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Sobre Las mejores intenciones, de Nicolás Pereda, parte de la sección Gala

Por Jorge Morales

Con sólo 30 años, Nicolás Pereda ya tiene siete películas en el cuerpo: seis largos y un cortometraje. Cada una con un éxito inusitado en el circuito festivalero. Sin ir más lejos, acá en Valdivia su película más reputada –Verano de Goliat- ganó el premio principal y de la crítica en 2010, el mismo año que se le hizo una retrospectiva completa de su trabajo como ya ha ocurrido en más de una veintena de festivales. Aparentemente la clave de su fecunda filmografía está en trabajar casi sin excepción con el mismo equipo (los actores Gabino Fernández y Teresa Sánchez, principalmente y el director de fotografía Alejandro Coronado), hacerlas de hombre orquesta (siempre director, guionista y editor) y conocer los tejes y manejes del mercado independiente. Pereda tiene una obra coherente donde sus películas dialogan –implícita y explícitamente- unas con otras; ocupando personajes y situaciones que se repiten o se replican (como la eterna relación madre e hijo de Teresa y Gabino), el tema de la familia trizada, y la mezcla de ficción y documental.

En Los mejores temas todos estos elementos están, pero Pereda va un poco más lejos, tomándose una licencia singular: interviene directamente en la historia. El argumento es sencillo: tras más de una década ausente el padre de Gabino y esposo de Teresa regresa y se instala de lo más campante en la casa familiar, y de paso, trata de convencer a su hijo de participar en un negocio trucho. Mientras se desenvuelven estas situaciones, en un diálogo entre Gabino y su padre (en la vida real y en la ficción), Pereda hace una pregunta personal en off al papá de Gabino que interrumpe el desarrollo de la escena. Lejos de desconcertarse, los actores siguen la travesura y el nuevo diálogo se incorpora a la "trama". Lo que hace Pereda es desmantelar la estructura y luego reponerla en una suerte de ensayo y error. Así también repite una escena modificando ligeramente el final o cambia a uno de los actores (el padre de Gabino) por su propio tío y vuelve a rodar algunas partes. Cada prueba o experimento se incorpora al largometraje con tanta naturalidad que no afecta su desarrollo porque finalmente la cinta es eso, un ejercicio de estilo, un tanteo sobre los modelos de representación, un juego narrativo donde se sigue la lógica que le da nombre: un listado de exitosas canciones románticas que Gabino intenta aprender de memoria, se equivoca y vuelve a empezar.

Publicado en el suplemento KU del Diario Austral / Viernes 5 de octubre de 2012

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