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15° Festival de Documentales de Tesalónica Edificante desolación
Espectadores griegos emocionados frente al retrato de una anciana uruguaya, frustrados al quedar fuera de "Liv & Ingmar" (el documental de Dheeraj Akolkar sobre la larga relación entre la actriz Liv Ullmann y el director Ingmar Bergman), o tratando de seguir la retrospectiva dedicada a Patricio Guzmán. Espectadores activos, curiosos, abiertos al mundo, contentos de conversar con los documentalistas al final de las funciones del Festival de Documentales de Tesalónica, que tuvo lugar entre el 15 y 24 de marzo en el cine Olympion y el centro cultural del muelle de la ciudad macedónica. (Foto: Chronique d'une mort oubliée)
Por Pamela Biénzobas
Con su perfil generalista y su ambiente familiar, al igual que el festival "hermano" (ya cincuentón) de noviembre centrado en la ficción, el encuentro de documentales se ha ganado una reputación consensual y respetable en el contexto europeo. Bajo el eslogan de "imágenes del siglo XXI", lo que Tesalónica ofrece es una buena selección que reúne tanto los títulos infaltables de la temporada (ahí estaba el tremendo The Act of Killing) como otras obras más confidenciales y las siempre notables y notorias retrospectivas, en esta ocasión con un repaso de lo más destacado de los quince años de festival, y con un concurrido homenaje a Guzmán (que debido a un accidente estuvo presente virtualmente). Con unas doscientas películas, sin embargo, la intensidad se diluye y algunos programas pierden fuerza y público, mientras que las películas que ya vienen con una reputación internacional, como ¡Vivan las antípodas!, de Victor Kossakovsky, se proyectan ante salas repletas.
Es, en todo caso, la apuesta editorial de los festivales de Tesalónica: atraer a un público variado con propuestas para todos los estilos, y así ir fidelizando a los espectadores que, año tras año, van abriendo sus horizontes y conociendo nuevos autores y estilos. Por eso no resultó en nada extraño que la película de apertura fuera un trabajo consensual, accesible y ameno, para entretener a esa audiencia típica de ceremonia inaugural en que se mezclan autoridades y patrocinadores. First Position, de Bess Kargman, cumple perfectamente la misión con su tono feel-good y su estructura clásica de varias historias paralelas: seis jóvenes bailarines –niños , en algunos casos– se preparan para el concurso internacional Youth America Grand Prix, superando problemas físicos, materiales, y otras pruebas del destino. Kargman entrega un producto eficaz, con muy buen ritmo y que tiene el mérito de mostrar un mundo interesante y poco conocido para quienes no viven la danza desde dentro.
Exponer y exponerse
Mon docteur indien |
Aunque el festival de Tesalónica no es una excepción en la gravedad y desolación que suele primar en las programaciones documentales, el film de apertura no fue el único con el tono más bien "edificante". Otro título esperanzador, que generó un largo diálogo con el realizador acerca del contenido (pero al que la forma no aportaba nada nuevo), fue Mon docteur indien (Indian Summer) del británico Simon Brook. Uno de los varios documentales que miraba hacia India desde Occidente, justamente se trataba de un encuentro entre las culturas, en un aspecto de importancia crucial: el tratamiento del cáncer. Una mujer francesa, que en el pasado había consultado a uno de los más reputados oncólogos galos por su cáncer de mamas, regresó años después, explicándole que se había curado en India con un tratamiento ayurvédico. Con una apertura de mente rara en la medicina francesa (extremadamente cerrada a otras propuestas), el Dr. Turz partió con ella a la región de Tamil Nadu a descubrir, preguntar, ver por sí mismo y, finalmente, iniciar una cooperación e intercambio de saberes. Con su tono didáctico y cómplice, Mon docteur indien no profundiza demasiado sino que se dirige sobre todo a aquellos que ignoran la existencia del Ayurveda, y para quienes darse cuenta de que la medicina occidental no es una verdad única y establecida puede ser efectivamente revelador. Y eso, en la sociedad de hoy, ya es un gran aporte y puede cambiarle la vida a más de alguien.
Entre los trabajos inspiradores, hechos desde y para la admiración, destacó el bastante clásico Salma, retrato de Kim Longinotto de la poetiza india del mismo nombre (y que firma así, sin apellido). La hoy escritora y política tamil fue hace años una de las tantas niñas encerradas en una pieza a partir de la pubertad, para evitar cualquier contacto con la sociedad –incluida la escolarización– antes del matrimonio. Longinotto mira y muestra un personaje extraordinario, aunque falta claridad en la exposición de su biografía, y se echan de menos más ejemplos de su obra literaria.
Igualmente un retrato –pero esta vez un autorretrato–, de superación personal, el estéticamente más ambicioso When I Walk plantea otro tipo de problemas, que tienen que ver con el pudor. Sin relativizar en nada la admiración que merece la valentía y la voluntad de Jason Da Silva, que decidió hacer una película con su recorrido personal al descubrir, con apenas veintitantos años, que sufría de esclerosis múltiple, el documental revela un afán de exhibición que termina poniendo distancia ahí donde se busca más complicidad.
Con todas las diferencias temáticas, estéticas, circunstanciales y obviamente de motivación que los separan, When I Walk se emparenta por contraste con Las flores de mi familia, de Juan Ignacio Fernández Hoppe (ver entrevista acá) precisamente por la forma de cada uno de manejar la exposición (propia y de la gente más cercana) y la puesta en escena de lo intimidad.
Violencias
Si Fernández Hoppe, Da Silva o incluso Brook (a través de su protagonista femenina) enfrentan de distintas maneras la relación con la fragilidad del cuerpo, por vejez o enfermedad, otros estaban construidos sobre la muerte. Entre los muchos casos –basta pensar en el homenaje Patricio Guzmán–, tanto The Act of Killing (comentado a la ocasión de la Berlinale) como Lecciones para una guerra, de Juan Manuel Sepúlveda, buscan la forma de evocar masacres pasadas y, de un modo u otro, tratar aunque sea a posteriori de ayudar a registrar la memoria. Sepúlveda, autor de La frontera infinita (2008), busca entre los sobrevivientes Ixil la huella material u oral del genocidio guatemalteco, sobre todo bajo Efraín Ríos Montt.
Who Will Be a Gurkha |
La guerra parece ser apenas un detalle en el muy bien llevado Who Will Be a Gurkha. Sin embargo, tras la aparente ligereza del relato en que Kesang Tseten sigue el proceso de selección de la Brigada de Gurkhas, lo que prevalece es el distinto valor que tiene la vida de unos y otros. Pues si el ejército británico aún conserva la histórica unidad de nepaleses que creó al darse cuenta de sus condiciones favorables a la lucha en las montañas, es porque aún hoy pueden ser útiles para combatir en frentes complicados. Así, la promesa de un cambio radical de condiciones de vida en Inglaterra, aunque signifiquen partir rápidamente a zonas en guerra, lleva a muchos a hacer lo que sea –partiendo por renunciar a su propia identidad nacional– por tratar de convertirse en un súbdito de la reina.
Mucho más dramática, pese a la sobriedad de una impecable investigación, es la presencia de la muerte en Chronique d'une mort oubliée, pues sus interrogaciones no son de orden existencial o sociopolítico, y no cuestionan ni la muerte por violencia ni los estragos de la miseria de la mayor parte del mundo. La violencia que Pierre Morath expone es moral, y su origen se diluye y a la vez tiñe todo el tejido social. Indagando sobre uno de varios casos de muertes ignoradas, el suizo estremece (y acusa) al preguntarse y preguntarnos cómo en países ricos, con un sistema de protección bien estructurado, es posible que alguien totalmente integrado en el engranaje (con familiares, alojamiento, recibiendo apoyo de servicios del Estado...) puede morir sin que nadie se dé cuenta durante dos años. El clasicismo formal de la obra hace aún más incisiva la recriminación. Ciertamente, este año Tesalónica apostó por un tono edificante.
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