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Desde el País Vasco, Pamela Biénzobas nos envía reportes de la 59 versión del Festival de San Sebastián que se inició este 16 de septiembre. En este primer despacho, nuestra compañera comenta los dos filmes de apertura de la sección competitiva con un renombrado crédito de la casa (Enrique Urbizu) y del irregular cineasta coreano Kim ki-duk que tuvo dividida a la crítica y que ahora decepciona película tras película.
Por Pamela Biénzobas desde San Sebastián
Otro mes septiembre, otro Zinemaldia, otra semana de promesas, descubrimientos, decepciones, redescubrimientos a través de las retrospectivas, y otra vez la constatación de que el de San Sebastián es probablemente el más agradable de todos los grandes festivales en términos de organización y de paisaje. ¿Qué cambia? Aunque sólo podrá decirse al final si implica una diferencia cierta, este año es el primero bajo la dirección de José Luis Rebordinos, tras la partida de Mikel Olaciregui del mismo cargo. No se trata en ningún caso de un giro radical, ya que Rebordinos lleva largos años en el festival, y Olaciregui sigue en el equipo. Por otro lado, a nivel personal, es que por primera vez vivo la experiencia de un festival con muletas (por un accidente serio pero no grave que tuve en otro certamen), lo que condicionará la cantidad de películas que pueda ver (aunque un dato extra cinematográfico: esta es una de las pocas ciudades del mundo donde estar (momentáneamente) "discapacitado" no es ningún impedimento para movilizarse).
La competencia de la Sección Oficial arrancó con dos películas atractivas pero insatisfactorias. Probablemente el cálculo haya sido no quemar de entrada las mejores propuestas, pero sí lanzarse con nombres fuertes como gancho para la gran afluencia de público del fin de semana en que se inició.
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No habrá paz para los malvados |
Enrique Urbizu, jugando de local, tiene un renombre como director de género negro. Tras el sentencioso título de No habrá paz para los malvados se concentra un relato suficientemente interesante en su esbozo, pero confuso y poco atractivo en su desarrollo, con cabos sueltos y conexiones injustificadas para tratar de embutir todo tipo de acciones, situaciones y clichés, tanto temáticos como especialmente visuales. La puesta en escena y la realización son eficaces: profesionales y convencionales. El que se deje llevar por la trama (y sobre todo que no le pida coherencia sino que siga el juego de cada escena) tendrá su cuota de acción y suspenso como manda el género. José Coronado interpreta a un policía alcohólico y oscuro que asesina a tres personas en un arrebato de borracho en un bar y se lanza a la siga de un testigo que huyó. Pero detrás hay toda una red de tráfico de drogas (colombianos y marroquíes, por supuesto), que en un punto se mezcla con terrorismo islámico (los marroquíes, por supuesto).
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Amén |
Todo lo contrario del ambicioso Urbizu, el segundo título en competencia peca de autosuficiencia minimalista, y en su lógica de realización a presupuesto 0 deja al descubierto una falta de creatividad y de capacidad de expresión a través de la imagen. Kim Ki-duk en su momento había tenido una recepción dividida entre quienes lo consideraban un genio o un impostor, pero en cualquier caso mostraba un innegable oficio y a veces bastante imaginación para contar historias y transmitir sensaciones a través del cine. Tras algunos títulos estirados y dudosos, y una ausencia por problemas de salud, este año regresó a Cannes con un gesto tan radical como autocomplaciente en Arirang, suerte de bitácora de su paso por el infierno. Más allá del contenido confesional y la posible discusión sobre el pudor y la honestidad, decepcionó la actitud, más arrogante que modesta, de decir "una cámara y un computador bastan para hacer una película" como si no importara qué se hace con esa cámara y ese computador. Su nueva ficción, Amen, confirmó y reforzó esa constatación. Y sus declaraciones sobre que la intención era demostrar que cualquiera puede filmar sin más recursos que su cámara sólo lo hacen más lamentable. Las elecciones de plano y sobre todo el montaje parecieran indicar un amateurismo y una ingenuidad atribuibles sólo a un principiante, mientras que varios son los verdaderos principiantes que, gracias a la factibilidad de filmar hoy en día con recursos mínimos, han realizado películas con mucha más visión. En una suerte de interpretación de la concepción de María (una lectura posible, apoyada por el título y las referencias cristianas), una joven coreana es perseguida (y en un principio violada sin darse cuenta) y en cierta forma también protegida por un personaje escondido tras una máscara antigás, en su periplo por París, Venecia y Avignon en busca de su novio.
En el segundo día de competencia oficial, cuando la lluvia amenaza con desalentar un poco al público que suele llenar las salas el domingo (o tal vez lo contrario, invitarlos a refugiarse en los cines), los dos trabajos programados se cuentan entre lo más prometedor: el magnífico Terence Davies que vuelve con The Deep Blue Sea, adaptado de una obra de Terence Rattigan, y Sarah Polley, cuyo Take this Waltz llega con comentarios contradictorios una semana después de su estreno en su Toronto natal.
Además es el día de una de las obras más esperadas del festival para quienes no estuvieron ni en Venecia ni en Toronto: Shame, segundo trabajo de Steve McQueen, en Zabaltegi-Perlas. Al mismo tiempo, en Zabaltegi-Nuevos directores, Sentados frente al fuego de Alejandro Fernández Almendras, tuvo su estreno mundial el domingo dieciochero. Grandes apuestas que comentaremos en los siguientes despachos.
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