Por Pamela Biénzobas desde Cannes

Un soldadito de juguete. Un objeto sólido, concreto, bélico e infantil a la vez. Un objeto atemporal y evocador que aparece como un motivo casi ornamental en distintos momentos de Jauja, la nueva película de Lisandro Alonso, presentada en Un Certain Regard. La mejor del cineasta argentino y entre las tres o cuatro mejores obras de este festival, en opinión de muchos de quienes esperamos que la Selección Oficial no sea la plataforma promocional en la que se está transformando, sino una vitrina de descubrimiento y propuesta.

Escrito junto con Fabián Casas, el film discurre como un poema, aunque tiene un relato mucho más clásico que otros trabajos de Alonso en el sentido en que la motivación de las acciones está clara. Aunque sea un simple Macguffin (ese artilugio que Hitchcock definió como un objeto que moviliza la acción, pero no tiene ningún valor en sí mismo). Aunque los personajes parezcan tan lisos como el soldadito de lata pintada. No tiene importancia. Nada tiene importancia en Jauja, donde se intuye que nada es lo que parece. O que todo parece, pero no es.

Jauja

Durante la campaña de la "conquista del desierto" hacia fines del siglo XIX, el ingeniero y militar danés al que da cuerpo Viggo Mortensen (protagonista, productor y músico del proyecto) vive con su hija adolescente en un campamento en medio de la nada, durante su misión de exploración geográfica para el ejército argentino. Mientras, los soldados ejecutan su programa de genocidio (a los indios "hay que exterminarlos a todos, no entenderlos"), agregando una hostilidad suplementaria a la que ya ofrece el paisaje. Pues el espacio patagónico tiene una fuerza especialmente hostil. El hombre está conquistando un territorio indomable, y, tanto el argentino como el danés son extranjeros, aunque el primero pretenda dominar la situación por la superioridad de armas.

Alonso filma esa tensión entre hombres y entre el hombre y los elementos con una fluidez orgánica, entre materialismo y abstracción. El capitán, nervioso y activo, necesita "algo material" para comprender. Pero cuando parte solo en busca de su hija, que se escapó con un joven soldado, esa naturaleza tan física y concreta adquiere cada vez con más potencia un aura metafísica.

Al igual que el ingeniero danés, Lisandro Alonso también emprende un viaje de exploración por nuevos territorios con Jauja. No se trata en ningún caso de una ruptura, sino de mirar hacia el horizonte y decidir abandonar ese entorno ya domado y partir un poco más allá, con más curiosidad que certezas. La misma curiosidad con que el espectador es invitado a entrar y dejarse llevar. La fotografía de Tomo Salminen (conocido sobre todo por su trabajo con Aki Kaurismäki), con su particular tratamiento de los inmensos espacios exteriores, es fundamental en el tono que combina de manera fascinante lo natural y lo artificial. Jauja está allí al frente, durante menos de dos horas en la pantalla, y mucho más, después. Nos invita a entrar sin hacernos preguntas y sin ofrecernos respuestas. Simplemente a pasar y deambular. A mirar el cielo y sentir el viento. Y a aceptar que eso es todo. O quizás todo está en eso. No importa.