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Crónicas Caninas 2013 (7) País: Chile

Aunque, en estricto rigor, la nacionalidad de algunas de las cintas "chilenas" en Cannes está en entredicho, no cabe duda que Chile sonó más que nunca en la historia del festival más importante del mundo. Un repaso crítico por las películas dirigidas (sin excepción) por cineastas chilenos que estuvieron en el certamen francés.
(Foto: El verano de los peces voladores)

Por Pamela Biénzobas

"Agradezca los privilegios que tiene", dice Pancho (Gregory Cohen) a su hija Mane (Francisca Walker). A los ojos de Pancho ni siquiera es concebible que Mane no sienta esos privilegios como una bendición y tome cierta distancia frente a los reflejos de su entorno social y familiar. Entre reproche, orden y desconcierto, la marcadora frase pronunciada por Gregory Cohen concentra gran parte del conflicto del que se erige como personaje central de El verano de los peces voladores: Mane, encarnada por Francisca Walker con exquisita sutileza.

Es, a través de ella, que se comprende y se hace sentir al cabo de un momento, la exuberante naturaleza. Una naturaleza tan sobrecogedora que incluso se traga y esconde a la gente y sus conexiones. Demasiado, incluso. El potencial de la película, se ve limitado por un desequilibrio en lo dramático, y si a fin de cuentas El verano de los peces voladores es "sólo" una obra notable y ciertamente destacable, es por una cuestión de escritura de su trama y sus personajes.

El tratamiento del paisaje como el verdadero protagonista está muy bien llevado y es uno de los aspectos más sólidos de la dirección de Marcela Said en su debut en la ficción, pero acaba por traicionarla al rivalizar con la narración. No es la culpa de una fotografía demasiado bella, como alguno ha dicho por ahí. Al contrario, esa imagen (de Inti Briones) y las sensaciones que provoca junto con el trabajo de sonido (mezclado por Jean-Guy Veran), son los elementos que permanecen con más firmeza con el paso de los días. La atmósfera general y la temática subyacente reposan sobre esa base, pero el relato mismo se desdibuja rápidamente, pues nunca se establece con claridad.

El verano de los peces voladores, de Marcela Said

Si Mane aparece finalmente como la mirada conductora, tarda en instalarse como tal. En general los personajes se introducen de manera vaga, desde la enunciación de sus nombres hasta la presentación de sus rostros, para poder identificarlos y comprender cuáles son los principales y cuáles los secundarios. Algunos, por ejemplo, los niños, se sienten como accesorios. La opción de que sólo pueblen el espacio es totalmente válida, pero desfavorece la construcción dramática, que tiene como fondo –y como tema fundamental– el conflicto mapuche.

En lo que pareciera un cierto pudor para apropiarse por completo de unos personajes que tienen que crearse desde cero, Marcela Said no los dota del mismo nivel de existencia e identidad de aquellos que trataba en sus documentales. Si entonces ese pudor se asociaba a una gran honestidad para asir a quien tenía enfrente –permitiéndole presentarse y también, en ocasiones, condenarse–, aquí se traduce en una escritura de trazo muy leve. No obstante, hay en ello un gesto esencial en el que se reconoce la ética de la cineasta: al situar socialmente a su protagonista, limita conscientemente su visión general de los hechos. Como en sus anteriores films, Said enuncia abiertamente dónde está parada, desde qué perspectiva parcial está observando, y de esa forma puede, con toda sinceridad, abordar la complejidad de una problemática profunda y urgente sin pretender explicarla.

Pese a los aspectos narrativos que merman su resultado final, a través de momentos más que del relato El verano de los peces voladores (cuyo título alude a la obsesión al terrateniente interpretado por Cohen de controlar todo lo que sucede dentro de su posesión) consigue mostrar la lucha de clases, incluso con mayor fuerza que el tema histórico-cultural, en su aspecto más soterrado: en la inconsciencia de quienes tienen tan asimilada su posición en la sociedad, que no conciben que pueda ser cuestionada.

Si algún sentido tiene (¿lo tiene?) agrupar al cine por su "nacionalidad", la película de Said es la película más chilena de las presentes en Cannes este año, si es que por eso se entiende el trabajo de un director chileno.

El cortometraje A Nice Trip, de Luis Cifuentes, fue efectuado en el contexto de la "Taipei Factory", una iniciativa de la Taipei Film Commission que armó equipos con realizadores locales y extranjeros para rodar en el país. El único americano de los invitados, Cifuentes imaginó la despedida de una joven taiwanesa de los suyos para probar suerte en Chile. La cámara, a menudo temblorosa, se enfoca ante todo en detalles y en fragmentos para acompañar esos últimos contactos con los más cercanos; contactos llenos de preguntas, de buenos deseos y de cosas que quedan sin expresar.

Magic, Magic, de Sebastián Silva

En el caso de Magic, Magic, de Sebastián Silva, el rodaje fue en Chile y con coproducción chilena, pero los productores y actores principales (a excepción de Agustín Silva, hermano del realizador) son todos extranjeros. Intentando explorar el cine de género, Silva trata de construir un thriller psicológico explotando la inmensidad de la naturaleza del sur de Chile y, de una manera funcional –a diferencia del caso de Said–, la presencia mapuche (y hasta ahí llegan los puntos en común).

Magic, Magic podría haberse situado en cualquier otro lugar en que el entorno natural y una cultura "exótica" que pudieran provocar la inquietante extrañeza que se buscaba. El casting internacional de lujo (Juno Temple, Michael Cera, Emily Browning, Catalina Sandino Moreno) sostiene lo mejor que puede la existencia de los personajes, pero no basta para dar cuerpo e interés a la historia.

Invitado a la Quincena de los Realizadores, al igual que todos los antes citados, el chileno más de culto y menos chileno del mundo del cine (y, en muchísima mayor medida, en el del cómic), corrigió él mismo el "error" de atribuir a La danza de la realidad a la nacionalidad chilena. En el escenario del teatro Croisette, Alejandro Jodorowsky se tomó el tiempo de desglosar el financiamiento de una película situada y rodada en Chile y sobre todo en Tocopilla, para demostrar que los fondos nacionales eran minoritarios. En cierta forma pareciera que el psicomago (que además fue el objeto de un entretenido e informativo documental de Franck Pavich, Jodorowsky's Dune) revisitó su infancia y sus orígenes para acabar de distanciarse mejor de su país natal.

La danza de la realidad, adaptada de las memorias homónimas, comienza con un circo, que define el tono de una realización exagerada, extravagante, grotesca en el mejor sentido. Hay que aceptar y abrazar ese registro para entrar en una película que desecha de entrada el naturalismo. Entonces y sólo entonces se puede acompañar a Jodorowsky en un viaje que abraza sin pudor los códigos estéticos de su particular universo. Un universo bufonesco, absurdo y excesivo que podría parecer críptico, pero en el que, en el fondo, Alejandro Jodorowsky se está exponiendo de manera transparente, desnudo y sin defensas.

La danza de la realidad, de Alejandro Jodorowsky

Si la Quincena efectivamente concentró muchos títulos chilenos, esa presencia fue mucho más discreta que otros años, por ejemplo, con las películas de Pablo Larraín. Aún más discreta fue la presencia nacional en la Selección Oficial, por encontrarse en la Cinéfondation, una de las áreas menos mediáticas que sin embargo tiene una relevancia indudable para los cineastas emergentes. Por su Residencia, con sus dos sesiones anuales, han pasado ya bastantes chilenos, y su Atelier, que permite a una veintena de proyectos presentarse durante el festival a potenciales coproductores acogió este año a Niles Atallah con Rey, el largometraje que prepara sobre Orélie-Antoine I, autoproclamado rey de la Araucanía.

La fundación también programa en el festival una selección de cortometrajes de escuela, sometidos al mismo jurado que la Competencia de Cortometrajes (este año presidido por Jane Campion). Allí se mostró Asunción, de Camila Luna Toledo, que con sobriedad concentra en el personaje epónimo (encarnado por Paola Lattus) las tensiones sexuales y sociales que pueden flotar en una estructura rígida. Asunción, recepcionista en una residencia femenina de estudiantes llevada por religiosas católicas, ve su austera e invisible existencia desestabilizada por el voyeurismo del guardia Manuel, y no sabe cómo manejar sus propias pulsiones reprimidas. Ciertamente es otra faceta interesante de la chilenidad.

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