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Nuestra compañera Pamela Biénzobas inicia sus crónicas desde el festival más importante del mundo en la côte d'azur francesa. En este primer texto, comenta sus impresiones de la nueva película del notable (y curiosamente debutante en Cannes) Wes Anderson que abrió el certamen.(Foto: Moonrise Kingdom)

Por Pamela Biénzobas desde Cannes

Es una de las Competiciones Oficiales más “aseguradas” en muchos años. Cuando el Festival de Cannes anunció su Selección Oficial hace unas semanas, las cejas se levantaron unánimemente, en tono admirativo o circunspecto, ante una Competición que alineaba casi exclusivamente nombres veteranos, varios de ellos con premios mayores a su haber. Al optar por Kiarostami, Resnais, Cronenberg, Reygadas, Haneke, Audiard, Loach… incluso con el mucho más joven Mungiu –ganador de la Palma de oro con su segundo largo en 2007–, estaba claro que no éste no sería exactamente el año de todos los riesgos. Regocijante fue, en todo caso, el anuncio de la apertura, excepcionalmente dentro de concurso, con la nueva película de Wes Anderson, quien aunque es también una apuesta segura, al menos es una cara nueva en Cannes.

El festival comenzó y el regocijo pasó de promesa a experiencia y la apuesta resultó ganadora como se esperaba. Pero, ¿qué sucede cuando un estilo se convierte en fórmula? Una respuesta corta es que si la fórmula funciona, es simplemente la clave para el éxito. Sin embargo, también es la clave para una cierta pérdida de novedad. Wes Anderson es sin duda alguna uno de los realizadores actuales con un estilo más característico, además de ser capaz de clavar una mirada incisiva en ciertas zonas del alma que no siempre son las más luminosas, y hacerlo parecer dulce y naíf. Sus nostálgicos mundos de casa de muñecas son siempre el escenario en que explotan y se recrean las relaciones familiares (sanguíneas o electivas) y en que niños de todas las edades (a veces de varias décadas) se enfrentan a la adultez, propia o de la esfera parental. Y el resultado es siempre emocional y estéticamente conmovedor.

Moonrise Kingdom

Moonrise Kingdom es una película de Wes Anderson en el mejor de los sentidos, con todas las grandezas y aciertos que han convertido al realizador tejano en uno de los caricaturistas más sensibles de un cierto espíritu contemporáneo occidental. También es una película de Wes Anderson en el sentido más cuestionable: su gracia está lograda siguiendo la fórmula mágica. El único reproche que puede hacérsele es, entonces, que no consiga sorprender con esos recursos que sí logran emocionar.

Esta vez, las dos principales variaciones a la fórmula son, por un lado, la ausencia de un protagonista megalómano y autoritario, y el hecho de que en lugar de concentrarse en adultos que parecen niños, los personajes centrales son dos niños que llevan en su alma la gravedad de la adultez, sin negar su condición infantil. Es probablemente por eso que los grandes no saben cómo lidiar con ellos, y que el tono de este reino de la luna saliente es aún más sombrío que el de las anteriores obras de Anderson.

Un scout huérfano (aunque ese dato pareciera perturbar más a los otros que a él) y una niña depresiva, ad portas de la adolescencia, se fugan en una isla semi-despoblada en una aventura que en principio parece no tener destinación precisa, siguiendo un antiguo camino indígena. La meta en verdad es un momento de libertad, de inocencia pura, desprovista de ansiedad y, sobre todo, de ese mundo en que no parecen encajar. Es tan pura su necesidad de fuga, que pese a la estructura de confrontación (una búsqueda por momentos agresiva, y sobre todo una búsqueda de quienes no quieren ser encontrados), termina despertando lo mejor de casi toda esa comunidad de gente esencialmente triste.

La escena en que se oye a Françoise Hardy cantando Le temps de l'amour desde un tocadiscos plástico sintetiza la francofilia de Anderson y también la profunda nostalgia que la puesta en escena –entre las más cuidadas de su filmografía– refuerza con cada detalle, en una clara filiación con Los Excéntricos Tenenbaums (2001). Moonrise Kingdom ofrece pocas sorpresas a quienes han visto las anteriores películas de Wes Anderson, e incluso a quienes han visto la sinopsis. Pero en verdad sus films no se ven para encontrar sorpresas, sino para reconocerlos y reconocerse. Y emocionarse, algo que esta última entrega permite con especial delicadeza.

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