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Dos muy distintas entradas españolas llegaron hacia el final de la Competición oficial. Cada una con aciertos y muchas limitaciones, pintan un paisaje bastante poco halagador de su país. (Foto: Lasa y Zabala)
Por Pamela Biénzobas desde San Sebastián
¿Y si Isaki Lacuesta, realizador de Murieron por encima de sus posibilidades, hubiese dirigido Lasa y Zabala en lugar de Pablo Malo? La idea es tan absurda como arbitraria, es cierto, pero inevitable tras ver una después de otra dos de las películas españolas en la carrera por la Concha de oro.
Los dos trabajos son radicalmente distintos y sin embargo tienen mucho en común. Ambos tienen aciertos, partiendo por los respectivos proyectos de base, pero se quedan cortos por limitaciones más o menos voluntarias. Y en ciertos aspectos las flaquezas de uno corresponden a las fortalezas del otro.
Fue interesante, incluso fuerte, ver Lasa y Zabala en una sala enorme y llena, en que la mitad de los espectadores eran locales. Es decir, vascos. Pues la película aborda y recrea un caso que marcó la historia reciente de la región. Lasa y Zabala son los apellidos de dos etarras veinteañeros desaparecidos en 1983, y cuyos cuerpos fueron identificados, con claros signos de tortura y ejecución por bala, doce años después. Un abogado militante decidió jugársela y tratar de llevar a la justicia a los responsables, todos funcionarios (militares o civiles), para probar un crimen de Estado en la lucha antiterrorista.
Más allá del posicionamiento que puede significar la decisión misma de llevar la historia al cine, el proyecto busca situarse lo más neutralmente posible. El abundante material de un proceso larguísimo –informes, pericias, declaraciones, interrogatorios, careos…– le permitió ceñirse a los hechos con comprensible prudencia. Una prudencia que por supuesto no es sólo posición ética (toda opción y omisión es cuestionable), sino una estrategia para crear un producto accesible y atractivo para todo público. En sí, eso puede ser un gesto comercial o político, y no es aquí que se intentará decir cuál.
Lo importante es lo que esa búsqueda de neutralización (quizás más que neutralidad) impone a una obra cinematográfica que se neutraliza estéticamente también. Así, aplicando diligentemente recetas probadas, repetidas y recocidas durante décadas, Lasa y Zabala es una ilustración cuidadosa de un caso impactante, en clave de thriller sin sorpresa ni propuesta formal.
La complejidad moral del tema está rápidamente reducida al abrir con una declaración de principios (en los dichos de las hermanas de las víctimas en una entrevista radial) anti-confrontacional. Ciertos comentarios en el mismo tono conciliador salpican el resto de una película en la que no hay mayor cuestionamiento ni juicio (ni tampoco elementos blanqueadores) ni de las actividades de los dos jóvenes en el ETA, ni de las convicciones y reivindicaciones del grupo. Es decir, Lasa y Zabala se empeña en despolitizar un hecho esencial y circunstancialmente político. Es tan evidente que no puede verse como una falla sino como una clara opción, totalmente coherente con la opción estética de seguir fórmulas predigeridas: llevar el contenido a un público lo más amplio posible evitando la acusación de tomar partido. Pero aún dentro de ese territorio hay lugar para una mirada, cuando lo que se quiere hacer es cine.
Murieron por encima de sus posibilidades |
Y una mirada propia es lo que siempre ha ofrecido el cine de Isaki Lacuesta, uno de los autores españoles más originales de su generación. Esta vez, quiso probar suerte en la comedia grotesca. Pero no funcionó. Murieron por encima de sus posibilidades es una metáfora política gruesa cuyo planteamiento es en sí gracioso, pero no se sostiene en su desarrollo. Son muchas sus ideas ingeniosas y a veces cómicas, pero se diluyen en una plétora de otras ideas repetitivas y hasta pesadas, para poner en escena un buen chiste: un improbable grupo se escapa del manicomio con el proyecto de secuestrar al presidente del banco central y exigirle una solución a la crisis. No una revolución o cambio de sistema, sino arreglar lo que había, con desigualdad e injusticia, pero dentro de límites razonables. Sin las expectativas que genera el nombre de Lacuesta, y gracias a las buenas ideas (que hacen aún más lamentable la mediocridad del conjunto) y un elenco impresionante, Murieron por encima de sus posibilidades puede disfrutarse por momentos, sabiéndose que agotará y aburrirá en otros. Siempre se le ha agradecido a Isaki Lacuesta que tome riesgos. Esta vez no resultó. Seguiremos esperando, con confianza, una próxima ocasión.
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