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política
(esto no es cine)

Las torpes declaraciones de Lars Von Trier que terminaron con el director danés siendo expulsado de Cannes, hacen reflexionar a nuestra compañera sobre cómo se confunde lo accesorio de lo esencial en la política francesa. Pero para su sorpresa, lo que parecía sólo un gesto de solidaridad políticamente correcto –la presencia en la programación de Este no es un film, de Jafar Panahi- terminó siendo uno de los puntos altos del festival.

Por Pamela Biénzobas desde Cannes

Un escándalo triste y absurdo está manchando el festival. Y no tiene que ver con cine sino con toda la diplomacia en torno al evento mediático. Mientras Francia está remecida por el affaire DSK (el intento de violación de Dominique Strauss-Kahn, ex director general del Fondo Monetario Internacional, a una camarera en un hotel en Nueva York), que dice mucho acerca de las diferentes concepciones sobre lo moralmente aceptable en cada país (y que, dicho sea de paso, le está quitando visibilidad a Cannes en los medios nacionales), la importancia desproporcionada que se ha dado a las infortunadas declaraciones de Lars Von Trier no puede sino dejar un gusto amargo.

No estuve en la conferencia de prensa de Melancholia, pero todos quienes la siguieron –del origen y sensibilidad política que fuera– coinciden en que es imposible dudar que los dichos del siempre complicado danés hayan sido en broma. Una broma de muy mal gusto, empeorada por el hecho de expresarse en una lengua extranjera. El punto es que la prensa aisló un par de frases (particularmente lo de "ok, soy un nazi", con que termina este extracto en You Tube), y ya no hubo vuelta atrás. Ayer el Consejo de Administración del festival emitió un comunicado rechazando las declaraciones y exigiendo disculpas. Lo que Von Trier hizo rápidamente. Pero hoy fueron más allá y lo declararon persona non grata. Seamos claros: el pedante realizador nunca ha sido una persona muy grata, donde vaya, lo que le quita aún más peso al hecho de que diga estupideces, pues casi puede esperarse de él. Distinto sería que Ken Loach o cualquier persona agradable hiciera una broma así.

Poco importa. Lo que importa son las reacciones, y la manera en que todo se ha salido de control y, sobre todo, del ámbito cinematográfico. Una primera constatación tan patética que muy poca tinta merece es el sensacionalismo de los medios, que titulan con una frase dicha entre risas nerviosas por un tipo que claramente no sabía cómo salirse de la piscina de barro en que se metió.

Lars Von Trier

Pero luego entran en juego otros elementos, que tienen que ver con los tabúes de la sociedad francesa. A muchos les sorprendió que en este país se defendiera el año pasado a Roman Polanski esgrimiendo su calidad (y su cualidad) de cineasta, y también evocando su infancia en el ghetto. Ese caso, como el actual escándalo en torno a Dominique Strauss-Kahn, plantea las fuertes diferencias éticas entre una Francia liberal y los Estados Unidos puritanos, por ejemplo. Y este país "de los derechos humanos" se siente bastante orgulloso de esa imagen, así como de su sistema jurídico de presunción de inocencia.

Pero Von Trier cometió el error de meterse con uno de los grandes tabúes del discurso público. La historia francesa reciente (o relativamente reciente) aún tiene abiertas dos grandes llagas en la conciencia del país: la guerra de Argelia y, un poco antes, el régimen de Vichy, que comprueba que a diferencia de lo que quisiera creerse y mostrarse, los resistentes no fueron tantos, y los colaboracionistas, muchos. A la espera de que el tiempo ayude a cicatrizar y ojalá borrar las heridas del orgullo moral francés, la consigna es: de Argelia no se habla, y del nazismo sólo puede hablarse con escándalo.

El problema es que la censura sólo abarca el discurso, no las acciones. Así, el año pasado, durante la incalificable persecución contra los gitanos con fines bajamente populistas, y sin la menor base lógica o jurídica (para no hablar de moral), se acusó a los responsables de usar prácticas de la época de Vichy. La reacción fue patética. Nadie negó haber ordenado separar a los niños de las mujeres y de los hombres, como durante las redadas contra los judíos. Pero aunque los hechos eran evidentes, lo que los indignó fue que se les asociara con el infame régimen pro-nazi.

Por eso es tan lamentable que se arme tal revuelo ante las necedades de alguien que de todos modos nadie toma en serio cuando habla. Porque al mismo tiempo se hace la vista gorda a actos mucho más dañinos y peligrosos, en un país que desde hace algunos años está coqueteando descaradamente con la derecha extrema, y tendiendo, a veces discretamente y otras abierta e inconstitucionalmente, hacia un Estado policial.

En ese contexto, que se excluya a una persona del festival por sus palabras se hace absurdo y contraproducente. Porque si de verdad hubiese expresado una opinión pro-nazi, nada sería más dañino que acallarlo e impedir la discusión, pues así se corre el riesgo de hacer pasar a los extremistas por víctimas de la censura y rodearlos de un aura interesante en lugar de hablar directamente y exponer y debatir. Es el gran peligro de la prudencia desmesurada en aras de lo políticamente correcto.

En todo caso, se insistió en que se excluyó a la persona, no a la película. ¿Qué pasa con Melancholia ahora? Tal como en este texto apenas he mencionado el título, hoy lo que importa es más el escándalo que la obra. Una obra que convenció a bastantes, pero que para mí resultó ser una impresionante pero aburrida ostentación de talento visual, con algunas ideas místicas y narrativas interesantes pero huecas. El problema es que en adelante tampoco se podrá separar al film de la polémica. Ya sea para defenderlo o juzgarlo, toda posición estará manchada por la sospecha de toma de posición también frente al director.

Jafar Panahi en In film nist

Toda la situación ha sido realmente ingrata y embarazosa para todos. Y curiosamente coincidió con un esperado momento que también olía a acción de corrección política. Poco antes del comienzo del festival, se anunció que se integraban a la Selección Oficial dos películas iraníes, de los realizadores emblemáticos de la represión contra el cine: Mohammad Rasoulof y Jafar Panahi (ver artículo). El primero con una entrada en Un Certain Regard, y el segundo con una película presentada en muestra especial, codirigida por Mojtaba Mirtahasebi y realizada de manera clandestina.

Bé omid é didar (Adiós), de Rasoulof, es un buen trabajo, pero que no aporta gran cosa si no se consideran sus circunstancias. Pero In film nist (Esto no es un film), de Jafar Panahi, se eleva a muy por encima de su negación de ambición artística para entregar una obra notable, obviamente indisociable de su contexto, pero cuya calidad no depende en absoluto de él. Todo hacía temer una película programada sólo como un gesto de apoyo al cineasta, pero resultó ser una de las mejores y más interesantes del festival hasta el momento.

La descripción no es muy prometedora en términos cinematográficos: Panahi y Mirtahasebi documentan un día en la vida del primero, en su prisión domiciliaria, donde tiene prohibido trabajar. Honesta y astutamente precedido por un "descargo de responsabilidad" artística con la declaración de modestia del título, el trabajo lleva la huella del talento de Panahi para captar la sutileza de momentos y expresar una multiplicidad de ideas con un plano y un gesto. Así, entre sus intentos –y sobre todo su renuncia– por ponerse en escena naturalmente, sus reflexiones sobre la inactividad y otras digresiones, su suerte de diario filmado se carga de significado político, en el sentido de contingencia social y de concepción del cine. Espontánea o artificialmente, la llegada del conserje suplente hacia el final ofrece una secuencia espectacular en términos de fotografía (una lección sobre cómo filmar dentro de un ascensor) y de intercambio de ideas.

Simbólicamente, la inclusión de una película de Jafar Panahi en la selección tiene una loable y necesaria significación, tal como cuando se le nombra miembro del jurado para hacer notoria su ausencia. Pero es un tremendo alivio y placer encontrarse, con In film nist, frente a una obra cuya calidad e importancia va mucho, mucho más allá de lo políticamente correcto.

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