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En su segunda película, "Le Meraviglie", la italiana Alice Rohrwacher, vuelve al tema de la adolescencia. Y nuevamente también, intenta mirar el mundo desde la altura de sus ojos.
Por Pamela Biénzobas desde Cannes
Al cine le encanta hablar de niños y de adolescentes. Son una poderosa fuente dramática y también un mercado enorme. Pero el cine, como prácticamente todo en este mundo, lo hacen los adultos. Y los adultos suelen olvidar al niño que fueron. De ahí la plétora de películas que hablan de la infancia, la pubertad e incluso la adolescencia con la distancia y la ignorancia de quien cuenta lo desconocido.
Por eso es tan refrescante y conmovedor encontrarse con esos raros ejemplos que en lugar de mirar a los niños con los ojos de los adultos que manejan el mundo, miran el mundo con los ojos de los niños que tratan de apañárselas en un sistema de y para adultos.
Corpo Celeste (2011), el largometraje debut de la italiana Alice Rohrwacher, es uno de los más bellos ejemplos recientes de una película que entra en la piel de una chica en plena crisis de pubertad. Y también de desarraigo: acaba de mudarse con su familia de país, ofreciéndonos su mirada sobre la mentalidad y las costumbres de la pequeña ciudad calabresa a la que llega (y donde además está obligada a tomar clases de catecismo para preparar su confirmación).
En Le Meraviglie, con que Rohrwacher fue "promovida" directamente a la Competición Oficial (el film anterior había sido un descubrimiento de la Quincena de los Realizadores), la justeza del punto de vista se confirma. Esta vez el mundo en cuestión es el que rodea a Gelsomina (Maria Alexandra Lungu), la mayor de cuatro hijas de una familia multicultural tratando de vivir a su manera en la Umbría explotando una pequeña producción agrícola familiar. Una vez más, y por la opción de los padres, una afuerina en su propia sociedad.
Le Meraviglie |
La paradoja es que en este microcosmos de grandes que se niegan a integrar un sistema del que dependen, la menuda Gelsomina es el centro, o más bien el pilar sobre el que se sostiene todo. Es, de facto, la "capofamiglia", el jefe del frágil hogar. Trabaja como un adulto, cuida de sus hermanas, se lleva toda la responsabilidad como si el reconocimiento de su capacidad fuera un premio o la única manera en que el irascible e insoportable padre (el belga Sam Louwyck) sabe expresar su afecto. El balde que hay que cambiar regularmente simboliza el peso de esa responsabilidad que no corresponde a una niña de su edad, al menos no en su realidad occidental y moderna.
Rohrwacher nuevamente brilla con su manera de poner en escena lo más kitsch de las tradiciones de su país, y sobre todo lo que hoy se hace con ellas. El título alude a un show que la televisión está preparando en la zona, "El país de las maravillas" (animado por Monica Bellucci) para promocionar los productos y el turismo de la región con sus orígenes etruscos. La escena de la grabación en una cueva se extiende un poco, pero resume las tensiones diversas que aborda la película, tanto en su protagonista, en su familia y la comunidad, que no sabe bien cómo enfrentar los cambios de la economía moderna.
El principal pecado de Le Meraviglie es la mezcla y acumulación de distintos elementos, que hacia el final juega en contra del ritmo, dilatando demasiado y desatando cabos. ¿O acaso es su virtud? ¿No es así, acaso, la vida cotidiana, sobre todo en el duro período de transición que vive Gelsomina? Hechos, ideas, entusiasmos y emociones se mezclan como torbellinos, sin necesariamente encontrar una resolución.
Hacia el final, dos momentos entran en el campo de lo fantástico. En movimientos de cámara de ida y de vuelta, pasamos de la realidad presente a proyecciones: la danza de los adolescentes como evocando el mito la de la caverna, y el epílogo que anuncia el fin no del mundo, como predecía el padre, pero sí de un mundo: el suyo.
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