de culpa y responsabilidad. ¿En qué medida el que lleva el café a los militares o la comida a los detenidos debe rendir cuentas por su actuación? ¿Y si, como él pide, se le considerara como un cuasi prisionero a él también? ¿O si justamente la información que él puede aportar permitiera esclarecer crímenes o simplemente ayudar a los deudos a comprender? En el fondo es la voluntad, la conciencia y el albedrío lo que El mocito cuestiona, sin aportar una conclusión propia ni conducir una argumentación.

Cuando Vergara se refiere a los verdugos como sus protectores, o cuando sus vecinos hablan de él como de un policía de baja, y luego él mismo juega con armas y muestra fotos de familia llevando un revolver, la turbiedad de la situación es nauseabunda. Su hermano, que lo define como una vergüenza para la familia, asegura que "lo prepararon" y le lavaron el cerebro, y que nunca más fue el mismo. ¿Cómo no creerle? Pero ¿eso qué significa hoy, en términos de moral y de justicia? Lo mismo se puede preguntar sobre su rol positivo como fuente de información.

En un momento, el mocito se afeita los bigotes, se confronta al espejo e incluso al hablar –antes con tanto esmero y sin duda cálculo– empieza a arrastrar la lengua como en estado de ebriedad. Es tentador decirse que se trata de una personalidad escindida, y de querer juzgarlo o comprenderlo como a un doctor Jekyll. Pero eso es insistir en mirarnos como un aguafuerte, en lugar de asumir las manchas grises que nunca, aunque la reescritura de la historia algún día las pretenda blanquear, nada logrará sacar. Porque las sociedades y la humanidad misma están por definición compuestas por humanos esencialmente grises, sólo algunos grados más blancos o más negros que ese hombre que al visitar las casas de tortura parece un guía turístico del horror.

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