Por Pamela Biénzobas desde Cannes

Mientras veía esta mañana la nueva película de los Jean-Pierre y Luc Dardenne, me encontré pensando que la filmografía de los belgas es como una serie con numerosos episodios. Y ante mi propio reproche, me respondí que no se trataba ni de una reducción ni de menosprecio. ¡En absoluto! Y luego seguí mirando a Marion Cotillard sufrir en la pantalla, con la convicción íntima de que estaba viendo verdadero cine.

La calidad de Deux jours, une nuit se debe a que Jean-Pierre y Luc Dardenne son grandes cineastas, con un estilo y un tono de una coherencia rara. Su limitación se debe a que los Dardenne hacen cine como los Dardenne, y Deux jours, une nuit no pretende ser una excepción. Si se lee la historia y se conoce a los autores, la película prácticamente se podría visualizar. No significa que sería mejor con otro estilo. Simplemente que no sorprende, y tampoco marca una evolución.

En la solidez e integridad de su cine, los realizadores han optado por abordar ciertos temas inagotables, por lo que están lejos de repetirse o entrar en un juego de variaciones. No. Cada historia que cuentan, con su mirada compasiva pero austera, merece ser contada. Sin sensiblería o miserabilismo, sus películas hablan de la sociedad europea a través de personajes en situaciones de fragilidad que revelan la bajeza de algunos y la nobleza de otros (a veces de los mismos), en ocasiones con sutileza y a menudo con dicactismo, y generalmente con un cierto grado de manipulación abierta.

Deux jours, une nuit

En el caso (bastante didáctico) de su último film, la primera y principal bajeza proviene de la situación en sí. Pero como esa situación obedece a una decisión de un pequeño empresario, la fuente del mal es el jefe despiadado. Fue él quien dictaminó que las finanzas permitirían dar a los empleados un bono, o mantener en su empleo a Sandra, quien estuvo ausente un tiempo por una depresión. Las dos cosas, no. La decisión recae en los propios obreros, quienes votan si acaso recibir su bono y dejar que despidan a Sandra, o permitirle conservar su trabajo, pero renunciar al dinero. Personas comunes –en general personajes esquemáticos–, con vidas tranquilas pero no particularmente acomodadas para el contexto europeo, y con necesidades totalmente relativas, se encuentran en una encrucijada ética que no les corresponde pero que tampoco pueden eludir.

En verdad, al comienzo de la película la decisión ya está tomada: Sandra perderá su trabajo. Pero las dos personas (de dieciséis) que la apoyaron insisten y obtienen una nueva votación el lunes a primera hora. Durante el fin de semana –los dos días y una noche a los que alude el título– la mujer, que sale a duras penas de una depresión, irá a regañadientes a buscar a sus colegas a sus casas y pedirles que la apoyen. Ella se siente culpable y miserable, porque sabe que en el fondo tiene que hacer sentir a los otros culpables y miserables. Marion Cotillard aporta una real densidad emocional a un personaje inestable cuyo recorrido no es tan importante por las acciones que puedan ocurrir como por las reacciones que suscitan en ella.

Dentro de la probada fórmula Dardenne, Deux jours, une nuit es un ejemplar de calidad, pero que no comporta ni una propuesta nueva ni un paso más allá en la reflexión.