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Este viernes 19 partió el Festival Internacional de Cine de San Sebastián con expectativas más que frustradas. En su primer fin de semana, se exhibió la decepcionante, pero visualmente atractiva película de anticipación "Autómata" en la Sección Oficial en San Sebastián, sumándose al lamentable nuevo film de François Ozon, "Une nouvelle amie". (Foto: Autómata)
Por Pamela Biénzobas desde San Sebastián
El año pasado la muy temprana proyección de la excelente Pelo malo, que acabó ganando la Concha de oro, o hace dos años, la genial El muerto y ser feliz, de Javier Rebollo, que podría haberle disputado al no obstante merecidísimo galardón a Dans la maison, de François Ozon (que parecía dejar atrás sus altibajos para instalarse en la categoría de gran realizador), permitían en las primeras jornadas del certamen augurar un festival prometedor.
Romain Duris en Una nouvelle amie |
Era comprensible, entonces, que el regreso de Ozon a Competición con Une nouvelle amie generara expectativas. Rápidamente, sin embargo, esas esperanzas se malograron con esta fallida mezcla de géneros y tonos para contar un melodrama de travestismo con toques cómicos. Citar a Sirk o Almodóvar no basta, y la película nunca pasa la barrera de la caricatura burda en lo que podría haber sido un emotivo (y ¿por qué no?, también cómico) acercamiento a la complejidad de los sentimientos y del deseo, cuando la mejor amiga (Anaïs Demoustier, siempre bien) de una joven madre recién fallecida descubre que al viudo (Romain Duris, lejos de su mejor nivel) le gusta vestirse de mujer.
Otra decepción fue un film de anticipación que, más que nada por su temática y las imágenes difundidas, dejaba esperar una sorpresa original. ¿Por qué el título Autómata y no "robots"? Probablemente porque suena mejor. Asimismo, muchas de las decisiones narrativas del segundo largometraje de Gabe Ibáñez (Hierro, 2008) se sienten igual de arbitrarias. Los descuidos del guión sabotean una película con potencial, pues durante la primera parte el cóctel de clichés de género funciona. No aporta absolutamente nada, ni en términos estéticos ni filosóficos, al complejo y fértil universo de la anticipación, pero al menos toma mil referencias bien seleccionadas con un resultado eficaz en lo visual y el ritmo. Hasta que, cuando la acción empieza a desarrollarse un poco, se necesita un mínimo de coherencia para sostener la narración. Y todo se cae en pedacitos.
En un momento dado, una "autómata" en plena evolución le comenta al protagonista (Antonio Banderas, que no debería insistir en actuar en inglés) que finalmente sabe por qué desapareció la lluvia, un conocimiento que el día anterior no tenía. Él le pregunta cuál es esa explicación. "No creo que lo entenderías", le responde la robot sinceramente, sin condescendencia. Aunque ya a esa altura el film está bien descarrilado, y por lo tanto el efecto que produce es más ridículo de lo que pretende, el diálogo es uno de los comentarios más lúcidos sobre la inteligencia artificial, cuestión central de Autómata.
El tema, que ha dado tantas obras maestras en cine y literatura, no solo no deja de ser de absoluta actualidad, abriéndose incluso a otros géneros como en Her, de Spike Jonze. Hoy ya ni siquiera es puramente ficción, como el propio Stephen Hawkins insistía recientemente en una viralizada conversación con John Oliver para el programa Last Week Tonight. Pero Autómata ofrece simplemente un recocido de Terminator, Blade Runner, Mad Max y otras referencias de hace ya décadas.
Antonio Banderas en Autómata |
La premisa lógica parte muy bien: en treinta años más, el mundo está como podemos imaginar al pensar en los títulos citados. Una gran corporación crea unos poderosos robots para ayudar en la vida práctica y sobre todo para construir un muro en torno a la veintena de millones de humanos sobrevivientes, con el fin de impedir el avance del desierto (y de la población marginal) hacia el interior de "la ciudad". Pero seguramente habían visto y leído suficientes obras de anticipación para saber que había que poner un límite al desarrollo de la inteligencia artificial. Así, los androides tienen implantados dos protocolos estrictos: no dañar e incluso proteger a los seres vivos, y no modificarse a sí mismos.
Pero parece que por ahí andan algunos androides modificados, y hay que rastrear su origen, aunque en un principio sólo sea para liberar de responsabilidad jurídica a la corporación. Así es como el caso cae en las manos del agente de seguros Jacq Vaucan (Banderas), que por una suerte de MacGuffin que se volatiliza cada vez más, se transforma en el enemigo número uno de la corporación y la policía, en una cacería humana fuera de los muros de la ciudad, donde todos esperan encontrar el origen de las modificaciones que han permitido a los robots evolucionar, un potencial riesgo para la humanidad. Lo que empieza como un trabajo de género demasiado "inspirado" en los clásicos, pero visualmente logrado, rápidamente se desliza en una suerte de acumulación interminable de escenas involuntariamente cómicas. Una lástima, pues esa evolución sí que se podía anticipar.
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